Esta fue mi predicación de hoy, 29 de mayo de 2011,
Domingo VI
de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín:
I.-
Vídeo, en
Youtube (predicación en el Hogar Marín)
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
PARA CAPTAR
BIEN LO
QUE SE DICE, HAY QUE
TENER LAS ANTENAS ADECUADAS... Vivimos en un tiempo que podemos
llamar
"de
las comunicaciones". Los instrumentos con los que hoy contamos nos
permiten no sólo oír sino también ver al instante lo que pasa en
cualquier lugar del mundo. Hay quienes piensan que, justamente por
eso,
la Iglesia se ha vuelto anticuada, porque no sabe acomodarse a los
nuevos tiempos. Y sin embargo pasa justamente al revés. Porque
podemos
decir que la Iglesia, con toda verdad, es "experta en
comunicación".
Ella misma es fruto de la comunicación de Dios, que quiere hacerse
presente a todos los hombres, y se comunica a todos ellos
haciéndose
precisamente Él mismo hombre en Jesús. Éste, una vez resucitado,
le
encargó a los Apóstoles y a sus Sucesores comunicar su Palabra y
celebrar su Vida en los Sacramentos, conduciendo en el camino de
la fe
a todos los que creen en Él. Por esta razón, la Iglesia siempre se
ha
mostrado despierta y atenta a utilizar del mejor modo posible
todos los
instrumentos de la comunicación que ha tenido a mano. Aquí sobre
la
derecha pueden verse las antenas de Radio Vaticana que, con gran
sintonía, tiene una, la más grande, con forma de Cruz (ya que así
es el
camino de Jesús)...
Pero no alcanza
con cualquier antena para recibir
en el corazón lo que nos dicen. Quizás por eso les resulta tan
difícil a muchos
periodistas cubrir las noticias religiosas. Recientemente estuvo
en la UCA Mons. Lean-Louis Bruguès, Secretario de la Congregación
para la Educación Católica, y
en su conferencia nos dio un
testimonio vivo de confianza en el futuro del cristianismo,
afirmándose para ello en el ejemplo de hombres valientes, como
Tony Blair, ex primer ministro británico, que fue capaz de dar
razón de su fe, después de convertirse al catolicismo, explicando
con sencillez que en este fe encontraba los valores que siempre lo
habían movido en su actuación pública. Un gran periódico titulaba
así al día siguiente su nota sobre el tema: "Admiten que el
cristianismo se ha debilitado", y presentando como Cardenal a este
Obispo que no lo es. Con asombro los que habíamos estado en la
conferencia no dejamos de preguntarnos si el periodista que
escribió había ido a otro lugar y escuchado a otra persona, o
directamente no había ido a ningún lugar y escribía sin saber
sobre qué lo hacía...
Por eso Jesús, que nos dice toda la Verdad (Él mismo es el Camino,
la
Verdad y la Vida, cf. la
predicación
del
Domingo 22/05/2011), nos deja también el Espíritu Santo
que alimenta nuestra fe. Para que desde la fe podamos vivir
siempre a
la luz de esa Verdad. Y mientras avanzamos en este tiempo pascual
en el
que el misterio de la Cruz y la Resurrección de Jesús va
desplegando
todo su contenido, comenzamos ya a prepararnos a su culminación
con el
envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, que
celebraremos
dentro de dos semanas en la Solemnidad de Pentecostés...
2. DIOS NOS DA EL
ESPÍRITU
SANTO PARA QUE PODAMOS RECIBIR TODA LA VERDAD... Así se lo anunció
a
los Apóstoles en la Última Cena, cuando se presentaba ante Él la
Hora
culminante, la de la Cruz y la de la Resurrección. Y así nos lo
dice ahora a
nosotros, para que sepamos que ese camino de sufrimiento que lleva
la
Vida es también el nuestro. El Espíritu de la Verdad que Jesús
promete
a los Apóstoles y a nosotros es el Espíritu Santo, es el mismo
Dios que
viene a habitar en nuestros corazones. Para poder recibirlo, es
decir, para que podamos recibir con Él toda la Verdad de Dios, que
Jesús nos dijo para nuestra salvación, hace falta abrir en el
corazón
las puertas de la fe. Por eso nos dice el Evangelio de San Juan
que "el
mundo" no lo puede recibir porque ni lo ve ni lo conoce. Hay que
tener
en cuenta que en el lenguaje propio del Evangelio de San Juan "el
mundo" no significa toda la realidad creada, sino sólo los hombres
que
pretenden prescindir de Dios. Con esa actitud no es posible
recibir el
Espíritu Santo, que Dios nos envía. Este envío del Espíritu Santo
completa el camino que Dios Padre ha trazado para nuestra
salvación: lo
que Jesús hizo por la humanidad entera en la Cruz y en la
Resurrección,
se despliega como un don para todos los que quieren recibirlo, a
través
del Espíritu Santo...
