Esta fue mi predicación de hoy, 7 de septiembre de
2008,
Domingo XXIII del Ciclo Litúrgico A,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. PUEDE
SER UNA GRAN TENTACIÓN
VIVIR AISLADOS, LEJOS DE TODOS LOS DEMÁS... Cuando las cosas no andan
bien, no sólo nos ponemos tristes, sino que también podemos tener la
tentación de escapar de los demás y aislarnos. Y si no podemos
aislarnos literalmente, es decir, irnos a vivir solos en una isla, por
lo menos intentamos quedarnos encerrados en un cuarto, que es lo que
tenemos a mano y lo que podemos hacer sin salir de casa. Aunque no sea
igual, es más o menos lo mismo...
Tenemos esta tentación
de
aislarnos del mundo no sólo cuando las cosas personales andan mal sino
también, y quizás especialmente, cuando las cosas del mundo que nos
rodean no funcionan. En esos momentos quisiéramos aislarnos de la
familia, de los amigos y del mundo entero para que nos dejen
en paz,
imaginándonos que si estuviéramos solos todo sería mejor o más fácil.
Pero en
realidad sabemos que esto no es posible, de ninguna manera. Aunque a
veces tengamos la tendencia a aislarnos, todos dependemos, en mayor o
en menor medida, de los demás. Ninguno de nosotros puede bastarse a sí
mismo, no podemos bastarnos solos. Para tener la ropa y los alimentos
que necesitamos, para cuidar nuestra salud, no sólo física, sino
también mental, dependemos de los demás. Pertenece a nuestra más íntima
naturaleza la necesidad de vivir en contacto y en comunión con otros.
Somos un "animal social" (a veces parece que fuéramos más animales,
otras veces parecemos menos sociales)...
Necesitamos unos de
otros para desarrollarnos
humanamente. Y aunque a veces nos pese el contacto con los demás, no
nos podemos aislar. Vivimos y crecemos en una mutua interdependencia.
Desde pequeños, nuestros brazos aprenden a tenderse hacia los demás, de
quienes esperamos ayuda y sostén. Aún antes que se inventara la
globalización, que en definitiva no es más que una consecuencia de
nuestra más primitiva naturaleza, nuestro ser social. Nuestras vidas
están de tal modo cruzadas que forman una trama en la que la de uno
depende de la de los otros. Puede ser que en este tiempo se hayan
acortado las distancias debido a los múltiples instrumentos que
facilitan la comunicación y los desplazamientos, pero desde siempre
todos dependemos de todos. Ahora, si dependemos unos de otros, si no
podemos vivir aislados,
viene bien que nos preguntemos qué tenemos que ver cada uno de nosotros
con lo que hacen los demás. Cuando nos encontramos ante tantas cosas
que no nos gustan, tanto desastre que probablemente sería evitable, y
tanto dolor que nos puede parecer innecesario, no podemos quedarnos
encerrados tratando de sacarnos las culpas de encima, y preocupándonos
sólo de que no nos arrastre la ola que va tirando todo y a todos, sin
parar...
2. TODOS SOMOS
RESPONSABLES:
LLAMADOS A RESPONDER TAMBIÉN POR LOS DEMÁS... Jesús nos muestra hoy
que se da entre todos nosotros lo que Juan Pablo II llamaba
una
misteriosa
solidaridad humana, por la que el pecado de cada uno
repercute en
cierta manera en todos los demás. No sólo
estamos unidos, entonces, en la gracia y el amor de Dios, sino también
en el pecado. Por eso Jesús nos llama a hacernos cargo del mal que
hacen los otros, invitándonos a la corrección fraterna en la comunidad
de la que somos parte, en la familia, en la Iglesia y en el mundo
entero. Ya el profeta Ezequiel recibía esta advertencia de Dios: los
demás pueden morir por las culpas de sus pecados, pero a él le pedirá
cuenta de sus sangre, si no fue capaz de advertirlos a tiempo para que
pudieran cambiar...
