Esta fue mi predicación de hoy, 20 de julio de
2008,
Domingo
XVI del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
EN NUESTRO TIEMPO ABUNDAN
LOS SIGNOS DE LA
INTOLERANCIA... Por todos lados nos encontramos con actitudes
intransigentes de personas que piensan que sus problemas se
acabarían
quitando de en medio (literalmente, haciéndolas desaparecer
del mundo
si fuera posible) algunas personas que obstaculizan sus planes o sus
ideas. A muchos les gustaría hacer desaparecer de sus vidas a los que
les molestan, y si no fuera posible al menos darles con el hacha
(literalmente, la h
erramienta
cortante, compuesta
de una gruesa hoja de acero, con filo algo convexo)...
En
el orden local hemos conocido en este tiempo escalofriantes gestos de
intolerancia, que no han hecho más que encrespar a la sociedad, con el
riesgo efectivo de dividirla en bandos irreconciliables. Hasta los
intentos de expresar con humor los conflictos, que es un modo de
aliviar la tensión que crean, merecían incomprensión y castigo, por lo
menos verbal. La lucha sin cuartel y la
intolerancia en los ámbitos políticos adquiere una especial relevancia,
porque nos hace sospechar la carencia de la actitud de
servicio, indispensable para quien se dedica a esa noble actividad y en
su lugar parece más visible la búsqueda de poder, dinero y placer
para
exclusivo bien personal...
Alguno
quizás se anime a más, al menos algunas veces. Para despejar su camino,
quizás se ponga a rezar pidiendo a Dios que sus enemigos se vayan al
Cielo, pero ya, pronto, en este mismo día (para lo cual es condición
necesaria, aunque no suficiente, que se muera). El mal, sobretodo si se
lo acompaña con la prepotencia y la impunidad, nos irritan, y puede
provocarnos reacciones violentas. Sin embargo, hay que tener en cuenta
que si tuviéramos la posibilidad de hacer una lista con los que
quisiéramos echar efectivamente de nuestra vida, es muy posible que no
quedara nadie: es muy probable que cada uno de nosotros estaríamos en
la lista de más de uno...
Evidentemente, no sólo las buenas semillas que Dios siembra, semillas
que siempre producen frutos de encuentro y
comunión,
están el
mundo. También se siembran otras semillas que provienen del demonio y
que
producen
desencuentro y división. Por eso
Jesús quiere
enseñarnos a hacer lo que hay que hacer cuando nos
encontramos con el
mal...
2. DIOS ESPERA EL
TIEMPO DE
LA
COSECHA PARA ARRANCAR Y QUEMAR LO QUE NO SIRVE... Como
veíamos el
Domingo pasado,
la
Palabra de Dios es la semilla buena, que Él no
deja de sembrar en
el mundo. Pero también se siembra en todos los corazones la maldad, que
hoy vemos
reflejada en
la cizaña. El demonio, que ha sido
derrotado
para siempre por Jesús en la Cruz, ya que queriendo
destruirlo por la
muerte lo hizo llegar al Cielo, sigue sembrando estas semillas de
maldad en el mundo que Dios ha hecho bien...
La
cizaña (
lolium
temulentum) es una
planta que se
parece al trigo (en algunas regiones se la llama "falso trigo", en la
imagen es la planta de la derecha), del cual sólo se la puede
distinguir bien cuando ya ha dado
su fruto.
La cizaña no alimenta, sino que envenena. Así
también, el mal divide y
enfrenta, mientras que Dios une y lleva a la comunión de los
hombres
con Él y de los hombres entre sí. Es verdad que a
todos nosotros nos
gustaría un mundo en el que sólo hubiera personas buenas. Pero eso no
es
posible. En todos los corazones humanos, entonces, hay algo de bueno y
algo de malo en diversas proporciones. Nadie es ya totalmente bueno, de
modo que ya no pueda mejorar en nada, así como nadie es totalmente
malo, de modo que ya esté irremediablemente condenado...
