Esta fue mi predicación de hoy, 12 de junio de
2011, Solemnidad
de Pentecostés del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.-
Vídeo, en
Youtube (predicación en el Hogar Marín)
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. EL
PASO DEL
TIEMPO DEJA SUS HUELLAS: LAS ARRUGAS NO SE PUEDEN EVITAR... Las
huellas que va dejando sobre nosotros el paso del tiempo son
inevitables. Las más visibles, que comienzan a gestarse desde los
primeros días, al ritmo de nuestros movimientos y gestos
habituales, y que se ponen en evidencia cuando ya han pasado los
años, son las arrugas. Ellas dicen algo sobre nuestro modo de
reír, o de llorar, sobre nuestras expresiones más frecuentes, ya
sean de amargura o de alegría. Ellas nos indican también, más allá
de las predisposiciones características de cada tipo de piel, por
dónde hemos transitado a lo largo de la vida...
De todos modos las arrugas de la piel no
nos deberían preocupar. Si ellas fueran las únicas hasta podríamos
entretenernos considerándolas como premios que se nos dan por el
tiempo vivido. Son las huellas de todos los caminos que hemos
andado, de nuestras veladas y nuestros desvelos. Las arrugas bien
llevadas pueden ser los signos de nuestra experiencia y madurez,
de nuestra responsabilidad y venerabilidad. Es muy probable, que
si no lo hacían antes, a partir de nuestras arrugas comiencen a
decirnos "señor", o "señora"...
Sin embargo, hay otras arrugas que sí deberían preocuparnos si
aparecen, y son las del corazón. Aunque por su naturaleza sean
invisibles (es propio de todo lo espiritual), también se hacen
ver. La amargura, la sensación de fracaso, el mal humor como
estado de ánimo prevalente, no tarda en manifestarse en nuestros
párpados caídos, nuestras cejas arqueadas hacia abajo y muchas
otras huellas que aparecen en el rostro. Las "arrugas del corazón"
se hacen ver, poniendo en evidencia lo que no ha andado bien en
nuestra vida. Podríamos quedarnos simplemente resignados, pero
también podemos preguntarnos si esas arrugas tienen remedio. La
respuesta de Jesús no tardará, y la encontramos hoy en la
celebración de la culminación del tiempo pascual con la Solemnidad
de Pentecostés: para continuar realizando su obra de salvación
entre nosotros, Jesús nos envía el Espíritu Santo...
2. EL ESPÍRITU SANTO NOS DA LA VIDA, EL AMOR Y LA
ALEGRÍA QUE VIENEN DE DIOS... Estos dones, que vienen de Dios y
que nos da el Espíritu Santo, es lo que estamos celebrando en la
Solemnidad de Pentecostés, cincuenta días después de haber
celebrado en la Pascua la Resurrección de Jesús. Esta Resurrección
no es sólo para Él. Por eso, como fruto de la misma, Jesús nos
deja su Espíritu, para hacernos parte de su triunfo sobre el
pecado y la muerte, sobre la tristeza y la amargura...
Con el Espíritu Santo Jesús nos da la Vida de
Dios.
Por la Resurrección de Jesús sabemos que la Vida de Dios puede
más que nuestra muerte. Jesús también nos da, con su Espíritu,
el Amor de Dios. Y conociendo a Jesús, y lo que ha hecho y hace
por nosotros, sabemos que el Amor de Dios puede más que todas
nuestras debilidades. Y la Cruz de Jesús, donde se hace visible
la misericordia de Dios, nos muestra que el Amor de Dios puede
más que todos nuestros pecados...
El Espíritu Santo, que recibimos por primera vez en el Bautismo,
nos hace verdaderamente nuevos. El temor, la tristeza y la
desorientación en la que nos puede sumir la certeza de nuestra
muerte, se disipan con Jesús resucitado, que nos entrega su
Espíritu, y nos da con Él la seguridad, la alegría y la firmeza en
la fe. Todos los sufrimientos, grandes o pequeños, de nuestra
vida, adquieren con esta luz un nuevo valor. Con el Espíritu de
Dios, el amor se expresa cotidianamente en nosotros, asumiendo el
trabajo que cada uno tiene por delante, desde la escoba hasta la
computadora, desde la cocina hasta el laboratorio, y da frutos que
sirven a los demás, frutos que se acumulan para la Vida eterna...
