Esta fue mi predicación de hoy, 5 de octubre de
2008,
Domingo
XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín:
1. MUCHAS VECES
TOMAMOS COMO
PROPIAS COSAS QUE SÓLO NOS HAN PRESTADO... Nos sucede, por ejemplo, con
los libros o las lapiceras. Cuando nos prestan estas cosas, o cuando
las prestamos, a fuerza de usarlas el que las ha recibido se olvida de
esta circunstancia termina teniéndolas como propias y ya no se
devuelven (los que nos dedicamos a la tarea académica, o por cualquier
otro motivo tenemos mucho contacto con libros, solemos decir que hay
dos clases de "tontos": los que prestan un libro, y los que lo
devuelven; no está bien que esto sea así, pero suele suceder con mucha
frecuencia). Lo mismo pasa también con otras cosas que alguna vez nos
han prestado y nos acostumbramos a usar como si fueran nuestras, aunque
sepamos que no es así...
Por ejemplo, desde que
hemos
nacido siempre hemos respirado, sin cesar. Damos por supuesto que el
oxígeno tiene que estar a nuestra disposición, y lo respiramos
veinticuatro horas por día, sin siquiera reparar en que es siempre un
regalo, que Dios lo sostiene en el ser, como todas las demás cosas que
necesitamos para subsistir. Lo usamos como si fuera "nuestro", aunque
siempre nos es "dado"...
Lo
mismo
tendríamos que decir
del sol. Suponemos que tiene que estar siempre, aunque sea escondido
detrás de las nubes o del otro lado de la tierra, como si nunca y por
ningún motivo nos pudiera faltar. Cuando llegan estos días de primavera
en que el sol calienta de manera especial sin que llegue a hacer
demasiado calor, nos parece lo más normal, como si se tratara de algo
que está a nuestra disposición porque tiene que ser realmente así, sin
tomar conciencia de que el sol es uno más de entre tantos dones que
Dios pone cada día a nuestra disposición...
También podríamos decir lo mismo de la salud. A veces la damos por
supuesta, como un derecho adquirido, y por eso nos sorprende que se
pueda quebrantar o verse afectada. Cuando eso nos sucede, es señal que
hemos tomado como propias cosas que, en realidad, sólo las tenemos como
"prestadas"...
Sin embargo, todas estas cosas que mencionado, y otras tantas de
las cuales cada uno podría hacer su propia lista, son dones de Dios,
que Él nos concede gratuitamente día a día. Y como todos los dones de
Dios, siempre implican también una tarea. Es lo que hoy quiere
enseñarnos Jesús con la parábola de los que recibieron una viña, de la
que el dueño esperaba frutos...
2. DIOS, QUE NOS LLENA
DE SUS
DONES, ESPERA QUE NOSOTROS DEMOS BUENOS FRUTOS... A cada minuto estamos
recibiendo de Dios sus dones, con los que nos llena las manos. La misma
vida la hemos recibido como un don, como una semilla...
Lo primero que hace falta es darse cuenta de los dones que recibimos de
Dios. Para eso basta "abrir las manos", y darnos cuenta todo lo que
tenemos en ellas, porque enseguida vamos a descubrir que todo lo que
tenemos es porque lo hemos recibido. Sólo de esta manera podremos tomar
los dones de Dios como tales, como un regalo. Y tomándolos como lo que
realmente son, huellas inconfundibles de su Amor incansable por cada
uno de nosotros, podremos cuidarlos y cultivarlos con toda dedicación.
Haciéndolo así estaremos en condiciones de dar los frutos que Él espera
de ellos. Por eso los dones de Dios implican siempre una tarea...
Es evidente que no bastará con
descubrir los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Será
necesario, además, que nos dediquemos a cultivarlos. Porque los dones
son capacidades, posibilidades, oportunidades, que reclaman de nosotros
un cuidado, una ocupación, verdaderamente un cultivo. Todo lo que hemos
recibido, sin esa dedicación pueden convertirse sencillamente en dones
frustrados...
Yo creo
que la mejor manera de
que den frutos los dones que recibimos de Dios es que les guardemos un
lugar especial en nuestro corazón. Allí encontrarán la fuerza para
multiplicarse en frutos, que lleguen a los demás como respuesta
agradecida del Amor recibido del mismo Dios, que dispensa a todos sus
dones. Y esto vale no sólo para los dones que venimos
mencionando hasta ahora, sino también para aquellos más especiales y
profundos, la Palabra de Dios y los Sacramentos con los que se alimenta
la fe, la comunidad parroquial donde la vivimos y la compartimos, y
todos los dones más personales, distintos y complementarios en cada uno
de nosotros...
Todo esto es el Reino de Dios que se nos ha dado, la viña de
la que el
Señor espera sus frutos. Quizás estamos demasiado acostumbrados a que
todas estas cosas estén siempre al alcance de la mano en nuestra vida,
y nos parezcan algo infaltable, que no tienen por lo tanto nada de
especial. Pero no es así. Se trata siempre de dones, que quizás muchos
anhelan y nunca han tenido como nosotros, tan fácilmente. Es necesario
descubrirlos como un dones, para cultivarlos y dar con
ellos los frutos
que Dios siempre está esperando...
3.
DIOS
SIEMPRE MANDA SUS ENVIADOS PARA
RECIBIR LOS FRUTOS DE SUS DONES... Igual que en la parábola con la que
Jesús nos habla hoy, también a Dios nos manda a nosotros sus enviados
para recibir los frutos de sus dones. Son todas las personas que nos
rodean habitualmente, y tienen derecho a esperar algo de nosotros. Son
los que llamamos, en el más puro sentido evangélico, nuestros prójimos,
aquellos que están cerca de nosotros, y tienen derecho a esperar algo
de nosotros. Y allí están todos, niños, jóvenes y adultos, buenos y
malos, simpáticos y no tanto, agradecidos o todo lo contrario...
Es cierto que a veces
el prójimo que espera de
nosotros los frutos de los dones de Dios se presenta ante nosotros con
mejor actitud que otras veces. Los niños y las niñas siempre
despertarán con más facilidad nuestra ternura, tienen derecho a
esperarlo todo de los adultos (como la que vemos con su vestido rojo).
Con los adolescentes y los jóvenes suele costarnos un poco más. Su dedo
se levanta con facilidad exigente y acusador, agudo (como el de la
remera celeste). Los adultos muchas veces nos parecerán demasiado
prevenidos, incluso hasta puede ser que muchas veces se acerquen a
nosotros con malicia (como el de la remera amarilla), más para
aprovecharse de nosotros que como
consecuencia de una verdadera necesidad y por lo tanto de un derecho.
Sin embargo no nos toca a nosotros juzgar a los que esperan de
nosotros los frutos de los dones que Dios nos da, ni mucho menos
sancionarlos con nuestra distribución arbitraria o antojadiza. Todo el
que llega a nosotros con el derecho a esperar algo, viene de parte de
Dios, y es a Él a quien, a través de sus enviados, damos sus frutos...