Esta fue mi predicación de hoy, 27 de julio de
2008,
Domingo
XVII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. NO SE
PUEDE
TENER TODO. HAY
QUE SABER ELEGIR LO QUE VALE LA PENA... No se puede tener todo al mismo
tiempo, y por eso muchas veces es necesario saber elegir lo que vale la
pena para cada momento, o al menos aceptar lo que en cada momento
llega. Es muy posible
que
a todos nos guste que todos los días, o al menos los domingos y los
demás
días de
descanso, sen soleados, ya que el sol nos
despierta
siempre una sonrisa y nos pone de buen humor. Pero, si sólo
hubiera días
de sol, ¿cómo llegarían a nosotros las
lluvias, que hacen que las
semillas sembradas den muchos y buenos frutos, y la tierra nos
dé los
alimentos que necesitamos? Por eso, además del sol, hace
falta que
también sepamos alegrarnos con los días nublados y con la lluvia...
Seguro
que a todos nos gusta tener buena salud. Pero al mismo tiempo
nos gustan las comidas cargadas de grasa (por
ejemplo, un buen
asado bien jugoso, precedido por un buen copetín lleno de
ricos
embutidos), y los postres bien dulces y llenos de delicias. Ahora bien,
llega un momento en que hay que elegir. Porque si
la sal, o las grasas, o los dulces, no resultan adecuados para nuestra
particular salud, tendremos que aprender a prescindir de estas cosas, o
aguantarnos que nuestra salud se resienta, no podremos conservar el
hábito de comer lo que se nos dé la gana sin
asumir las inevitables
consecuencias...
Puede
ser que
alguno haya
hecho o esté haciendo planes para ser un gran triunfador
en su
profesión, o en el deporte que le gusta, o en la ciencia en
la que
encuentra mayor gusto. Es un plan muy loable, y si tiene la capacidad
suficiente seguramente podrá lograrlo. Pero eso
tendrá su precio.
Deberá dedicarle tiempo, atención,
dedicación y esfuerzo a su plan, ya que
las metas elevadas no se alcanzan de un
día para otro sino que
requieren tiempo y constancia...
No se
puede pretender
llegar a
una meta elevada si en vez del esfuerzo que se necesita para
alcanzarla sólo se es capaz de un esfuerzo sostenido
a la hora de plantarse frente a la televisión para convertirse en un
"experto del zaping", teniendo constancia
sólo para descansar o perder el tiempo, con el control remoto en la
mano,
pasándose horas enteras viajando de una pantalla a otra, sin
frenar
nunca en algo que valga la pena...
Realmente hay cosas que son muy importantes por las que
vale la pena dejar todo lo demás, incluso el control remoto
del
televisor. Eso es exactamente lo que sucede cuando Jesús
aparece en
nuestra vida y nos ofrece participar de su Reino, el Reino de Dios,
que se realiza plenamente en el Cielo pero que comienza ya
aquí en la
tierra. Hoy Jesús quiere ayudarnos a medir qué
estamos dispuestos a
hacer cuando Él aparece en nuestra vida con esta propuesta...
2. PARA
ENTRAR EN EL
REINO DE
DIOS, HAY QUE ESTAR DISPUESTOS A DEJARLO TODO... Dios no puede estar en
un segundo lugar. O lo es todo en nuestra vida, o se nos queda afuera.
Por eso, cuando aparece, hay que estar dispuestos a dejar todo lo
demás...
A veces Dios aparece
de sorpresa
en nuestra vida, en el momento y del modo que menos lo esperamos. Como
le sucede al hombre de la primera parábola que hoy nos
presenta Jesús.
Sin buscarlo, se encuentra con un tesoro enterrado en un campo. A veces
Dios también parece de sorpresa en nuestra vida, a
través de una
palabra, un gesto fraterno, de un reclamo o de una necesidad con la que
alguien que se cruz en nuestro camino nos llama a la puerta. Y bien,
ese es el momento en que tenemos que "dejarlo todo" para atenderlo a
Dios, y de esa manera entrar en su Reino, o, dicho de otro modo, dejar
que su Reino entre en nosotros, dejar que Dios reine en nosotros con
toda contundencia...
Otras
veces Dios aparece
en
nuestra vida después que lo hemos estado buscando con
insistencia y
perseverancia. Así le sucede también al
negociante que se dedicaba a
buscar perlas finas, hasta que finalmente encontró la que
siempre había
esperado encontrar. Muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo con Dios.
Nos hemos pasado mucho tiempo buscándolo, de una y otra
manera, con
impaciencia e incluso a veces hasta con quejas, cuando nos ha parecido
que se escondía y nos rehuía, sin responder a
nuestros reclamos y a
nuestra oración...
En todo caso, sea de una manera o de otra, Dios aparece en
nuestra vida, y cuando lo hace reclama todo nuestro amor. Hace falta
"venderlo todo",
hay que desprenderse de todo para atesorar el Reino de Dios, para
llenarse de su presencia. En realidad,
Dios aparece en nuestra vida todos los días, está
siempre "a la vuelta
de la esquina". Por eso, es necesario estar siempre dispuestos a
desprendernos de todo para quedarnos siempre con Dios, y encontrar la
verdadera alegría. Salomón nos muestra cómo supo responder a Dios.
Cuando se le presentó ofreciéndole pedirle lo que
quisiera, no puso entre sus preferencias una larga vida, ni riqueza, ni
que destruyera a sus enemigos, sino simplemente la sabiduría
de un
corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal...
3.
CONFIEMOS EN EL
AMOR DE DIOS
Y, PUESTOS EN SUS MANOS, VIVAMOS CON ESPERANZA... Si confiamos en el
amor de Dios, pondremos para siempre nuestra ancla en
Él. Y si Dios se
convierte en nuestro punto firme, si ponemos en Él el ancla, si Él
se convierte realmente en el único fundamento al que estamos
dispuestos
a no renunciar nunca, entonces podremos vivir animados siempre con una
esperanza cierta....
Si la miramos bien, nos daremos cuenta que el ancla
que nos afirma en Dios siempre tendrá la forma de la Cruz, ya
que es allí
donde Jesús convirtió la muerte en un camino
hacia la Vida, y donde
cambió la desobediencia de los hombres en fidelidad a Dios.
Precisamente por eso el con forma de Cruz
está hecha a
la medida humana y nos orienta hacia el Cielo, donde nuestra
condición
humana puede desplegarse en toda su grandeza...
Anclados en Dios, nos
ponemos del todo en sus manos. ¿Y en
qué mejores
manos nos podremos poner? Nos dice San Pablo que Dios dispone todas las
cosas para el bien de los que lo aman. Puestos en sus manos,
estamos en
manos muy seguras, como familia, como Iglesia, y también
como nación.
Tendremos salud o enfermedad, retenciones móviles o fijas, moderadas o
confiscatorias, paz o violencia y corrupción, pero en todo podremos
encontrar
caminos de
salvación, si estamos dispuestos a elegirlo a Dios por
encima de todo,
y nos ponemos confiados en sus manos...
De esta manera será posible que cada uno de nosotros ponga
en cada
momento lo mejor de sí mismo, para ayudar a construir
también un futuro
mejor, que se va haciendo de a poco, y que en definitiva no es ni
más
ni menos que el Reino de Dios. Es a través de nuestra
conversión cotidiana que se
irá manifestando cada día más en este mundo el Reino de Dios,
mientras caminamos hacia la Vida eterna, donde podrá manifestarse con
toda su
plenitud...