Esta fue mi predicación de hoy, 3 de
febrero de 2008,
Domingo
IV del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín:
1. COMO LAS PLANTAS Y
LAS FLORES BUSCAN LA LUZ,
NOSOTROS BUSCAMOS LA FELICIDAD... Las plantas necesitan la luz para
crecer. Es una necesidad natural. La luz permite que se produzca la
fotosíntesis, el proceso químico que permite
transformar la sustancias
minerales que toman de la tierra en sustancias orgánicas...
De la misma manera, la
felicidad es el motor que nos pone
en marcha, y que nos mueve para hacer todo lo que hacemos. En realidad,
Dios nos hizo para eso, para la felicidad. Y por eso, a
través de todo
lo que hacemos siempre estamos buscando la felicidad. Así es
nuestra
condición humana, y no tenemos otro modo de
movernos, que no sea buscando la propia felicidad. Por eso, las cosas
más
nobles, y también las más depravadas, se hacen
buscando la felicidad.
Cuando los jugadores de fútbol hacen un gol están
corriendo detrás de
la felicidad que esperan alcanzar con el triunfo. Cuando los
jóvenes
eligen una vocación, también lo hacen para ser
felices. El que
siembra, y el que cosecha, lo hace buscando también ellos la
felicidad.
Pero también
el que roba busca ser feliz a través de lo que realiza, lo
mismo que el
que mata, o el que
miente, o falsea las cosas, o extorsiona desde una posición
de poder
para conservar su parte en la torta del poder...
Sin embargo, aunque en todo lo que hagamos estemos siempre buscando la
felicidad, está claro que no todo sirve para
alcanzarla, y por eso muchas veces vemos
frustrada la felicidad detrás de la que hemos corrido...
2. LA FELICIDAD VIENE
DE DIOS, Y
SÓLO
SE PUEDE ALCANZAR POR LOS CAMINOS DE DIOS... Él nos hizo
para ser
felices, y la felicidad plena para la que Dios nos ha hecho
sólo se
alcanza por sus caminos. La felicidad es un
regalo para los humildes de
la tierra, que saben que no pueden alcanzarla solos, "por su cuenta".
Así nos lo recordaba hoy con toda claridad el profeta
Sofonías. Dios
llama
especialmente a ser felices a los débiles, a los
despreciados, a los
que humanamente
hablando no tienen quizás mucho de qué alegrarse.
Ese contraste es el
que intenta ponernos en evidencia San Pablo, llamándonos la
atención
ante la necedad y la sabiduría, la fortaleza y la debilidad,
lo valioso
y lo despreciable, según se lo mire con los ojos del mundo o
con los
ojos de Dios...
También Jesús, a través de las
Bienaventuranzas, que hoy hemos
proclamado con el Evangelio de San Mateo, nos muestra un gran contraste
entre los modos humanos y los que Dios pone al alcance de los
más
pobres y sencillos para alcanzar la felicidad. En realidad, la
felicidad
es para todos, pero la única manera de alcanzarla es poner
en práctica
las Palabras de Dios, ya que nuestra felicidad siempre será
su obra y
su regalo
para con nosotros...
La felicidad, en realidad, sólo es tal cuando
resulta permanente,
duradera, y en eso precisamente consiste el Cielo, que estamos llamados
a anhelar y buscar ya desde ahora, en la tierra. Sobre todo cuando todo
nos lleva
a andar con la cabeza baja, la búsqueda del Cielo, con su
felicidad
duradera, nos ayuda a levantar la mirada,
para no tropezar.Y los caminos que Dios nos ofrece para ser felices y
para llegar
al Cielo, son las Bienaventuranzas. Quizás más
de una vez nos gustaría que se nos ofreciera un camino algo
más fácil,
menos
exigente, más tibio, menos comprometido. Pero ese camino ya
no nos
llevaría a la felicidad que buscamos...
"Felices", nos dice
hoy ocho veces Jesús, y nos señala de esta manera
los
caminos por los que nos lleva la fidelidad a su Palabra:
- Felices los que tienen alma de pobres: porque
sólo de esa manera
se
puede esperarlo todo de Dios.
- Felices los pacientes: esta "ciencia de la paz" es
necesaria para
esperar
con confianza los dones de Dios.
- Felices los afligidos (es decir, los sufridos, los
sacrificados,
los
austeros): porque desde allí es posible
gustar el consuelo de Dios. Así fue la vida de Enrique, que
sufrió
mucho, física y moralmente, durante sus días en
el Hogar, por las
limitaciones físicas que lo llevaron progresivamente a
depender en todo
de los demás, y que con su sonrisa, casi el único
modo que le quedaba
para expresarse antes de su muerte, nos mostraba hasta qué
punto
contaba con el consuelo de Dios.
- Felices los que tienen hambre y sed de justicia: eso mismo
sintió Jesús, y nos salvó.
- Felices los misericordiosos: porque eso mismo los hace
capaces de
recibir la misericordia de Dios.
- Felices los que tienen un corazón puro: porque
así pueden mirar
todo
con la mirada de Dios.
- Felices los que trabajan por la paz: porque tienen la
certeza de
trabajar siempre de la mano de Dios.
- Felices los perseguidos por practicar la
justicia: porque siguen el camino y alcanzan la meta de
Jesús. Su
justicia lo llevó a la Cruz, y desde allí nos
abrió las puertas del
Cielo...
3. LAS
BIENAVENTURANZAS SON LOS
CAMINOS QUE LLEVAN AL
CIELO. HAY QUE ELEGIR AL MENOS UNA... Todo el Evangelio nos
enseña el
camino que nos lleva a Dios.
Cada una de las Palabras que Jesús nos ha dejado nos lleva a
la
felicidad para la que Dios nos ha hecho...
De todos
modos, si tuviéramos que elegir
algún trozo del Evangelio que nos mostrara en pocas palabras
todos los
caminos por los que Dios nos quiere
llevar a la felicidad que tanto ansiamos, sin duda éste
trozo debería
ser el de las
Bienaventuranzas. Jesús nos plantea a través de
ellas los caminos por
los que se alcanza la felicidad para la que nos ha hecho...
Por eso, ya que queremos ser felices, no hay que perder el tiempo en
las distracciones que muchas veces no nos prestan más que
alegrías que
se acaban demasiado pronto. Tenemos que ponernos en marcha, sin demora,
par ser felices recorriendo los caminos por los que nos llama Dios...
Tenemos que elegir al menos una de las Bienaventuranzas, y disponernos,
como peregrinos en marcha hacia el Cielo al que el mismo Dios nos ha
llamado. En la mochila, sólo tendremos que cargar las
Bienaventuranzas, y el bastón en el que tenemos que
apoyarnos para que
nos sostenga en la marcha será
nada más y nada menos que el mismo Dios...