Esta fue mi predicación de hoy, 27 de marzo de
2011, Domingo
III de Cuaresma del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.-
Vídeo, en
Youtube (predicación en el Hogar Marín)
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. LA SED
NOS
HACE BIEN, NOS AVISA LO QUE NOS ESTÁ FALTANDO... , Cuando hace
mucho calor, sobre todo si no refresca de noche necesitamos tomar
mucho líquido, más que lo habitual, solemos tener más sed que la
habitual. Esto nos muestra hasta qué punto nos resulta útil la
sed, porque nos avisa que nos está faltando agua para mantener el
equilibrio necesario de nuestra realidad corporal. No hay que
olvidarse que, según los que saben, el 70 % de nuestro organismo
está constituido por agua. Si no fuera por la sed, correríamos el
peligro de deshidratarnos muy fácilmente...
Además, si
hacemos ejercicio, ya sea por el trabajo cotidiano o porque
salimos a correr o a practicar cualquier otro deporte, la
transpiración nos ayudará a bajar la temperatura del cuerpo, pero
al mismo tiempo elimina una cantidad de líquido de nuestro
organismo, por lo que inevitablemente nos sube la sed, avisándonos
que lo tenemos que reponer...
Sin embargo, es
posible que la sed no funcione bien. Eso nos pasa cuando estamos
enfermos. El peligro de deshidratarnos puede llegar a ser muy
grave, no sólo se hace más difícil recuperar la salud en esa
condición, sino que además puede agravarse la enfermedad. Por eso
cada vez con más facilidad, ante cualquier enfermedad, si perdemos
el hambre y la sed inmediatamente nos ponen suero que, entre otras
cosas, impide que nos deshidratemos...
En todo caso, hablamos de la sed no sólo cuando se trata de
la
necesidad que tiene nuestro organismo del agua. Lo hacemos también
cuando vemos deportistas que se esfuerzan por alcanzar sus metas,
enseguida concluimos que los mueve la sed de triunfo. De la misma
manera, podemos decir con seguridad que nuestra sed no se agota
con lo que podemos beber. Es mucho más profunda, ha sido sembrada
por Dios mismo en lo más profundo de nuestro corazón, y podemos
decir que se trata de nuestra sed de trascendencia, nuestra sed de
eternidad. En definitiva, tenemos sed de Dios, ya que no sólo
fuimos hechos por Él, sino que fuimos hechos para Él. Como decía
San Agustín en una oración: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y mi
corazón está inquieto hasta que repose en Ti". Por eso, hoy Jesús,
a través de su encuentro con una mujer samaritana, quiere
enseñarnos a calmar esa sed...
2. SÓLO EL AMOR
DE DIOS PUEDE CALMAR TODA NUESTRA SED..."Si conocieras el don de
Dios", dice Jesús a una mujer samaritana. Dios tiene un don capaz
de calmar nuestra sed. Ese don es su Amor. Es un regalo gratuito,
que no se paga, sólo hay que pedirlo y Él lo regala, por eso lo
llamamos también "gracia". La gracia de Dios, el Amor que Dios
puede derramar sobre nuestros corazones, es el único que es capaz
de sanar nuestra sed de eternidad...
En nuestro tiempo sucede con demasiada frecuencia que estamos
"enfermos" de consumismo. Víctimas de un "ataque terrenal",
corremos con energía detrás de cosas que no alcanzan a saciar
nuestra sed más profunda, que será siempre nuestra sed de
eternidad y nuestra sed de Dios. Por eso esa sed se encuentra
quizás muchas veces acallada, silenciada, sepultada detrás de un
montón de cosas que sólo nos suman angustia o intranquilidad.
Necesitamos, entonces, momentos especiales, en los que nos
dediquemos con atención especial, a prestar atención a nuestra sed
más esencial, nuestra sed de Dios, nuestra sed de eternidad. Eso
es lo que hacemos en este tiempo de Cuaresma, un tiempo de "vuelta
a Dios", que tiene que ayudarnos a percibir nuestra sed más
esencial...
Se trata de conocer el don
de Dios, y para eso hace falta recuperar el sentido de la sed,
de esa sed profunda que nos lleva a la búsqueda del Amor de
Dios, con el que Él quiere inundar nuestros corazones, para que
vivamos de lo esencial y para lo esencial. Se trata, en este
tiempo, de zambullirse de lleno en el Amor de Dios, con el que
Él nos habla a través de su Palabra, y con el que Él se
manifiesta a través de sus Sacramentos, haciéndonos alcanzar lo
único que verdaderamente nos puede saciar...
A nosotros, que quizás estemos tan acostumbrados a contar
siempre con estos auxilios con los que Dios viene a socorrernos
que ni siquiera los tomamos en cuenta con la debida atención, a
nosotros que tenemos a nuestra disposición estas fuentes
inagotables de su Amor y de su gracia, nos puede venir bien
recordar el modo en que alguien que se consideraba a sí mismo
agnóstico, nos describía en una poesía, lo que para él consistía
una ilusión y para nosotros es una realidad que Dios pone todos
los días al alcance de nuestras manos. Nos decía Antonio
Machado, en esta poesía en la que describía, aún sin conocerla,
lo que nosotros llamamos "gracia", es decir, el Amor de Dios
derramado sobre nosotros:
"Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión! / que una
fontana fluía / dentro de mi corazón. / Dí, acequia escondida: /
¿de dónde vienes hasta mí, / manantial de nueva vida / de donde
nunca bebí? / .../ Anoche cuando dormía / soñé, bendita ilusión,
/ ¡que era a Dios a quien tenía / dentro de mi corazón! (
aquí
el texto
completo de la poesía).
3. DIOS NOS
LLAMA A BEBER DE SU FUENTE, PARA SER TESTIGOS DE SU AMOR...En este
tiempo de Cuaresma, entonces, para prepararnos a celebrar el Amor
de Dios, que desde la Cruz nos llama y nos lleva a la
Resurrección, se trata, sobretodo, de acudir con más insistencia,
a la fuente en la que es posible saciar nuestra sed más profunda.
Esa fuente es el mismo Jesús. El que beba del agua que Él nos da,
nunca más volverá a tener sed...
Bebiendo
del Amor de Dios podremos encontrar los caminos para saciar el
hambre y la sed que hoy hay a nuestro alrededor, el hambre y la
sed de las cosas que no se agotan, y que nos pueden saciar de
verdad. La Palabra de Dios y los Sacramentos son hoy para nosotros
la fuente en la que podemos alimentarnos de este Amor de Dios. Son
los signos eficaces del Amor de Jesús, el Agua Viva, manantial de
Vida Eterna, capaz de calmar nuestra sed...
Pero, además, bebiendo de esa fuente que nunca se agota, podremos
convertirnos nosotros mismos en una fuente donde los demás se
encuentren con el Amor de Dios. Jesús nos dice que el agua que Él
nos dará se convertirá en nosotros en un manantial que brotará
hasta la Vida eterna. Alimentados con el Amor de Dios, nosotros
mismos podremos ser sus testigos, y podremos hacer algo para
acercar este alimento imprescindible a todos los que nos rodean,
para que también ellos se puedan saciar...