Una Iglesia dispuesta a la conversión...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 5 de diciembre de 2010, Domingo II de Adviento del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa Escolástica y en el Hogar Marín (clic aquí para verla y oírla en Youtube):

Amargura1. SE ACERCA LA NAVIDAD, Y ALGUNO PUEDE PENSAR QUE NO TIENE POR QUÉ ALEGRARSE... La Navidad es una fiesta no solamente solemne, sino además grande, de nuestra fe. Y por sus características propias, heredadas del comienzo de su celebración en Europa, es una fiesta familiar. A fines de diciembre allí hace mucho frío, y todo invita a quedarse dentro de las casas, al calor del hogar...

Esto mismo hace que, a medida que vamos avanzando en la edad, alguno pueda encontrarse ante esta fiesta sin ánimo para festejar. Porque de una manera más o menos cercana, a medida que crecemos, son más los seres queridos, parientes o amigos, que pueden faltar porque se han muerto, desde la última Navidad, y esto hace difícil, si no amargo, el brindis y la felicidad...

Por otra parte, en nuestra patria es fácil que nos gane la incertidumbre con tantas noticias de ollas cuyas tapas parecen levantarse y dejan aparecer olores sospechosos de corrupción. Muchos se preguntan, y seguramente tendrán razones para hacerlo, si volverá a repetirse otra vez más de lo mismo. Los problemas de fondo parecen resistir gozando de buena salud, sin encontrar solución...

Benedicto XVIVolviendo de Roma, como yo hace apenas unas horas, no pude dejar de mirar al Papa, con su catequesis semanal de los miércoles, siempre dicha donde sea que se encuentre. Y aún con la confortación que la fe le da al Papa no dejan de verse las huellas del peso que le toca llevar. Tiene grietas la Iglesia de la que él es no sólo el puente por antonomasia, el Sumo Pontífice sino además el garante de la fe. La Iglesia que le toca conducir está también ella marcada por el pecado, que la marcan desde dentro de sí misma con su propia debilidad. Estas huellas de su miserias son aún más amargas que las que le vienen infligidas desde afuera de ella misma. La voz del Papa no se calla, permanece incólume. Aunque haya en su propia tierra, Alemania, quienes no pierden oportunidad para caerle encima con todo lo que pueden. Y fuera de Alemania también están los que esperan cualquier oportunidad que les permita "darle fuerte". Dentro mismo de la Iglesia encuentra el Papa motivos de aflicción...

Por todo esto, más que nunca, hay que volver la mirada y el corazón al centro de la Navidad, para poder festejar. Hay que llegar a la fuente de la verdadera alegría, que es Jesús, y que siempre, cualesquiera sean los motivos de nuestras tristezas, amarguras y frustraciones, quiere y nos la puede dar...

Niño de2. ES SÓLO PARA AUDACES PREPARAR EL CAMINO DE UN NIÑO QUE ES DIOS Y TRAE LUZ... Para celebrar la Navidad con profunda y verdadera alegría basta con recibir a Jesús, el único que la puede dar en forma consistente y definitiva. Por eso San Juan Bautista, llamado justamente el Precursor, porque abrió los caminos para que pudiéramos reconocer a Jesús, nos llama también en este tiempo a preparar el camino y allanar los senderos para que Jesús llegue a nosotros. Jesús que viene como la Luz que puede disipar todas nuestras tinieblas...

Jesús viene, Dios hecho Niño, para que, como dice Isaías, "el lobo habite con el cordero, el leopardo se recueste junto al cabrito, el ternero y el cachorro de león estén juntos, la vaca y la osa vivan en compañía, sus crías se recuesten juntas, y el león coma paja lo mismo que el buey" (ésta es su descripción de los tiempos de la salvación que viene de Dios). Podríamos imaginar que esta es sólo una descripción poética, y muy bien lograda, por cierto, de un tiempo de paz, imposible o muy difícil de alcanzar. Pero también podríamos tomarnos en serio esta descripción que hace Isaías, y asumirla como la  consecuencia que es posible esperar si nuestros corazones se vuelven a Dios para recibirlo en esta Navidad. Si buscáramos otras imágenes, más propias de nuestro tiempo, traduciríamos adecuadamente su pensamiento diciendo que Jesús viene para que se dé un encuentro fraterno entre el obrero y el patrón, el político y el que vota, el que respeta las normas de convivencia (¡la ley!) y el que hasta ahora pensaba que los "vivos" no tienen que sujetarse a ellas, y todo esto "conducidos por un niño pequeño", dice Isaías. Nosotros sabemos que este Niño es Jesús, y que es Dios. Al recibirlo, se abre el camino a la paz...

