Esta fue mi predicación de hoy, 31 de julio de
2011, Domingo
XVIII del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa Escolástica y en
el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
ADEMÁS DEL PAN, HACE FALTA
EL HAMBRE PARA ALIMENTARSE BIEN... En nuestras culturas, marcadas
por las costumbres nacidas en el mediterráneo, el pan representa
de manera singular a todos los alimentos que constituyen nuestra
fuente de energías y por eso necesitamos para vivir. Sin embargo,
no alcanza con el pan. Hoy, gracias a Dios, existen en el mundo
más alimentos de los que necesita la población entera para
alimentarse suficientemente bien, y algunos incluso lo hacen en
exceso...
Pero, ¿qué hacemos con el pan
si no tenemos ganas de comer? No sólo por cuestiones físicas se
pierde el hambre. A veces andamos con "el ánimo por el piso", no
sólo con las cejas sino también con los brazos caídos. Por
diversas razones, que no tienen que ver con lo físico sino con lo
psíquico o lo espiritual, perdemos el hambre, y nos cuesta
comer...
El hambre es un signo de salud, y algo anda mal si no tenemos
ganas de alimentarnos. A veces puede ser efectivamente una
cuestión de salud física. Si estamos enfermos fácilmente enseguida
perdemos el hambre. Y si no nos alimentamos, tenemos cada vez
menos energías para superar la enfermedad. Por eso, para suplir
nuestro deseo natural de alimentarnos que se manifiesta en el
hambre, cada vez con más facilidad y rapidez, si no nos
alimentamos por nuestros propios medios enseguida nos alimentan "a
la fuerza" con suero fisiológico, con el que nos dan los
líquidos
y los sólidos elementales para no debilitarnos demasiado, y
sostener nuestras energías en un buen nivel...
Pero además, ya
lo decía con insistencia
el Beato Juan Pablo II e insistió en la misma línea Benedicto
XVI
desde el primer día de su pontificado a la hora de plantear los
problemas más graves de la humanidad en nuestro tiempo, hoy el
drama más importante es que el mundo parece olvidarse de Dios,
como si no necesitara de Él. El peligro más grave no consiste hoy
en una guerra entre religiones sino en la ausencia de ellas,
porque los hombres se olvidan de Dios o piensan que ya no
necesitan de Él. Cuando se ven multitudes caminando por las
ciudades más desarrolladas, pasando indiferentes ante las
vidrieras que muestran muchas cosas que ya todos tienen, uno puede
preguntarse dónde ha quedado, en cada una de esas personas, la
pregunta esencial sobre su origen y su meta, es decir, en
definitiva, la pregunta sobre Dios. Si un drama de nuestro tiempo
es que, habiendo pan para todos muchos hoy se mueren de hambre
debido a la injusta distribución de los bienes, no es un drama
menor que, sobre todo los hombres más satisfechos, hayan perdido
su hambre de Dios. Esto nos puede ayudar a poner una mirada
distinta sobre el milagro que más impresionó a los primeros
cristianos, la multiplicación de los panes para alimentar a una
multitud...
2. FUIMOS HECHOS PARA EL
CIELO, Y SÓLO DIOS PUEDE SACIAR EL HAMBRE DE ETERNIDAD... El
milagro de la multiplicación de los panes nos muestra que Dios
hace lo suyo para que a nadie falte el pan. A partir de los cinco
panes y los dos peces con los que cuentan los discípulos, los
multiplica y los pone en manos de los mismos Apóstoles para que
trabajen llevándolos a todos. De la misma manera, Isaías nos hace
oír la invitación de Dios para que nadie se quede sin comer y
beber lo necesario, aunque no tenga dinero, y se asombra del que
gasta la plata en algo que no alimenta. Pero, ¿qué se hace con
todo esto, si se pierde el hambre y ya no se quiere comer?...
Lo primero que tiene que
hacer hoy la Iglesia con la humanidad entera, es recordarle que
Dios nos ha hecho para el Cielo. No basta plantearse como objetivo
de la vida alcanzar el éxito, ya sea en el deporte o en la
profesión (ni en el deporte convertido en profesión). Ni siquiera
alcanza proponerse dedicar la vida entera a construir una familia
que responda a los mejores ideales y en la que todo se hace y todo
sale bien. Fuimos hechos para el Cielo, nuestra vida tiene una
vocación de eternidad, Dios nos hecho para la Vida eterna, y sólo
Dios puede saciar en nosotros ese hambre más profundo y
consistente, pero muchas veces callado y adormecido, que nos lleva
a buscarlo a Él. Pero hace falta despertarse. De nada sirve que
Dios quiera llevarnos al Cielo, si nosotros, dormidos o
adormecidos, no prestamos atención a su llamado. Nuestra vocación
de eternidad significa, por parte de Dios, un llamado, y por
nuestra parte una respuesta en la que nadie nos puede suplir...
