Esta fue mi predicación de hoy, 21 de marzo de
2008,
Viernes
Santo, en el Hogar
Marín:
1. ¿ES NECESARIO TANTO
SUFRIMIENTO, EL DE JESÚS EN
LA CRUZ Y EL QUE VEMOS EN EL MUNDO?... Cada año tenemos de nuevo la
oportunidad de volver sobre esta pregunta. La Lectura de la
Pasión
según san Juan nos pone cada Viernes Santo ante esta pregunta
inevitable que nos plantea el sufrimiento que Jesús asumió para darnos
con su Vida la salvación. ¿No era posible para Dios otro modo de darnos
este don?...
Pero además, la Pasión de Jesús aparece como la suma y la
culminación de todo el dolor humano. Por eso la pregunta inmediatamente
se dirige también hacia todo el sufrimiento que cotidianamente nos
golpea. Esta pregunta también vuelve cada año, porque hoy tenemos
dolores que hasta ahora no conocíamos. Quizás un hueso que el año
pasado todavía no nos molestaba, o una víscera que hasta ahora
funcionaba bien pero ya no, o un fibra de nuestro corazón que todavía
no se había visto golpeado por una realidad que nos hiere
profundamente...
Si abrimos nuestra mirada, enseguida desfilarán delante de
nuestros ojos las siempre renovadas imágenes de tanto dolor inútil que
da vuelta por el mundo. El de los niños que no tienen para comer, hasta
morir de hambre; el de las familias que no encuentran el trabajo que
les permita subsistir dignamente, ni el techo donde estar y sentirse en
casa; el de las guerras por el dominio de algún lugar o algún bien
material que pasa a tener más valor que la vida de las personas; el de
los niños que no nacen por culpa del aborto, y el de los padres que,
sabiéndolo o no, los han matado...
La respuesta surge de la misma Cruz de Jesús. Es una respuesta a la vez
silenciosa y contundente. Pero hay que abrir el corazón para recibirla,
porque la respuesta de Jesús sólo pone luz sobre el sufrimiento
hablándonos de Amor, y sólo se comprende la respuesta de Jesús si
estamos dispuestos a abrirnos al amor...
2. JESÚS
DESDE LA CRUZ NOS MUESTRA LA EFICACIA DE SU AMOR, QUE PUEDE MÁS QUE
TODO SUFRIMIENTO... Puede sorprendernos,
pero Jesús desde la Cruz no nos dice ninguna palabra que nos explique
las razones de su sufrimiento, del nuestro, y el de toda la humanidad.
No son palabras, por otra parte, las que necesitamos para comprender y
superar el dolor. Por eso en la Cruz Jesús calla y asume. Y de esa
manera nos da una respuesta a la vez silenciosa y contundente. Jesús
nos dice en la Cruz todo lo que Él mismo es, y todo lo que nos hace
falta...
Ante el dolor del mundo y el propio, existe una peligrosa tentación.
Corremos el peligro de llenarnos de rencor y enojarnos con los que nos
hacen sufrir, y hasta con Dios, que no hace lo que nosotros quisiéramos
que haga para evitarlos. La Cruz de Jesús nos muestra cómo superarlo.
Ayer en la Misa de la Cena del Señor el Papa Benedicto XVI nos decía
que el Jueves Santo nos ayuda para que el rencor no se convierta en el
veneno del alma. Para eso es necesario, nos decía el Papa, purificar
continuamente
nuestra memoria, perdonándonos de corazón los unos a los otros,
lavándonos los pies los unos a los otros, para poder dirigirnos todos
juntos hacia el banquete de Dios. Día tras día, seguía el Papa, estamos
como recubiertos de una suciedad multiforme, de
palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada, de
una
multiplicidad de falsedades que se filtran continuamente en nuestro ser
más
íntimo. Ante todo esto, Jesús nos invita desde la Cruz a una verdadera
limpieza, a una
purificación del alma...
Del
costado de Jesús, traspasado por el golpe de la lanza del soldado, no
sólo salió agua sino también sangre. Esto nos muestra, decía ayer el
Papa, como Jesús no sólo habló (lo hizo a lo largo de toda su vida
pública), sino que se entregó a sí mismo por nuestra salvación. Por eso
Jesús puede lavarnos con la potencia sagrada
de su sangre, es decir, con su entrega "hasta el final", que encuentra
su momento culminante en la Cruz. Por eso Su palabra es algo más que
simplemente hablar; decía el Papa, es carne y sangre "por
la vida del mundo", y cuando celebramos los sacramentos nos encontramos
nuevamente ante el Señor que se arrodilla
ante nuestros pies y nos purifica. Si nos dejamos penetrar por el baño
sagrado de su amor, quedaremos verdaderamente purificados...