Preparar el camino para que venga este Niño, que es Dios y trae Luz, consiste simplemente en remover todos los obstáculos que impiden que llegue de verdad a nuestro corazón. Significa la decisión de cambiar de rumbo en todo aquello en lo que lo hayamos errado. Sin temor a la Palabra de Dios, cuando se nos haga dura y nos resulte difícil, y sin la liviandad de pensar que Dios lo puede todo con su misericordia, aunque nosotros no lleguemos a cambiar todo lo que tendríamos que cambiar. En una palabra, como nos dice San Juan el Bautista, para preparar el camino a Jesús, que quiere venir a nosotros, y allanar los senderos que lo acercan, lo que nos hace falta es producir el fruto de una sincera conversión. Lo dice Benedicto XVI con toda claridad en su nuevo libro Peter Seewald, Luz del mundo, Editorial Herder 2010), fruto de una entrevista con un periodista creyente: No basta la Iglesia de ayer, no basta ni siquiera la Iglesia construida en los últimos veinte siglos, Dios viene cada vez de nuevo, la conversión nos llama a recibir de nuevo a este Niño, y nuestro tiempo reclama una Iglesia que esté dispuesta a la conversión. Sólo así se pasa de la oscuridad a la luz y del pecado a la Vida...

Adviento3. CONFIADOS EN DIOS, HAGAMOS UN PESEBRE EN NUESTRO CORAZÓN... La paz que anhelamos, especialmente en Navidad, comienza con el cambio del propio corazón, quitando todo lo malo que en él está de más, y dando espacio a lo bueno que en nosotros siembra Dios. De esta manera, el Reino de Dios, que está cerca, llega con la alegría, a través de la conversión. Sabemos que Dios es quien salva. Con la constancia y el consuelo que nos da, podemos mantener la esperanza, y vivir con la audacia de confiar en Dios, sabiendo que su Palabra luminosa, rompe las tinieblas que parecen poder con todo, pero que se deshacen ante Dios. Habrá espacio para la alegría, siempre que le demos a Dios su lugar...

Hay cosas que nunca faltan en la preparación. Los adornos navideños, no sólo en las vidrieras (aunque, es justo decirlo, cada vez con menos referencia al sentido religioso de esta fiesta), sino también en las propias casas, nos hablan de esta fiesta. Pero esto, que puede ayudar al clima que esta celebración reclama, no es más que la cáscara externa. En la imagen que empezamos a presentar el Domingo pasado, todas estas cosas pueden representar "el establo", lo de afuera. Además hay que poner "lo de adentro", el pesebre, que hoy agregamos, el lugar donde Jesús quiere estar, y ese pesebre es nuestro corazón. El pesebre de Jesús era de madera, como también su Cruz. Cuánto daríamos si pudiéramos tener un trozo de la madera del pesebre de Jesús o de su Cruz. La madera tiene un particularidad. Es porosa y absorbe todo lo que se apoya en ella. La madera del pesebre de Jesús estuvo llena de sus olores de salvación y santidad, como la madera de su Cruz estuvo impregnada de su sangre salvadora, que allí derramó por nosotros. Pues bien, hagamos de nuestro corazón un pesebre, al que Jesús venga en esta Navidad. Y hagamos que nuestro corazón sea, también, como la madera, capaz de absorber todo lo que Jesús nos quiere decir y nos quiere dar en esta Navidad, de modo que nada ni nadie nos lo pueda quitar...


Lecturas bíblicas del Domingo II de Adviento del Ciclo "A":

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Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge:
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