Comer no es un lujo para los
que pueden pagarse la comida, sino una urgente necesidad para
todos. Por eso todos los que tenemos para comer tenemos también la
responsabilidad de hacernos cargo de aquellos que pasan hambre
porque no tienen qué comer. Y el llamado a la vida eterna tampoco
es un lujo para algunos pocos elegidos que están atentos a Dios.
Jesús pone en evidencia a través de la multiplicación de los panes
que Él hace su parte para que a nadie le falte el pan, y hace
participar a los Apóstoles para que les llegue a todos los que lo
necesitan. Pero Jesús también nos muestra a través de este
milagro, relatado como si fuera la celebración de la Eucaristía
(Jesús hace la bendición del pan, y después de la fracción lo
alcanza a los Apóstoles para que lo distribuyan a la multitud),
que Él está siempre dispuesto para ser el alimento de todos los
que quieran acudir a Él. Yo creo que está despertándonos para que
no nos quedemos sentados en un conformismo materialista, ante este
mundo que parece resolver algunas de las cuestiones más fáciles
que se le presentan (aunque no todas, por supuesto, baste pensar
en la dificultad para producir el bien moral en la misma medida en
que se logran producir bienes materiales), y sin embargo se
encuentra sin rumbo, porque pierde el horizonte trascendente para
el que fuimos creados todos los hombres y mujeres que llegamos a
este mundo...
3. DIOS NOS DESPIERTA EL
HAMBRE DE ETERNIDAD, Y NOS INVITA A COMPARTIR EL PAN... Jesús nos
despierta, entonces, ese hambre de eternidad que ha puesto en lo
más profundo de nuestros corazones, para que no dejemos nunca de
buscarlo a Él como nuestro principal alimento. Cada semana venimos
a esta Mesa eucarística, en la Misa, no sólo para alimentarnos de
Jesús, con los dos platos fuertes que Él nos ofrece, su Palabra y
su Cuerpo y Sangre, sino también para que permanezca despierto
nuestro deseo y nuestra búsqueda de Dios...
En cada Misa Dios se hace presente de un modo tal que nos va
ayudando a comprender cómo todo el mundo, y nuestra propia vida,
adquiere su sentido en Él. De esta manera, nuestra vida se hace
cada vez más profundamente religiosa, y se manifiesta así, de este
mismo modo, en todos los otros ámbitos donde nos movemos. Dios
llena nuestros corazones, nos mantiene despierto nuestro hambre de
Él, y nosotros, haciendo presente a Dios en nuestra vida, ayudamos
al mundo en que vivimos a recordar que no es nada que valga la
pena sin Él. Esto es lo que pensaban los Obispos de Latinoamérica
cuando reunidos con Benedicto XVI en Aparecida llamaron a toda la
Iglesia en este continente a vivir con fidelidad y entusiasmo su
misión...
La caridad a la que Jesús nos
llama nos es mera filantropía. Los Apóstoles encontraron la
energía y el entusiasmo para convertirse de pobres pescadores en
entusiasmados predicadores dispuestos a dar la vida por Jesús
porque Él, muerto en la Cruz y resucitado para abrirnos las
Puertas del Cielo, les ayudó a descubrir su hambre de Dios, que Él
mismo podía saciar. Eso les cambió la vida, y a partir de allí
estuvieron dispuestos a todo, y entregaron la vida por Jesús. La
caridad con la que lo dieron todo (que el mismo Jesús les hizo
practicar en la multiplicación de los panes llamándolos a
distribuirlos entre la multitud presente), fue la simple y
esperable consecuencia de haber encontrado en Jesús a quien podía
saciar su sed de eternidad. También en nuestro tiempo, entonces,
se puede esperar que una Iglesia misionera sea la consecuencia de
haber descubierto el hambre de Dios que nos mueve desde lo más
profundo, y que se despierta en nuestro encuentro con Jesús...