Responsable
es el que está
habilitado para dar una respuesta, el que tiene la obligación de
responder por otros. Y eso nos pasa a todos: somos responsables,
tenemos que responder ante Dios no sólo por nosotros mismos sino
también por los demás. Por supuesto, cada uno es responsable ante Dios
por sus propias acciones u omisiones. Pero todos tenemos también una
misteriosa solidaridad que nos hace en alguna medida responsables de lo
que hacen o dejar de hacer los demás. Sobre todo si no hemos hecho nada
para ayudarles a corregir sus malas conductas, si por comodidad o por
indiferencia hemos convivido con la mentira y con la falsedad, como si
no tuviéramos nada que ver con lo que hacen y dicen los demás, como si
pudiéramos aislarnos y dejar a cada uno encerrado en su pecado y que se
arregle solo...
A
propósito, en esos momentos en que casi como con un contagio masivo en
una reunión social todos tenemos razones para quejarnos de lo que hacen
nuestros políticos, deberíamos acostumbrarnos a agregar un capítulo
inicial dedicado a criticar lo que depende más directamente de
nosotros, es decir, lo que nosotros hemos hecho o hemos dejado de hacer
para que los políticos que hoy tenemos sean los que son y no otros.
Porque, que yo sepa, ninguno de ellos ha llegado a nosotros como parte
de una misión extraterrestre, sino que todos han aparecido de entre
nosotros, son parte de nuestro pueblo y de nuestras familias. Podría
decirse que cada pueblo tiene el gobierno que
quiere tolerar, sobre todo si no hace nada para corregirlo y cambiarle
el rumbo, con la fuerza de las urnas y de la crítica constructiva, en
el marco de la ley...
Esta responsabilidad de unos por otros tiene su raíz más profunda
es nuestro origen. Todos los que hemos nacido en este mundo hemos
venido del amor de Dios, y hemos sido hechos sus hijos por el amor de
Jesús, que se ha manifestado para todos en la Cruz y en la
resurrección...
3.
NACIDOS DEL AMOR DE DIOS, NUESTRA DEUDA ES
EL AMOR MUTUO... San Pablo nos habla hoy de la única
deuda que no
podemos desatender nunca. Cuando escribió la Carta a los Romanos, no
existía todavía el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero si hubiera
existido, San Pablo hubiera dicho lo mismo. Puede ser que algún
momento resulte posible o conveniente pagar o postergar el pago de una
deuda, como la que tuvimos y tenemos con el FMI, asumiendo las
consecuencias que se siguen. Puede ser también que de un día para otro
pretendamos pagar la deuda con el "Club de París", o con cualquier otro
conjunto de acreedores que nos acechen. Pero la deuda del amor mutuo
con los
que nos rodean más cercanamente, sobretodo cuando se trata de un amor
que nos llama a acudir en auxilio de nuestros hermanos que luchan por
la más elemental subsistencia, será siempre la única deuda que no se
puede desatender...
En los últimos años, con un trabajo paciente y
perseverante, el
Observatorio
de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica
Argentina
ha ido preparando lo que se ha dado en llamar un
Barómetro de
la
Deuda Social Argentina. Es un estudio que pretende "elaborar
de
manera sistemática elementos de información y análisis
destinados a servir a las nuevas y cruciales demandas que se plantean
en la sociedad, y a participar activamente en la definición y
resolución de los principales temas de la agenda social". El fruto de
ese trabajo nos muestra en casa momento una deuda de nuestra sociedad
que nos reclama silenciosa pero constantemente. Todos tenemos una mano
que sumar, que al reunirse con otras puede
pagar algo de esa deuda de amor mutuo que tenemos entre todos. A cada
paso se nos cruza la oportunidad de ofrecerle a alguien nuestras manos
para ayudarlo a llevar su Cruz. Llamados a hacernos responsables de los
demás también en el pecado, cuánto más tendremos que serlo en el amor.
Y ese amor nos hará crecer...