Esta fue mi predicación de hoy, 8 de junio de 2008,
Domingo
X del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. CON
LOS AÑOS SE JUNTAN LOS ACHAQUES, Y
TAMBIÉN LOS MALES DEL CORAZÓN... El paso del tiempo es implacable, va
dejando inexorablemente sus huellas. Por eso, con los años vienen
también los achaques, que se van sumando. De allí nace el dicho popular
según el cual
si después de los cuarenta al momento de
despertarte
no
te duele nada, es clara señal de que ya te has muerto...
En
realidad, habitualmente las
cosas no suceden tan de golpe, y los achaques vienen de a poco. En un
determinado momento ya no nos sentimos seguros para caminar, porque nos
fallan los músculos o las articulaciones, y necesitamos un brazo en el
que apoyarnos. Pasa el tiempo y un brazo no nos alcanza. Entonces
comenzamos a necesitar más ayuda, y puede servirnos primero un bastón
común, después un bastón de tres patas, y finalmente necesitaremos un
andador, que nos podrá ser de gran ayuda si aprendemos a valernos de
él. Los problemas aparecen también sin necesidad de esperar que el
tiempo deje sus huellas. Le bastaría a un joven que ha ido más allá de
la medida en una noche de diversión, para que, a pesar de la juventud,
al despertarse, el dolor de cabeza le recuerde que hay límites que no
se deben pasar (como dice un conocido refrán:
Dios siempre
perdona,
los hombres
a veces perdonamos, y la naturaleza nunca perdona: si
tratamos mal
a
nuestro cuerpo enseguida, sin demora, recibiremos su protesta)...
Pero los
achaques
del cuerpo no son los únicos ni los primeros que vienen. Mucho antes de
cargarnos de años, mucho antes de llegar a los cuarenta, se van
juntando las huellas que van dejando en nuestro corazón nuestras
maldades o rebeldías, y si conservamos la sensibilidad suficiente para
que nos duelan nuestros pecados, vamos a sentir nuestro corazón ajado
por los males que nosotros mismos hemos provocado. Más allá de los
"certificados de buena conducta" que cada tanto nosotros mismos nos
otorgamos creyendo que en realidad no somos tan malos como otros a
quienes criticamos duramente, puestos delante del espejo, mirándonos a
la luz del día, todos tenemos que reconocer que al menos en algo somos
al menos un poco "piratas"...
Es cierto que es mucho más fácil ver lo que hacen mal los demás, y por
eso se nos hace mucho más fácil levantar el dedo acusador para
dirigirlo a quienes habitualmente criticamos (seguramente tienen allí
un lugar preferencial los políticos, los gobernantes y todos los que,
según nuestro parecer, hay que señalar como los causantes de nuestros
males). Pero también es cierto que no sólo los demás tienen miserias
que podemos acusar. También cada uno de nosotros sabe en qué ha sido o
es "medio pirata", por acción o por omisión, de modo que todos tenemos
algo de qué dolernos, y sobre todo, de qué arrepentirnos, algo que, si
nos fuera posible volver atrás, ahora haríamos de un modo distinto.
Justamente por eso, hoy Jesús quiere recordarnos que, si somos capaces
de reconocer nuestros pecados, no estamos perdidos. Porque Jesús tiene
debilidad por los pecadores, ya que, como buen médico de los verdaderos
males, no ha venido a buscar a los que están sanos sino a los que
necesitan su perdón...
2. JESÚS SIEMPRE SE
ACERCA CON
AMOR A TODOS LOS QUE NECESITAN SU PERDÓN... Por esta razón, lo primero
que nos hace falta ante nuestras miserias y pecados es descubrirlos con
sinceridad, reconocerlos con el corazón bien dispuesto, y asumirlos con
realismo. Eso hace posible que, con el corazón arrepentido y dispuestos
a levantarnos de la postración en la que nos dejan, estemos abiertos
para recibir a Jesús, que golpea a la puerta de los corazones que
necesitan su perdón. Él no ha venido para los que están sanos, para los
limpios e impecables, sino para los que necesitamos su perdón. Ante
Jesús no valen, entonces, los certificados de buena conducta, sino los
corazones arrepentidos y dispuestos a ponerse de pie, con Su ayuda, que
nunca falta...
