Esta fue mi predicación de hoy, 17 de agosto de
2008,
Domingo
XX del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. HAY ALGO PEOR QUE
UN
NIÑO CAPRICHOSO: UN
ADULTO CAPRICHOSO... Un chico caprichoso es algo muy feo. Es un chico
que está tratando siempre de imponer su voluntad, y
sólo sonríe, como
quien hace una concesión momentánea, cuando le
dan sin demora lo que
pide. Si, en cambio, alguien le niega lo que él quiere,
inmediatamente
se enoja y pone cara larga. Los niños caprichosos, de esta
manera,
tratan de manejar a sus padres y a otros mayores. Y, lo que es peor,
muchas veces lo consiguen. En realidad, los niños
caprichosos son tales
justamente porque han aprendido que con sus caras largas y sus sonrisas
administradas con mezquindad pueden manejar a sus padres y a otros
mayores, consiguiendo de esta manera lo que quieren, incluso cuando no
es algo bueno para ellos. Los padres de niños caprichosos,
quizás sin
darse cuenta, a lo mejor superados por el cansancio o vaya uno a saber
por qué ocultos sentimientos de culpa, cuando seden ante los
caprichos
de sus hijos pierden la enorme oportunidad que Dios ha puesto en sus
manos de educar a sus hijos, enseñándoles a
elegir sólo lo que es
bueno, y a renunciar a todo lo que no lo es...
De todos modos, hay
algo que
es peor que un
niño caprichoso. No, no se asusten ni sospechen a
raíz de la foto que
ven a la izquierda. No voy a decir que peor que un niño
caprichoso es
una niña caprichosa, porque en realidad, en esto no hay
diferencia
entre sexos, es igualmente feo un chico que una chica caprichosa. Lo
que realmente es peor que
un niño
caprichoso es un adulto caprichoso. Y de alguna manera todos nosotros
podemos serlo un poco...
Muchas veces damos por
supuesto que le podemos
pedir a Dios en nuestra oración todo lo que nos parece
necesario. Y Él,
si de verdad nos quiere, tiene que respondernos según
nuestros deseos o
caprichos. Si no nos concede lo que le pedimos, a veces hasta podemos
llegar a enojarnos con Dios. De esta manera, hacemos como si Dios
tuviera que estar a nuestro servicio, y hacer todo según
nuestro
parecer sobre nuestras necesidades. Incluso podemos llegar a pensar que
nuestra fidelidad y nuestro amor a Dios son el premio que le damos por
haber respondido a nuestros ruegos. Pero la verdad es que no somos
dueños
de Dios, y ni siquiera somos
dueños del mundo, ni nada que se le parezca. En realidad, la
vida no
tarda en enseñarnos, por poco que abramos el
corazón y la mente para
abrevar en la experiencia, que somos todos como cualquier hijo de
vecino. Vamos aprendiendo a fuerza de golpes que, tarde o temprano, el
que las hace las paga, y que hay que asumir las consecuencias de los
errores. Que no se trata de ponernos exigentes ante Dios, sino todo lo
contrario. Que no somos nosotros los que mejor sabemos lo que nos
conviene, sino que tenemos que aprenderlo, a veces dolorosamente. La
realidad nos va enseñando, entonces, que:
2. DIOS
NO ES DE NINGUNO DE NOSOTROS. ES AL
REVÉS, NOSOTROS SOMOS DE DIOS... Nuestra vida viene de Dios.
Y en
nuestro corazón ha sembrado un hambre de eternidad que de
ninguna
manera nosotros por nosotros mismos podemos satisfacer. Nuestras manos
tienen que tenderse hacia Dios, no como las manos del dueño
que espera
recibir el servicio de sus empleados o sus esclavos, sino como las
manos de quien necesita ser rescatado. Y Jesús viene para
hacerlo
("Jesús" significa justamente "el que salva")...
Dios nos
ha levantado de la
frustración en la
que la desobediencia del pecado nos había dejado. Nos ha
rescatado de
nuestras miserias, de nuestras mezquindades y de nuestros pecados. Dios
nos ha encontrado tirados por el piso y nos ha rescatado con su
misericordia y con su amor. No podemos ponernos delante de Dios como
quien exige sus derechos, pretendiendo que haga todo lo que nosotros
queremos. En realidad, lo que nos sirve es darnos cuenta de todo lo que
Él ha hecho de nosotros, y con un corazón
agradecido disponernos para
responderle con amor...