Recibiendo
el Espíritu de Dios,
es posible vivir conforme a sus mandamientos. Que son los mismos
de
siempre, los que están inscriptos en la naturaleza misma de
nuestra
condición humana, y los que Moisés recibió en el Sinaí, inscriptos
en
las Tablas de la Ley. El amor con que seamos capaces de recibir el
Espíritu de Dios nos dará la medida del amor con que seremos
capaces de
vivir fieles a los mandamientos. Es más. En la medida en que
amemos
verdaderamente a Dios, dándole el lugar que le corresponde en
nuestra
vida, es decir, el lugar central, en esa misma medida seremos
capaces
de darnos cuenta hasta qué punto los mismos mandamientos son una
expresión, la más ajustada a nuestra condición, del amor que Dios
nos
tiene. Porque los mandamientos son algo así como un "manual
básico" de
la felicidad humana. Un manual que nos indica cómo alcanzar la
felicidad para la que Dios nos ha hecho, escrito por el mismo
autor de
nuestra naturaleza, el mismo Dios. ¿Cómo puede ser que alguno
piense,
todavía, que la Iglesia algún día va a abandonar este manual, el
manual
de la naturaleza humana tal como sale de las manos de Dios, para
decir
cosas distintas de las que de allí se desprenden, cuando habla de
la
sexualidad, del respeto por la vida, de los derechos humanos, que
corresponden a todos y a cada uno de los seres humanos, desde el
primer
instante de la concepción? Derechos, por otra parte, que tienen
también
la otra cara, la de los deberes, sin la cual los derechos son pura
fantasía o ilusión. Porque sólo es posible exigir con coherencia
los
derechos humanos en la medida en que se los reconoce para todos
los
seres humanos, desde el primer instante de su concepción hasta el
último instante de su vida, y ese reconocimiento implica para cada
uno
de nosotros un conjunto de deberes, es decir, de obligaciones, si
asumimos que los debemos respetar...
En definitiva, nos
dice hoy
Jesús en el Evangelio de San Juan, se da como una mutua
alimentación
entre el amor y la presencia de Dios en nosotros. Ya que si lo
amamos,
cumpliremos sus mandamientos. Y si lo hacemos, Dios Padre nos
amará
(Dios Padre es el que da la Vida, y su amor nos llenará de la Vida
que
viene de Dios). Además, si cumplimos sus mandamientos, nos dice
Jesús,
Él se manifestará a nosotros, y lo hará con la fuerza y la
eficacia de
su amor. Con este amor de Dios en nosotros, se nos hará aún más
imperioso vivir cumpliendo los mandamientos, y ellos serán una
continua
fuente de amor en nuestro corazón...
3. HAY QUE DAR RAZÓN
DE NUESTRA ESPERANZA,
CON AMOR Y RESPETO... Por eso San Pedro nos recuerda hoy que la
nuestra
es una fe testimonial. Porque el amor es expansivo, y cuando el
amor
llena nuestros corazones, necesitamos llevarlo a los demás, dando
razón
de nuestra esperanza...
Nuestra esperanza, digámoslo con toda claridad, está puesta en
Jesús,
que venció al pecado con su obediencia y destruyó su consecuencia,
la
muerte, con su Resurrección. De allí surge nuestra gratitud a
Dios, y
nuestro compromiso con la vida que de Él hemos recibido como un
don y
una tarea. Don, porque es totalmente gratuito, y tarea porque
incluye
una misión...
No es
posible, entonces,
imaginarse que alguien pueda vivir la fe sin abrir nunca la boca.
Las
actitudes de vida a las que nos lleva la fe serán un
cuestionamiento
para quienes nos vean, que nos preguntarán, inevitablemente, por
qué
actuamos así. Y ese será el momento de proclamar, para que lo
oigan
todos los que quieran oírlo, que es la fe en Jesús resucitado la
que
fundamenta nuestra esperanza, ya que en Él hemos conocido y hemos
recibido el amor de Dios...
Será necesario, por
supuesto, la firmeza de la fe, y al mismo tiempo la
constancia del amor, para ser testigos de lo que hemos recibido.
Porque
sin una fe firme, no podríamos decirle al mundo nada que valga la
pena,
que no esté ya dicho y que no haya demostrado ya su falta de
eficacia
para construir la felicidad que todos buscan. Pero además, sin
constancia en el amor, enseguida nos veríamos derrotados porque
nadie
estaría dispuesto a oírnos. Ciertos en nuestra esperanza, habiendo
encontrado en Jesús el amor de Dios y la salvación, podremos
perseverar
con respeto hacia todos, pero sin silencios pudorosos, anunciando
las
razones de nuestra esperanza puestas en Jesús nuestro Señor.
Podremos
también perseverar en el amor con el que le acerquemos la paz a
todos
los que nos rodean, que la buscan de mil maneras muchas veces sin
encontrarla. Bastará que tengamos siempre listas las antenas
adecuadas,
que nos permitan captar siempre la Verdad con la que el Espíritu
Santo
nos guía hacia la salvación...