Tengamos
en cuenta que Jesús
llama a todos. No esperó a que Mateo, que era un recaudador de
impuestos (que, como se hacía en ese tiempo, había "comprado" su empleo
a los romanos, y cobraba los impuestos a sus conciudadanos, quedándose
con una buena parte para su provecho personal, "robaba para la corona"
romana y para su bolsillo), viniera a buscarlo, sino que tomó la
iniciativa y lo invitó a seguirlo. Pero nada hubiera cambiado en su
vida si Mateo, poniéndose de pie (levantándose de sus postraciones), no
se hubiera puesto a seguirlo...
Como a Mateo, también a nosotros Jesús viene a buscarnos y hacernos
parte de su familia. También a nosotros Jesús nos recuerda que es más
importante el amor que los holocaustos y sacrificios. El amor con el
que respondamos a Jesús, que viene con su perdón, más que los
sacrificios con los que queramos hacernos merecedores de su atención.
Es el amor con el que Jesús se acerca a nosotros el que puede realmente
transformarnos y hacernos capaces de ponernos nuevamente de pie, cuando
nuestros pecados nos han postrado. Y son nuestros pecados, no nuestros
méritos, los que ponen en marcha el amor de Jesús que viene a nosotros
con más insistencia, cuanto más necesitados estemos de Él. Jesús nos
llama con amor, y con ese amor pone a nuestra disposición todo el
perdón que necesitamos. Hace falta ponerse de pie y seguirlo, para
poder ser sus discípulos. Todo el amor de Jesús no reemplaza lo que a
nosotros nos toca, esa respuesta con la que aceptamos su amor
misericordioso y, puestos de pie, nos disponemos a seguirlo...
3. JESÚS
QUIERE REUNIRNOS A TODOS EN EL
CIELO, EN EL BANQUETE DE DIOS... El Cielo es la fiesta grande y
definitiva en la Casa de Dios, para todos los que han aceptado su
invitación. El "hijo pródigo" es recibido en ella por el Padre
misericordioso, y allí comienza la fiesta (a la derecha vemos cómo
imaginó esa escena el pintor español Bartolomé E. Murillo)...
En el
Cielo nos encontraremos,
entonces, con todos los que, llamados por Dios, se dispusieron para
recibir su perdón. Es muy posible que encontremos entre ellos
a muchos
que hoy
nos parecen no sólo impiadosos sino hasta
dañinos. Algunos pondrían en esa lista a algunos hombres del campo,
otros a algunos camioneros, otros a algunas personas del gobierno,
protagonistas de la disputa que se vive en Argentina hace noventa días.
Pero hay que tener en cuenta que también a todos ellos se dirige el
llamado de Dios, que no excluye a nadie. Si hacen algo mal, también
pueden cambiar, "regresar a la Casa del Padre" y recibir su perdón,
como Mateo, que
terminó siendo uno de los Apóstoles, y como tantos otros. Todos son
llamados
por Dios, y todos están invitados a la misma fiesta,
al mismo Banquete del Cielo. Si por la
misericordia de Dios, llegamos a la fiesta, nos encontraremos allí con
todos los que hayan aceptado la invitación de Dios y su misericordia...
Por esta razón, mientras vamos de camino, ante los pecados de los demás
no se trata de perder el tiempo o distraernos echando las culpas a unos
y enemistándonos con otros. No se trata de quedarse acusando a los que
nos parecen más culpables, y rasgándonos las vestiduras ante los que no
quisiéramos tener sentados al lado. Como Mateo, muchos "piratas" pueden
cambiar de rumbo para seguirlo a Jesús y llegar a su Mesa. A nosotros
nos toca reconocer nuestras miserias, suplicar su misericordia, y
siendo testigos de su perdón, ayudar a que todos se encuentren con este
don. Ahora, enseguida después de la Misa, prolongaremos la fiesta de
este Domingo, con el asado que algunos han preparado para regalarnos, y
con los juegos que nos entretendrán toda la tarde. Vivamos esta
celebración de la vida, en la que consiste la fiesta, como un anticipo
del Banquete del Cielo, que está hecho para todos...