Cuando una vez resucitado se aparece a
los Apóstoles, Jesús expresamente les entrega el don de la paz, e
inmediatamente ellos se llenaron de alegría. Ambos dones provienen
de Dios, y Jesús se los comparte dándoles el Espíritu Santo, que
es Dios junto con el Padre y el Hijo (de eso nos hablará la
celebración del próximo Domingo)...
Por eso las Hermanitas de los Pobres, que cuidan de este Hogar
como de muchos otros Hogares de ancianos en el mundo entero,
aprendieron muy bien de su Fundadora, santa Juana Jugan, la
importancia de la Fiesta en la vida cotidiana. Fiesta que no dejan
de celebrar cada vez que se presenta una ocasión adecuada, y que
encuentra su fundamento, cualquiera sea el motivo que la
despierte, en la alegría que Dios siembra en nosotros a través del
Espíritu Santo, que nos hace participar en los dones de la
salvación que Jesús, en la Cruz y con su Resurrección, ha
alcanzado para todos los que quieran recibirlos. El Espíritu
Santo, con el don de alegría, nos garantiza que Dios está siempre
buscando nuestra salvación, se pone siempre "de nuestro lado"...
3. HEMOS RECIBIDO EL ESPÍRITU SANTO PARA SER
TESTIGOS
DEL AMOR Y LA ALEGRÍA DE DIOS...Todo don de Dios trae consigo una
misión y una tarea. Jesús les da el Espíritu Santo a los Apóstoles
para que lleven la paz y el perdón a todos los rincones del mundo,
es decir, les encarga la inmensa tarea de reconciliar el mundo y
todos sus habitantes con Dios, a través del don del Espíritu
Santo...
Y Dios nos hace participar a todos nosotros de esa misma tarea.
Dios, que puede hacer todo por su cuenta, quiere hacerlo con
nosotros. Para eso no da el Espíritu de Jesús, el que animó a los
Apóstoles, el que nos hace participar de la Vida de Jesús ganada
en la Resurrección y regalada a cada uno de nosotros en el
Bautismo. El Espíritu Santo nos anima a todos y a cada uno para
hacer lo que nos toca, en la Iglesia y en el mundo, de manera que
podamos aportar al bien común. Esto también sucede en nuestra
familia, en nuestro lugar de trabajo, en todos los ambientes en
los que nos movemos...
Quiere
decir que Dios pone su parte, para que, entre
todas las cosas que urgen, cada uno pueda hacer bien lo que le
toca. No hace falta, es más, no podemos quedarnos esperando que
"las cosas cambien", por arte de magia o por lo que el Espíritu de
Dios suscite en el corazón de grandes héroes de nuestro
tiempo. Simplemente, como decía Santa Teresa del Niño Jesús
(Santa
Teresita), tenemos que hacer extraordinariamente bien las cosas
simples y ordinarias propias de cada uno. Y para eso nos ayuda el
don del Espíritu Santo. Con ese entrenamiento, también sabremos
hacer bien las tareas y las misiones más complejas...
Los Apóstoles llevaron adelante su misión hasta sus últimas
consecuencias, fueron testigos del Amor y la Alegría de Dios hasta
dar su sangre por Jesús, siendo fieles al Espíritu Santo que los
animaba. De allí el color rojo que se utiliza en los ornamentos de
la celebración de Pentecostés, y en todas las Misas del Espíritu
Santo (como también en las del Sacramento de la Confirmación y en
las de las fiestas de los mártires). Ya que nosotros hemos sido
bendecidos por la efusión del mismo Espíritu, nuestros corazones,
animados por el Espíritu Santo, deberían encenderse también con
ese color y florecer con actos de amor, que nos hagan cada día
mejores y más fieles testigos ante todos los hombres de todos los
dones con los que Dios nos ha regalado. De esta manera podríamos
llevar sobre nosotros no sólo las huellas amargas de la vida, sino
sobretodo las del amor y la alegría que siembra en nosotros el
Espíritu Santo...