Esta fue mi predicación de hoy, 10 de agosto de
2008,
Domingo
XIX del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín:
1. A
VECES LAS
COSAS
DESAPARECEN, JUSTO CUANDO MÁS LAS NECESITAMOS... Y las cosas que
desaparecen en los momentos cruciales son siempre las mismas, en primer
lugar los anteojos. Siempre sabemos
dónde
están, menos cuando los necesitamos. Incluso a
veces, después de buscarlos un rato largo, nos damos cuenta
que los
teníamos puestos o los llevábamos en la mano...
Lo mismo
sucede
con
las llaves de la casa. Basta que tengamos que salir un poco apurados
para que se haga imposible encontrarlas. Y lo mismo nos pasa con una
cantidad de cosas. Los
documentos, siempre bien guardados en un lugar determinado, basta que
los necesitemos y estemos apurados para
que no podamos
encontrarlos. Quizás les pasa de manera especial a las señoras con las
carteras, aunque ahora tienen un buscador infalible: el celular. Más
que un teléfono, un invento hecho para que las señoras puedan encontrar
sus carteras (suena un celular, cada uno con su tono personalizado, y
permite a quien lo dejó en su cartera encontrarla enseguida sin
dificultad)......
También
a Dios a veces lo buscamos a Dios desesperadamente, cuando la vida se
nos ha convertido en un
inmenso lío, y justamente en ese momento nos parece que se
esconde,
porque no lo encontramos. Así pasa con especial frecuencia en los
tiempos que estamos viviendo, todo el mundo parece envuelto en un
inmenso lío. Es inevitable que tiempos así la Iglesia sufra
persecución, ya que responde con valores inmutables y permanentes en
una época donde parece que todo cambia. A esta
Iglesia
que "molesta" recordando el bien y la verdad se la tratará
de callar...
En tiempos así podemos añorar una manifestación más
contundente
de Dios castigando el mal. Quizás prefiramos que Dios se
manifieste como un
viento huracanado que arrasa con el mal y nos permite empezar de nuevo
a construir
una sociedad más justa. Pero Dios no aparece así,
no se lleva de un plumazo todo lo que nos molesta. Tampoco lo hace como
un terremoto
que abre la tierra para que se trague a todos los ladrones, ya sean
de bancos o de gallinas, de autos o de impuestos. El profeta
Elías
tuvo que aprender a descubrir a Dios en una brisa suave. Puede ser que
a
veces no nos demos cuenta de la presencia de Dios, sobre todo cuando
llega la oscuridad y se pone tormentosa nuestra vida, cuando se hace
dura la marcha y las contrariedades nos hacen perderla claridad
y la calma, y dejamos de ver no sólo
desde dónde venimos,
sino también hacia donde vamos. Pero Dios no falta nunca, especialmente
si hay tormenta...
2. CUANDO LLEGAN LAS
TORMENTAS, JESÚS CALMA LAS AGUAS Y QUITA LOS
MIEDOS... Como a los
Apóstoles, también a nosotros nos sucede que a
veces nos encontramos
con tormentas que nos asustan. En el trabajo, en la salud, en nuestra
vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida
social, incluso en nuestra vida de fe, así como en la vida
de la
Iglesia, no sólo hay nubarrones que dejan por momentos todo
oscuro,
sino que también hay verdaderas tormentas, en las que no
para de caer
agua o piedra, y en las que hasta deja de verse el horizonte...
Aparecen tormentas que nos dan miedo y nos paralizan, que nos dejan
desorientados o sin saber qué hacer. También a
veces aparecen tormentas
que arrasan con todo. Y en medio de las tormentas podemos perder la
calma, o las ganas de luchar por nuestras convicciones, o el rumbo que
las mismas nos señalan, e incluso a veces podemos llegar a
perder la
confianza en Dios y también la fe...
Lo que
primeramente importa en
los tiempos de tormentas es que nos demos cuenta que cuando éstas
llegan, Jesús
siempre está presente. No hace falta responder con la audacia
y el atropello de Pedro, que se lanza al agua para caminar hacia
Jesús,
quizás tan confiado en sus propias fuerzas, que no tarda en
volver al
miedo y empezar a hundirse. La presencia de Jesús a veces es
silenciosa, pero siempre está, haciendo lo que hace falta.
Jesús está
marcando el rumbo, está sosteniendo la marcha,
está recordando la meta
y empujando hacia ella. Basta levantar la mirada para darse cuenta
que viene a nuestro encuentro en cada encrucijada. Basta lanzar hacia
Él nuestro grito y poner en Él toda nuestra
confianza para encontrar
que siempre trae calma a nuestra barca, si lo recibimos con fe...
Benedicto XVI para la Iglesia en el mundo entero, y cada Obispo en su
diócesis, nos ayudan a permanecer en
la Barca,
que es la Iglesia. Hay que permanecer en ella, porque Jesús
siempre
vendrá a traer la calma y quitar los miedos a quienes
estén en la
Barca, en la Iglesia. Y el modo de permanecer en ella es tomarse firme
de la Cruz, ya que en ella Jesús nos trajo la
salvación y en ella la
encontraremos siempre, más allá de los efectos
efímeros de las
tormentas...
3. HAY
QUE IR CON JESÚS EN LA
BARCA, PARA SUPERAR LAS TORMENTAS... Jesús no
sólo viene a
nosotros caminando sobre las aguas. En realidad, nuestra Barca es la
suya, es la Iglesia, y en ella nos ha invitado a navegar junto
con Él.
Nos acompaña en toda la marcha, porque nos quiere para
siempre junto a
Él...
Podrán seguir viniendo
muchas tormentas en todos
los ámbitos de
nuestra vida, personal y social. Podrán llegar tormentas en
nuestra
salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y
en
nuestra vida social, y para la Iglesia entera. Podrán
multiplicarse los
tiempos y los intentos de persecución, como ya los ha vivido
muchas
veces la Iglesia a lo largo de sus dos milenios (el tercero no tiene
por qué ser distinto). Podrán
llegar
tormentas incluso que hagan temblar nuestra fe, pero con
Jesús en la
Barca,
también llegará la calma. Salimos de una orilla,
en la que comenzó
nuestra vida, y vamos hacia la otra, en la que podremos alcanzar la
meta de nuestra vida. Jesús nos ha hecho para el Cielo, y
él mismo
calma todas las
tormentas que pueden presentarse durante la marcha, para que,
mientras vamos de camino, nada ni nadie puedan
nunca separarnos de Él...