Esta fue mi predicación de hoy, 10 de abril de
2011, Domingo V
de Cuaresma del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa Escolástica
y en el Hogar Marín:
I.-
Vídeo, en
Youtube (predicación en el Hogar Marín)
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
ESTAMOS
HECHOS PARA LA VIDA, PERO NOS ACECHA LA MUERTE... Todos tenemos un
instinto muy fuerte, que nos muestra que estamos hechos para la
vida y, como consecuencia, una vez que hemos nacido, queremos
vivir para siempre. Sin embargo, sabemos que eso no es posible.
Una vez que hemos nacido, de lo único que podemos estar seguros es
de que vamos a morir, ya que cumplimos la única condición
necesaria, y es la de no habernos muerto todavía...
De muchas
maneras experimentamos los límites que se presentan a nuestra
aspiración de vivir para siempre. Se oye decir con cierta ironía y
resignación, pero también con no poca verdad, que una vez
cumplidos los cuarenta años, si al despertarnos a la mañana no nos
duele nada, es que ya estamos muertos. A medida que avanzamos en
la edad los achaques y las enfermedades nos van avisando, con las
limitaciones que nos imponen, que por nuestra condición corporal
nuestra vida tiene un un límite. Con el transcurso del tiempo la
piel se nos va arrugando y se nos va haciendo más débil. Las
articulaciones se nos ponen duras y los músculos nos quedan cada
vez más flácidos, más blandos. Además, mientras los dientes se nos
aflojan, las neuronas cada vez se nos endurecen más, y se nos hace
menos ágil nuestra mente...
Nos acecha la
muerte y nadie se salva de ella. Ni los amigos íntimos de Jesús,
como Lázaro, de quien hoy nos muestra el Evangelio cómo Jesús lo
vuelve a la vida. De nuestro futuro, es lo que sabemos con mayor
certeza: vamos a morir. La muerte irremediablemente se acerca, y
va dando sus avisos. Todos conocimos aquí a Benjamín, que tenía
una salud muy fuerte, entrenado como estaba por vivir muchos años
en la calle hasta que el buen Párroco de una Parroquia vecina
logró convencerlo a venir a vivir aquí en el Hogar, donde las
Hermanitas lo recibieron con las manos abiertas. Todos los vimos
también resistir muchos embates de la muerte, saliendo adelante en
muchas ocasiones en las que parecía que ya "se nos iba". De todos
modos, habiendo ya cumplido los noventa y dos años, ayer partió
finalmente la hora de dar el paso final hacia la Casa del Padre,
en paz y rodeado del afecto de los que al mismo tiempo lo
acompañaban y lo despedían. Nuestra experiencia personal es la
misma: por una parte contamos con una aspiración profunda que nos
impulsa a querer vivir para siempre, pero por otra parte
experimentamos esa limitación que se pronuncia como sentencia
final con la muerte...
2.
DIOS NOS HA LLAMADO A LA VIDA, Y QUIERE QUE
VIVAMOS PARA SIEMPRE... Ese deseo de vivir para siempre, que
sentimos como una fuerza imparable dentro de cada uno de nosotros,
viene de Dios, de quien hemos recibido el mismo don de la vida. Es
Él quien nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón
deseos de eternidad. Por eso podemos estar seguros que la vida
para la que Dios nos ha hecho no es esta vida limitada por la
muerte, sino la Vida del mismo Dios...
"Yo soy la Resurrección y la
Vida", nos dice Jesús.
Y el que crea en Él, aunque muera, vivirá: y todo el
que vive y
cree en Él, no morirá jamás. Creer en Jesús significa estar
seguros de que verdaderamente resucitó, y que Él ha vencido a la
muerte. Pero creer en Jesús es también creer en su Palabra.
Significa creer verdaderamente que con su Palabra Jesús nos
llama a vivir en el amor, nos llama a la solidaridad y a la
entrega continua en el servicio a los demás. Creer en Jesús
significa estar seguros que el que gasta su vida en el servicio
a los demás es el que verdaderamente gana, y el que cree ganar
su vida porque piensa sólo en sí mismo es el que la pierde
irremediablemente...
Creer en Jesús es creer que son verdad las Bienaventuranzas, y
que tener alma de pobres, sufrir la aflicción, tener paciencia,
tener hambre y sed de justicia, tener un corazón misericordioso,
así como un corazón y una mirada pura, y trabajar por la paz,
dan como fruto la Vida de verdad. Creer en Jesús y vivir en Él,
en definitiva, nos hace participar ya ahora en la Vida que Jesús
nos ganó en la Resurrección, para que viviendo con él y por Él,
vivamos para siempre...
3. HAY QUE RECIBIR DE JESÚS LA VIDA QUE
VENCE LA MUERTE Y DURA PARA SIEMPRE... No importa, entonces,
cuánto dure nuestra vida, si pensamos sólo en la duración del
tiempo en el que se desarrolla en esta tierra. Mirado el tiempo
desde la eternidad, mil años son como el día de ayer, que ya pasó
(Salmo 90, 4)...
Lo que importa es tener ya en nosotros la Vida que Jesús ganó en
la Resurrección, y que nos regala por su amor. Lo que importa es
vivir con la fe, que nos abre a la posibilidad de una Vida que
vence la muerte. Hay que vivir en la fe, que nos lleva a buscar
esta dimensión de eternidad en todas las vicisitudes de la vida de
cada día. Hay que vivir de la fe, para lo cual se hace
imprescindible alimentarla cada día con la Palabra de Dios y con
los Sacramentos, que nos hacen vivir ya ahora esa Vida, que viene
de Dios, y que dura para siempre...