Mientras
vamos de camino en
este mundo, el lugar de la batalla entre el bien y el mal es el
corazón
de cada uno de nosotros. Se trata, entonces de fortalecer el
crecimiento del bien en cada uno de
nosotros y en los que nos rodean, con el esfuerzo y el
trabajo cotidiano, sin destruir "el campo de batalla":
todos y cada uno de los hombres llamados por Dios a la vida
en este
mundo. ¿Qué hubiera pasado si en tiempos de San
Agustín se hubiera
decidido "aniquilar" a todos los adúlteros y libertinos?
Pues
sencillamente nos hubiéramos quedado sin este enorme santo,
que al
momento de su conversión andaba por esos malos caminos.
Desde allí, por
la gracia de Dios y la fidelidad de su respuesta, llegó a
ser el gran
Obispo que fue, predicador insigne y maestro de la fe...
Estamos juntos en este mundo, y hace falta un mínimo orden
que permita
la convivencia. Por eso nos ponemos de acuerdo en unas reglas de juego,
que llamamos "estado de derecho", con las que se deciden y se custodian
los lugares que cada uno tiene que ocupar. Y por eso está
bien, es
justo y es necesario, que al que roba o al que mata le corresponda la
cárcel, según la gravedad de lo que ha hecho y según se decida por la
autoridad correspondiente conforme a la ley,
y que al que miente
habitualmente no se le crea todo lo que nos dice, sino todo lo
contrario. Pero eso no significa que nos podamos hacer
dueños de la
cosecha, y ponernos nosotros mismos a dictaminar qué sirve y
qué no
sirve, que se debe guardar y qué de debe tirar,
quién puede quedarse en
esta barca que es el mundo, en la que vamos todos juntos, y a
quién se
lo debe echar...
3. HACE
FALTA
INDULGENCIA Y
TOLERANCIA, HASTA QUE LLEGUE EL TIEMPO DE LA COSECHA...
La Omnipotencia
de Dios, nos dice hoy el Libro de la Sabiduría, lo hace
indulgente
hasta el tiempo de la cosecha. Sería absurdo, por lo tanto, que
nosotros
fuéramos intransigentes en
nombre de la Verdad. Podríamos quemar muchas semillas
buenas, si nos
faltaran la indulgencia y la tolerancia para con los demás. Nosotros
mismos hemos necesitado de la indulgencia y la tolerancia de
muchos para llegar a donde estamos. Tiene sentido, entonces, que
estemos dispuestos a ejercitarla con los demás. A la hora de la
corrección,
por lo tanto, no hay que ponerse en un estrado superior, desde el que
hagamos sentir nuestro supuesto bien a los demás como un
peso que los
hunde en vez de levantarlos. Al contrario, nuestra
corrección tendrá
que salir siempre de un corazón que arde en el amor, que con
una
sonrisa comprensiva se acerca para ayudar a levantarse al que se ha
caído...
Y
mientras se celebra hoy en muchos países el
día
del amigo
(iniciativa de un argentino a raíz de la llegada del hombre a la luna,
ocasión en la que vio que por una vez en la vida todo el mundo estaba
unido), podemos pensar que nuestra urgencia es celebrarla poniendo
nuestra mirada en la amistad social. Con Jesús se ha hecho claro que
Dios llama a un mismo destino de salvación a todos los hombres de todos
los tiempos. Es posible, por la tanto, una paz que se entienda como
amistad social, en la que todos nos animamos a poner por delante de
todo un bien común, que es de todos, que es para todos, y que se
construye entre todos. Esta amistad social, que es la base de toda
comunidad humana que crece, y que en nuestra patria está tan golpeada y
herida, podemos reconstruirla cada día si nos disponemos y nos
preparamos para tejerla pacientemente siendo testigos fieles de todo lo
que recibimos de Jesús...
Nuestra tarea comienza,
entonces, por vigilar nuestro
corazón, para que
allí entren sólo las semillas buenas. Si en
nuestro corazón crece el
amor, seremos más capaces de corregir con amor, mientras
soportamos con
indulgencia y tolerancia el mal de los demás.
También tenemos que
alentar a los que sienten más vivamente en su
corazón la lucha entre el
bien y el mal, para ayudarlos a inclinarse hacia el buen lado. En
definitiva, lo mejor que podremos hacer por el que erra,
será
mostrarles el bien, con nuestro amor y nuestra oración...