Recorriendo los
personajes de la Pasión enseguida encontraremos cada uno de nosotros en
qué necesitamos ser purificados por el amor redentor de Jesús, que
viene a nosotros en su sacramentos, especialmente el de la
reconciliación o penitencia. Poncio Pilato no quiso poner en
peligro su puesto, que peligraba si había problemas en Jerusalén. Por
eso, aunque sabía que Jesús era inocente no lo defendió y lo entregó
para que los demás decidieran, y finalmente mandó ejecutar "la decisión
de los demás". A nosotros tampoco nos gusta perder el puesto (en el
trabajo, en la mesa, en el aula, en la sociedad), y quizás más de una
vez hemos sacrificado, al menos un poco, la justicia, con tal de
sostenerlo (
como Poncio Pilato).
Barrabás
sólo se preocupó por su propio bien y su libertad. Por
eso se desentiende de lo que le pasa a Jesús, que será ejecutado en
vez de él, que ya estaba condenado. También nosotros,
como
Barrabás, cuando nos preocupamos por lo
nuestro sin que
nos importe demasiado las consecuencias que eso tiene para los demás. A
Judas le gustaba la plata, nos dice el Evangelio. Y la atracción del
dinero no le dejó ir más allá de los efímeros reinos de este mundo; por
eso, quizás desilusionado de Jesús, que habla de un Reino que no es de
este mundo, lo traicionó por unas treinta monedas. A nosotros también,
como
a Judas, nos puede perder
la atracción por el dinero, no
tratando de hacernos millonarios pero sí con pequeñas trampas. Somos
todos un poco vehementes, y también cobardes, a la hora de
defender a Jesús y poner en claro nuestra fe ante los demás,
como
Pedro. Pero, ¿de la misma manera somos
rápidos para
reconocer nuestra falta y pedir perdón? Somos rápidos,
como
Anás, Caifás y los demás sacerdotes
del tiempo de Jesús, por reclamar para nosotros privilegios. Pero,
¿estamos dispuestos a cederlos, cuando nos enfrentan con Jesús?
Los
soldados, que en la crucifixión
cumplían órdenes, en cuanto vieron la posibilidad de una ventaja no
pensaron en lo que podían hacer para aliviar el sufrimiento de Jesús,
se burlaron de su debilidad y se repartieron sus vestiduras. Quizás no
lleguemos nosotros a decisiones tan duras, pero quizás también más de
una vez sólo pensemos cómo aprovechar las circunstancias para que
lleven agua hacia nuestros molinos, desentendiéndonos de los demás. Y
en nuestra fe enseguida estamos prontos para reclamar los beneficios,
como el Pueblo que
aclamó a Jesús el Domingo
de Ramos y clamó por su crucifixión el Viernes Santo. Esperamos de Dios
milagros y somos rápidos para pedir, sin tener, quizás, la misma
disposición para dar. Por eso no hay espacio para el rencor ante el
dolor que nos toca sufrir, sino súplica de perdón por el que nosotros
causamos...
3. JESÚS
EN LA CRUZ ES DIOS QUE AMA Y PERDONA
PARA LLEVARNOS A LA VIDA. POR ESO LA ADORAMOS... Está claro que nadie
lo arrastra a Jesús a la Cruz contra su voluntad. Él se entrega
libremente, porque con ese acto de amor y de sumisión, se entrega al
Padre para salvarnos. Por eso desde el silencio de la Cruz resuena de
manera tan contundente el Amor de Dios...
No nos hacen falta
explicaciones del
sufrimiento, desde el momento en que Jesús lo ha convertido en la mayor
expresión del amor. No nos hace falta buscar culpables de la Cruz, sino
admirar este acto tan grande del Amor de Dios, empeñado en salvarnos.
Lo que realmente nos hace falta es dejarnos amar por este amor redentor
de Jesús. Esto nos llevará a adorar en el misterio de la Cruz a este
Dios de bondad infinita que a nadie deja abandonado, mientras lo siga
buscando...
Hoy es bueno tener presente esta perseverancia del Amor de Dios, que se
manifiesta en la Cruz hasta el extremo. Porque aunque hoy nuestra
celebración se detenga especialmente en este misterio, ahora
inmediatamente, después de la adoración de la Cruz, traeremos a Jesús
resucitado, hecho alimento en su Cuerpo que nos ha dejado en el
Sacramento de la Eucaristía. Así, alimentados con Jesús, nos
retiraremos en silencio de esta celebración, preparándonos para la
Vigilia Pascual, en la que todo convergerá hacia el centro de nuestra
fe, Jesús que puede sobre la muerte y el pecado, y con su Resurrección
nos ofrece la Vida...