Es la fe, como la que
Jesús
alaba en la mujer cananea que se encuentra en su camino, la que nos
permite descubrir que todo lo hemos recibido de Dios. La fe nos permite
descubrir que, de parte de Dios, todo es regalo, todo es don, todo lo
hemos recibido. Quizás estamos demasiado acostumbrados a
tener siempre
todo sobre la mesa, y somos un poco como los hijos caprichosos, que no
valoran todo lo que han recibido de los padres. La Beata Juana Jugan
nos enseña con su vida, como lo hacen también la
Congregación de
Hermanitas
de los Pobres que ella fundó y que llevan adelante
sus Hogares de
ancianos en todo el mundo, a confiar de un modo tal en la providencia
que ya no estemos tan preocupados por lo que nos falta según
nuestros
criterios, que no sepamos agradecer lo que a cada instante vamos
recibiendo...
Siguiendo la imagen con la que la mujer cananea llena de fe
conmueve a
Jesús, quizás sea para nosotros el tiempo para
aprender un poco de la
actitud humilde de los cachorros, que se conforman con las migas que
caen de las mesas de sus dueños. Sabemos, por otra parte,
que Jesús va
mucho más allá de los límites de esta
imagen, ya que no nos trata sólo
con migajas, ni como cachorros, sino como a hijos y con toda la fuerza
de su misericordia y de su amor. No se trata, entonces, de tratar de
enseñarle a Dios qué es lo que nosotros
necesitamos, sino de algo mucho
más simple. Se trata de aprender, con la confianza que nos
da sabernos
en manos de Dios, que en su respuesta a nuestra oración Dios
nos da
todo y sólo lo que nos hace falta y conviene para nuestro
bien...
3. DIOS NOS TRATA
SIEMPRE
CON AMOR, Y NOS
LLAMA A SER TESTIGOS DE SUS DONES... Dios nos trata siempre con amor,
cuando responde a nuestra oración concediéndonos
lo que le hemos
pedido, y también cuando su respuesta no coincide con
nuestras
aspiraciones. Cuando tomemos conciencia, entonces, de que en nuestra
vida todo es don que viene de Dios, comenzaremos a tener más
confianza
en su amor, que nunca falla y nunca nos abandona, y que siempre llega
en el momento justo con lo que nos hace falta...
Las manos
de Dios son siempre unas manos misericordiosas, que
nos
rescatan de la miseria y nos reciben en su casa. Son las manos de un
Padre que hace todo y sólo lo que sus hijos necesitan. Si
tomamos
conciencia de este amor inclaudicable de Dios, es más
posible que
podamos poner remedio a nuestra soberbia, que puede llevarnos a creer
que tenemos derecho a esperar de Dios lo que a nosotros nos parece. De
esta manera, por otra
parte,
enseguida nos vamos a dar cuenta que los dones recibidos de Dios son al
mismo tiempo un compromiso, ya que todo lo que hemos recibido es para
compartir (no nos olvidemos que, en realidad, sólo se puede
decir que
se tiene lo que se está dispuesto a dar)...
Nadie
queda afuera del amor
de
Dios. Y en la medida en que nos damos cuenta que todo lo hemos recibido
de Dios, también vamos a descubrir que somos llamados a ser
testigos de
tantos dones que se han repetido y multiplicado una y otra vez a lo
largo de nuestra vida. Por eso, Dios quiere que también a
través de
todos y de cada uno de nosotros les lleguen a los demás
estos mismos
signos de su amor, de su misericordia y de su perdón. Los
dones
recibidos crean siempre el compromiso de una respuesta generosa...
Hemos sido invitados por Dios a compartir su Casa, que es el
Cielo, y a
partir de allí hemos encontrado el verdadero y completo
sentido de
nuestra vida. El camino por el que se llega a esa meta a la que hemos
sido invitados es el mismo por el que fue Jesús: la Cruz.
Para
nosotros, entonces, la caridad con la que podemos compartir con
nuestros hermanos los dones recibidos de Dios no será nunca
un deber
que se nos ha impuesto desde afuera, sino simple gratitud a Dios, que
es Dios...