Esta es la predicación que he preparado para el
27 de enero de
2008,
Domingo III del Tiempo Ordinario del
Ciclo
Litúrgico A, terminando ya mi tiempo de descanso
en estas
vacaciones:
1. LAS
NOCHES DE LUNA LLENA
TIENEN SIEMPRE UNA FASCINACIÓN ESPECIAL...
Se suceden cada 29 o 30 días (dejo de lado las
precisiones
técnicas,
que aquí no interesan). Y es posible que, especialmente si
estamos de vacaciones, las esperemos con ganas. Si llega a coincidir
con una noche sin nubes, la luna llena puede desplegar toda su magia,
todo su esplendor, como pasó aquí en Bariloche el
pasado martes 22 de
enero...
Llega el día de luna llena cuando la tierra se encuentra
ubicada
exactamente entre el sol y la luna, de modo tal que cuando se pone el
sol en el oeste, la luna, que está del otro lado, comienza a
levantarse
desde el este. Los colores dorados que el
atardecer pone sobre toda la naturaleza, incluida la luna que comienza
a asomar encendida de sol, van trastocándose poco a poco,
con los
resplandores de la luna, que va tiñendo todo con sus colores
plateados...
Tiene una
especial fascinación contemplar cómo en las
noches de luna llena,
cuando no está nublado, las tinieblas son derrotadas por la
luz del
sol, que se refleja
en la luna, enteramente volcada hacia nosotros como un gigante espejo.
Es la misma luz del sol, que no deja nunca de dirigirse hacia la
tierra, aunque
debido al giro de la tierra sobre su propio eje hace que cada
veinticuatro horas tengamos una noche, más o menos larga
según la época
del año, con la cual la luna llena parece enfrentarse en
singular
batalla...
La noche siempre nos causa cierto temor. Yo creo que es así
porque,
hechos para la luz, nos incomoda la oscuridad, ya que no nos deja ver
lo que tenemos por delante, y nos chocamos con todo aquello que parece
lanzarse a propósito sobre nosotros, justo cuando no lo
vemos, para
hacernos chocar o tropezar...
De todos modos, es necesario tener en cuenta que la oscuridad se da no
sólo
cuando se oculta el sol sino también en pleno
día. Esto sucede porque
también podemos llamar oscuridad a lo que se abate sobre
nuestros
corazones y las de otras personas, cuando no alcanzamos a conocer o
entender el mundo y las personas que nos rodean. También es
oscuridad
lo que nos invade cuando nos empecinamos en un mal camino, cuando nos
quedamos ciegos para ver el bien que nos rodea, cuando somos
insensibles ante las necesidades de los otros. En definitiva, podemos
llamar oscuridad a todo lo que
nos lleva al olvido o la negación de Dios, a la torpeza de
nuestro
pecado.
Entonces podemos comprender que la necesidad que tenemos de la luz no
se
limita a la urgencia de ver las cosas para no llevárnoslas
por delante,
sino que necesitamos una luz verdadera para que la vida misma adquiera
su sentido y sea posible encontrar su meta...
2. JESÚS VINO PARA
ILUMINAR A
TODO HOMBRE QUE NO SE RESISTA A SU LUZ...
Es esa Luz que surge de su Amor, nacido en el Pesebre y probado hasta
la Cruz. Se puede decir muy
sencillamente en qué consiste la Luz que Jesús
nos ha traído. Él es
Dios, y es Hijo de Dios, y haciéndose Hombre nos ha hecho a
nosotros
mismos hijos de Dios por adopción, miembros de su familia.
Nos ha
ayudado a
reconocer que tenemos todos un mismo Padre, y somos miembros de una
familia, hermanos entre todos nosotros...
Se entiende, entonces,
que la Palabra de Dios, de la que San Pablo
se hace eco, nos llama a ponernos de
acuerdo, superando todas las divisiones, para vivir en perfecta
armonía, teniendo la misma manera de pensar y sentir: pensar
y sentir
como piensa y siente Jesús. Esto nos llevará a
pensar y sentir buscando
el lugar de todos y de cada uno en nuestra casa, en nuestra familia, en
nuestra ciudad, en nuestra patria, sin ningún tipo de
exclusión ni de excluidos. Pensar y sentir reservando los
mejores
pensamientos, intenciones y acciones en favor de los más
pequeños y más
urgidos. Pensar y sentir buscando cada uno a qué puede
renunciar hoy,
en favor del bien de todos, que se llama bien común (este
bien requiere
que todos y cada uno renuncie a un bien propio, pero resulta mayor que
la suma de todos los bienes a los que cada uno
renunció). Pensar,
sentir y hacer lo que cada uno puede aportar a la hora de construir...
Pero además, así como la luna refleja el sol,
especialmente en los
días de luna llena, porque recibe plenamente su luz y vuelve
toda su
esfera hacia nosotros, así también, iluminados
por Jesús, cada uno de
nosotros puede volverse hacia los demás, y ser un fiel
reflejo de toda
la luz con la que Él nos ha iluminado. Siempre todo lo que
recibimos de
Dios es no sólo un don, sino que también se
convierte en una tarea, en
una misión.
Nuestra vida entera, iluminada por Jesús, puede y debe ser
un reflejo
de su Luz, para que llegue también a todos los
demás...
3. EL
REINO DE DIOS SE ACERCA A NOSOTROS SI,
CONVERTIDOS, NOS DEJAMOS
ILUMINAR POR JESÚS... Nadie puede pretender ser para
sí mismo y para
los demás la luz que despeje todas las tinieblas,
sólo Jesús es la Luz
que a todos ilumina, y quien despeja todas las tinieblas. Para vivir en
la luz, entonces, es necesario dejarse iluminar por Jesús.
Como la
luna, que no brilla por sí misma, sino que refleja la luz
del sol, así
nosotros, si queremos vivir en la luz, tenemos que dejarnos iluminar
por Jesús. Para ello bastará con tener en cuenta
la
exhortación que Jesús nos hace hoy a todos en el
Evangelio. Es
necesaria la conversión, el cambio de rumbo, de
dirección, para que
podamos vivir en serio el Evangelio...
Podríamos decir, con la comparación a la que hoy
nos llevó la luna
llena, que necesitamos volver todo nuestro rostro hacia
Jesús, para que podamos recibir toda su luz. Y al mismo
tiempo,
deberíamos volcar toda nuestra vida hacia el servicio de
nuestros
hermanos en el amor, para que les llegue también a ellos el
fruto de la
luz con la que Jesús nos ha iluminado...