Esta fue mi predicación de hoy, 5 de junio de 2011,
Solemnidad
de la Ascensión del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín:
I.-
Vídeo, en
Youtube (predicación en el Hogar Marín)
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. SOMOS DE
CARNE Y
HUESO: NO
PODEMOS ESTAR EN DOS LUGARES AL MISMO TIEMPO... Todos somos de
carne y
hueso, y eso nos plantea limitaciones, a las que con el tiempo nos
vamos acostumbrando. En un primer momento, cuando somos bebes, la
carne
y los huesos tienen una gran elasticidad, pero no tanta
resistencia. En
otro tiempo, el de la juventud, sobre todo si nos hemos preparado
por la
práctica de un deporte o si el trabajo manual nos ha desarrollado,
la
carne adquiere su mayor firmeza, lo mismo que los huesos. Y
después, cuando nos vamos poniendo viejos, la carne pierde
nuevamente su
firmeza, y además los huesos se ponen frágiles (por eso, entre
otras
cosas, hay que caminar con cuidado, porque las caídas dejan
fácilmente
sus huellas)...
De todos modos,
estas
no son las
únicas limitaciones que nos pone nuestras condición de espíritus
encarnados. Además, por esta condición, no es posible que estemos
en
dos lugares al mismo tiempo. Nuestra condición corporal supone
todas
las limitaciones que nos ponen el tiempo y el espacio. Cuando
estamos
en un lugar, no podemos estar en otro...
Por eso, entre otros motivos, dependemos unos de otros y
necesitamos
ayudarnos no sólo en las cosas más importantes de la vida, sino
también
en las más sencillas y cotidianas. Aquí en el Hogar, donde vivimos
cerca de 100 personas, si alguien sale a hacer unos trámites, o
cualquier otra tarea que hace falta realizar fuera de casa, otro
tendrá
que encargarse de limpiar los platos, y quien esté en esta tarea
no
podrá salir para lo que hace falta realizar afuera...
También Jesús,
que
para
traernos la salvación asumió nuestra condición humana, se ató, con
ello, a las mismas limitaciones que supone ser de carne y hueso.
Esta
condición humana hizo que Jesús naciera en un lugar, perdido en
los
confines orientales del imperio del momento (el imperio romano), y
en
el resto del mundo no tenían ni noticias de su existencia ni de lo
que
hacía por los hombres y mujeres de todos los tiempos (tengamos
presente
que no contaban con los medios de comunicación social, que hoy nos
permiten
contar instantáneamente con las imágenes y los sonidos de lo que
sucede
en
cualquier lugar del mundo; a propósito, hoy la Iglesia celebra la
XLV
Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales)...
Por esa limitación, cuando Jesús hacía la ofrenda suprema de su
vida en
la Cruz, no podía hacer nada más que eso. No era el momento de las
palabras y de los milagros, sino de la entrega y el silencio. Pero
lo
que estaba conquistando allí para la humanidad entera con su
obediencia amorosa a la voluntad de Dios, no podía quedar limitado
a
ese espacio y a ese tiempo. Por eso, una vez muerto en la Cruz,
Jesús
resucitó, y después de aparecerse por un tiempo a los Apóstoles
hasta
que se convencieron de la verdad de lo sucedido, subió a los
Cielos, el
lugar que le correspondía como Hijo de Dios. Allí ya no está
encerrado en las limitaciones que a todos nos impone, y que
incluso a Jesús le
impuso, su condición de carne y hueso...
2. JESÚS
ASCENDIÓ A LOS CIELOS
Y NOS ABRIÓ SUS PUERTAS; PERO SE QUEDÓ PARA SIEMPRE... Esta
ascensión
de Jesús a los Cielos es la Solemnidad litúrgica que hoy
celebramos. Es
verdad que una vez resucitado, Jesús se apareció a los Apóstoles.
Y lo
hizo justamente para que, como consecuencia de esta experiencia
totalmente única, y las huellas del sepulcro vacío, los Apóstoles
llegaran a la fe, y la pudieran fortalecer. Esa fe de los
Apóstoles, a
la que llegaron por sus encuentros con Jesús resucitado, es la que
hace
de fundamento para nuestra propia fe. Pero esa situación de
encuentro
con Jesús resucitado no podía ser para siempre, porque es en el
Cielo
donde Jesús tiene su casa, y nosotros también...
Esta
Ascensión de Jesús es la
consecuencia necesaria de su Resurrección. Jesús resucitado llevó
toda
nuestra condición humana, también su dimensión corporal, a una
situación que está por encima de las acotadas dimensiones del
tiempo y
del espacio. La humanidad de Jesús, en virtud de su Resurrección,
participa de la condición gloriosa de Dios. Y esto no es posible
dentro
de las limitadas coordenadas del tiempo y del espacio, sino que
reclama
la dimensión sobrenatural del Cielo, que podemos definir como "la
Casa"
de Jesús, en la que se encuentra a sus anchas, con el Padre y el
Espíritu Santo...
