Les envío esta vez la predicación que preparé, sin necesidad
de
pronunciarla hoy, 21 de septiembre de 2008,
Domingo
XXV
del Ciclo Litúrgico A, en la Misa que concelebré en la Abadía
de
Praglia, cerca de Padova, presidida por Don Giuseppe Tamburrino, monje
de esta Abadía y postulador en al causa de canonización del Cardenal
Eduardo Pironio que me ha recibido con la proverbial hospitalidad
benedictina en mi paso por este lugar:
1.
ALGUNOS ESTÁN SIEMPRE BIEN DISPUESTOS PARA
TRABAJAR, OTROS SÓLO EN EL ÚLTIMO MOMENTO... Pasa en las mejores
familias. Cuando llega la hora del trabajo (cocinar, poner la mesa,
limpiar los platos, cortar el pasto), hay algunos que siempre están
preparados, "con las manos en el rastrillo", bien dispuestos y prontos
para lo que haya que hacer. Esto se ve de manera especial en la
Abadía de Praglia,
una gran Abadía
benedictina que existe desde el siglo XI, y en la que los monjes hacen
vida el lema que les dejó san Benito como camino de consagración
monacal:
ora et labora (reza y trabaja): atienden
su huerta,
restauran libros antiguos, fabrican su propia miel y otras muchas
ocupaciones, además de la oración litúrgica, cantada en el más puro
gregoriano...
Otros en
cambio, esperan la última llamada, porque están ocupados en otras
cosas, o están siempre de fiesta, o simplemente porque están
más
concentrados en el descanso que en el trabajo...
Hasta en
los Congresos, como en el XIII Congreso Internacional de Derecho
Canónico en el que he venido a participar en estos días en Italia, se
ve quien está dispuesto a trabajar desde el primer momento, y quien
prefiere dedicarse sólo a hablar, "tender redes", establecer relaciones
de las que se puedan sacar ventajas mayormente personales, y sólo a
última hora, si se lo apura demasiado, sentarse a trabajar...
Lo mismo que pasa en las familias sucede en el Hogar Marín, y en todo
grupo humano, como también en el país, y hasta en la Iglesia. Algunos
están siempre dispuestos a hacer lo que hace falta, poniendo el hombro
apenas se hace necesario. Y otros escapan todo lo que pueden, hasta el
último momento, suponiendo que son los demás los que tienen que cargar
con el esfuerzo de llevar las cosas a su término, de poner las manos en
la carretilla y empujar para adelante...
Sin embargo, hay cosas que no se pueden postergar sin graves
consecuencias, porque hacerlo equivale a dejarlas de lado para siempre.
Las oportunidades tienen su tiempo, y se las puede aprovechar cuando se
presentan, porque si se las deja pasar, ya no vuelven. Así pasa con el
llamado de Dios...
2. DIOS LLAMA EN TODO
MOMENTO, HAY QUE ESTAR SIEMPRE BIEN DISPUESTOS... Todo el tiempo
resuena para cada uno de nosotros un llamado de Dios, al que podemos
responder o dejarlo pasar en silencio. Jesús, Dios hecho hombre por
Amor, para salvarnos con la fuerza de su Amor, está siempre esperando
una respuesta de amor a su llamado. Dios no nos hace llegar su llamado
por telegramas. Yo, al menos, no he recibido ninguno. Pero las personas
que nos rodean son como cajas de resonancia en las que resuena el
llamado de Dios, que nos llega desde ellas como un eco. Cada vez que
alguien tiene derecho a esperar algo de nosotros, sea que nos lo
reclame o que guarde silencio, estamos ante un llamado de Jesús, que
espera una respuesta de amor. Y esa respuesta no puede
postergarse,
porque hacerlo sería lo mismo que negarla. Aunque Dios habitualmente no
mande telegramas, su voz es inconfundible...
Para todos resuena una
llamada de Dios, a
toda hora, desde la primera hora del día hasta que éste se termina.
Nadie debe hacerse el distraído, pensando que el llamado
es para otros. En la familia, por supuesto, en el Hogar Marín
y en toda la Iglesia, resuena la llamada de Dios para cada uno de
nosotros, a la espera de que ocupemos activamente nuestro puesto.
Pero también en esa familia grande, la casa de todos, la
tierra de
nuestros padres, la patria, nos reclama, y nadie puede pensar que el
que tiene que responder es el otro...
Al
contrario, hace falta que
estemos siempre bien dispuestos, "con las herramientas en la mano" para
responder sin demora, cada vez que Dios reclama de nosotros una
respuesta de amor, en las mil y una circunstancias en las que nuestros
hermanos, con sus palabras o sus silencios, nos hacen ver lo que pueden
esperar de nosotros...
Es posible que, si siempre hemos puesto el hombro cuando las
circunstancias nos hicieron ver el llamado de Dios, en algún momento
podamos sentir cansancio. Puede suceder incluso que lleguemos a tener
la tentación de pensar que es injusto que siempre seamos los mismos los
que estamos dispuestos a responder bien, mientras que otros se
aprovechan de nuestra buena voluntad. Jesús nos muestra en la parábola
que hoy nos presenta, que los que han respondido siempre bien desde la
primera hora tienen (¿tenemos?) la tentación de pensar que es injusto
que a todos les corresponda la misma paga, cuando no ha sido igualmente
parejo el esfuerzo. ¿Para qué esforzarse, entonces, trabajando todo el
día y todos los días, y soportar el peso de hacer el bien a lo largo de
toda la vida, si quizás bastaría, conforme a la parábola que Jesús nos
entrega hoy, una buena respuesta dada en el último momento? Nos puede
ayudar a encontrar la respuesta a esta inquietud tener en cuenta que
Dios no nos paga nuestro amor, como si fuéramos jornaleros que estamos
prestando un servicio que nos da frente a Él determinados derechos, que
le podemos exigir...
3. DIOS
NOS LLAMA PORQUE ÉL ES
BUENO, Y YA SU LLAMADA ES UN GRAN PREMIO... Dios no nos llama en razón
de nuestros méritos, ni nos paga por nuestros servicios, como si nos
debiera algo equivalente a un precio por lo que hemos hecho. Dios nos
llama simplemente porque Él es bueno...
El sólo hecho de haber
sido
llamados a formar parte de su familia, a estar con Él en esta barca,
que es la Iglesia, a la que nos subimos por la Fe, en la que vamos
navegando unidos a todos los que se han subido respondiendo a la misma
invitación que les ha dirigido Jesús, desde el punto de partida (el
Bautismo) hasta la meta, es (que es el Cielo) es ya un gran premio...
¿Qué sería de nosotros, si en vez de encontrarnos donde nos
encontramos, tuviéramos que cargar con el peso de una vida llena de
incertidumbres, por no conocer el llamado de Dios, si tuviéramos que
recorrer el camino de la vida sin conocer el llamado de Dios, que nos
ha hecho para el Cielo? Por otra parte, ¿cómo podemos estar seguros de
que vamos a responder bien en el momento preciso, en la última hora, si
no lo hacemos en todo momento?...
Demos gracias a Dios, entonces, que nos ha llamado, quizás desde hace
ya mucho tiempo, y mientras nos alegramos de este llamado,
dispongámonos a responder bien todo el tiempo. Estemos contentos de
tener a mano el escobillón o cualquier otra herramienta que en cada
momento haga falta. Disfrutemos del premio que significa estar ya
sumados a la alegría de saber que Dios nos ha llamado al Cielo, y sigue
llamándonos todo el tiempo...