Dios sembró en nosotros semillas de
eternidad. Habiéndonos hecho
sus hijos por el Bautismo, nos hizo participar no sólo en la
muerte de
Jesús (sumergiéndonos en el agua del Bautismo han quedado
sepultadas
las consecuencias del pecado original, que nos hizo perder la
condición
primera, que llamamos "paraíso terrenal", en la que Dios nos
había
creado para vivir en plena comunión con Él), sino también en su
Resurrección, que anticipa la nuestra, y pone ante nuestros ojos
nuestro destino de eternidad. Por eso, cuando Jesús resucitado
asciende
al Cielo, pone su condición humana en el lugar que le
corresponde, y
nos abre también a nosotros las puertas de su Casa, que ha
querido que
sea también la nuestra, llamándonos a vivir en plena comunión
con Él...
Sin
embargo, aún "yéndose" al
Cielo, del que nos abrió las puertas introduciendo en él nuestra
condición humana, que asumió como propia, librado ya de las
limitaciones del tiempo y del espacio, se quedó con nosotros para
siempre. Es Jesús resucitado quien está presente a través de su
Palabra
y en la Eucaristía, así como en la celebración de todos los
Sacramentos. Es Él mismo quien nos habla cuando su Palabra se
proclama
en la Iglesia o cuando la leemos y rezamos con ella, unidos en la
fe de
toda la Iglesia, que tiene como tarea conservar esta Palabra y
llevarla
a todos los hombres, en todos los rincones del mundo y en todos
los
tiempos. Es el mismo Jesús quien se hace presente cuando la
Iglesia
celebra todos y cada uno de los Sacramentos, dando a los hombres
la
vida de Dios en el Bautismo, fortaleciéndola en la Confirmación,
alimentándola en la Eucaristía, reparándola en la Penitencia o
Reconciliación, así como también en la Unción de los enfermos. Es
Jesús
el que construye la Iglesia como una comunidad fiel a través de
los
ministros a los que ha constituido como instrumentos suyos a
través del
Sacramento del Orden. Y es también Jesús quien a través del
Sacramento
del matrimonio hace de las familias verdaderas Iglesias
domésticas, en
las que se enseña y se vive la Palabra de Dios, se prepara la
celebración de los Sacramentos y se conduce al Cielo...
3. PARA
NOSOTROS, QUE VIVIMOS
DE LA ESPERANZA, ESTA VIDA SERÁ SIEMPRE UNA MISIÓN... La presencia
de
Jesús
en el Cielo, adonde ascendió después de su Resurrección, es
nuestro
motivo firme de esperanza. Introduciendo allí nuestra condición
humana,
nos ha abierto de tal modo las puertas, que ha hecho que su Casa
pueda
ser también la nuestra. Esto nos hace vivir ya, desde ahora, con
el
corazón puesto en la morada eterna que Dios nos propone...
Sin embargo, no es posible vivir en la tierra solamente mirando al
Cielo. Porque nuestros pies están todavía aquí. Y por eso nuestra
vida,
iluminada por la fe, se convierte en una continua misión. En
primer
lugar Jesús envió a los Apóstoles, y los hizo sus testigos
autorizados.
Los envió con el poder que Él mismo tiene, como nos decía hoy san
Mateo
en su Evangelio, a predicar todo lo que les enseñó (su Palabra), y
a
hacerlo presente con los Sacramentos (empezando por el
Bautismo)...
Esa
misión continúa en la Iglesia, primeramente en los sucesores de
los
Pedro y los demás Apóstoles, es decir, el Papa y los demás
Obispos.
Pero es tarea no sólo de ellos conservar y predicar esa Palabra
viva de
Jesús. Es también
tarea propia de los sacerdotes, de los diáconos, y de todos los
fieles.
Es tarea
también de todos los que utilizan Internet, sobre todo si lo hacen
participando en las "redes sociales" que facilitan el intercambio
y el encuentro más allá de las barreras de las distancias y de las
diferencias de las culturas, nos dice Benedicto XVI en su
XLV
Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales. Porque "junto a ese
modo de difundir información y conocimientos, nace un nuevo modo
de aprender y de pensar, así como nuevas oportunidades para
establecer relaciones y construir lazos de comunión", nos dice el
Papa en su Mensaje. Y esto sin que Internet nos aísle de la
realidad en la que vivimos ya que la verdad del Evangelio,
"incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está
llamada a encarnarse siempre en el mundo real y en relación con
los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes
compartimos la vida cotidiana"...
Se trata de una
misión y tarea para todos los fieles, cada un
según la propia función,
no sólo alimentarnos de esta Palabra salvadora de Jesús, sino
también
anunciarla a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Por supuesto, no bastará con que tengamos en la boca la Palabra
que
recibimos de Jesús, y
la pronunciemos todo el tiempo. Porque lo que dará fuerza a lo que
digamos será el testimonio de nuestra vida, en la medida en que
nos
dejemos conducir por esa Palabra. Siempre, en todos los
tiempos, pero quizás más hoy, en un mundo cansado de palabras,
como
decía desde hace tiempo Pablo VI, la mejor predicación no
consistirá
sólo en palabras, sino que deberá contar primero y
fundamentalmente con
hechos. Con el corazón lleno de Jesús podremos vivir encendidos en
un
amor que nos ponga al servicio de todos nuestros hermanos. Y
ese
servicio de amor, manifestado en pequeños y grandes gestos de
solidaridad fraterna, será para nosotros una continua misión. De
esta
manera no sólo contribuiremos a la alegría de nuestros hermanos,
sino
que también pondremos en evidencia nuestra gratitud a Jesús, que
nos
abrió las puertas del Cielo...