Esta fue mi predicación de hoy, 30 de marzo de
2008,
Domingo
II del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. HAY
MUCHAS COSAS QUE, AUNQUE SEAN MUY BUENAS, NO DURAN MUCHO... Tomemos por
ejemplo el periódico. No resulta algo
especialmente bueno, pero de todos modos, el Domingo viene más grueso
que cualquier otro día, lleno de secciones especiales, artículos de
fondo y notas especiales. Por eso en ese día quizás nos disponemos con
un gusto especial para sacarle el jugo de la mejor manera posible. Sin
embargo, al término de un rato, no nos queda nada más que nos parezca
que valga la pena leer. Nos decía un profesor de filosofía durante mis
estudios en el Seminario
(eso pasó en el siglo pasado, es más, en el milenio pasado, pero vale
todavía hoy), que no hay nada más viejo hoy que el diario de ayer...
Lo mismo
pasa con todos los
"bienes consumibles" que, conforme a su propia naturaleza, en un rato
se consumen y ya no están más. Los alimentos, especialmente cuando son
muy buenos, siempre nos parece que duran poco. Lo mismo que algunas
bebidas especiales. Las destapamos, las olfateamos con cara de
entendidos, las probamos, y apenas las empezamos a compartirlas con
algunos amigos, nos damos cuenta que se han acabado. También pasa a
veces con
la ropa. Igual sucede con
alguna ropa a la que le tomamos especial cariño. Se nos pone vieja y
deshilachada antes que nos cansemos de ella, y tenemos que dejarla de
lado con pesar, porque no aguanta más uso. Es una de las luchas que
tienen conmigo las Hermanitas del Hogar. Cuando se llevan mi ropa para
lavarla, cada tanto me avisan que hay alguna camisa o alguna camiseta
que ya no admite más reparaciones, y les cuesta convencerme de dejarla
de lado...
También la paz, que es
un bien que no abunda, a veces dura muy
poco. No sólo en las frágiles situaciones de equilibrio en la
estructura social (en Argentina tenemos, desgraciadamente, demasiadas
experiencias
de esto). Después de unos días que nos tuvo en vilo en Argentina por el
paro del campo, pareció abrirse una puerta para el diálogo, pero a las
pocas horas todo estaba como al comienzo, y ya llevamos diecisiete días
de desencuentro. Lo mismo pasa en la vida familiar. Cuando todo parece
estar
bien, un grito o un impaciencia desencadena una "batalla"
cargada de reproches y agresiones. También en la cotidiana convivencia
social, un imprudente que no respeta un semáforo, aunque no produzca un
accidente puede provocar enojos, peleas, agresiones y muchas otras
cosas más...
En realidad, todo lo bueno se termina. E incluso la vida,
aunque
haya durado muchos años, nos puede resultar corta, cuando vemos que se
acerca su fin, y nos hace pensar que sería bueno que durara un poco
más. Todo esto nos pone en evidencia que todos nosotros
llevamos en lo
más íntimo de nuestro corazón unas ansias de plenitud que no alcanzamos
a colmar en las limitadas condiciones en las que vivimos, y que nos
hablan de una aspiración sin límites, que sólo alcanza su explicación y
su posibilidad de ser colmada si la referimos a Dios...
2. LA PAZ, LA ALEGRÍA Y
LA VIDA QUE DA JESÚS
DURAN PARA SIEMPRE... Dios nos ha hecho para la paz y para la alegría
sin límites, y ha sembrado en nosotros una vocación de eternidad. Nos
ha llamado a vivir con Él en una eterna comunión, que dure para
siempre. Pero todo esto no es posible en las estrechas dimensiones de
esta vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la
vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición
humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y
desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por eso
volvemos en este Domingo de la Octava de Pascua a las huellas visibles
de la Resurrección de Jesús, la Tumba vacía y las apariciones de Jesús
a los Apóstoles, huellas humanas de un hecho que rompe los límites del
espacio y del tiempo para ponernos en contacto con la realidad
sobrenatural a la que Dios nos llama...
Jesús es la fuente de
una paz y de una
alegría que no se terminan, porque la Vida del
resucitado es una Vida que vence al pecado y a la muerte, y es una Vida
eterna. Las primeras comunidades cristianas (leímos hoy en los Hechos
de los Apóstoles) compartían sus bienes con mucha libertad. Los movía
el amor al que lleva la fe. Puede llamar la atención esa disposición
tan viva que lleva a
un grupo de fieles a un amor tan intenso por el que se decide
compartirlo todo. Nadie les ponía un revólver en la cabeza, para
"imponerles" la decisión de compartir sus bienes para el bien de todos.
La explicación es muy sencilla. El amor que surge de la fe, que lleva a
encontrar en Jesús la paz, la
alegría y la Vida, hacía posible para ellos pensar cada uno en los
demás, en vez de concentrarse sólo en el propio interés. A la luz de
esta experiencia, podemos pensar sin temor a errar mucho que si durante
el diálogo que tuvieron este fin de semana las autoridades y los
dirigentes del campo hubiera estado más presente Jesús en el corazón de
todos los que se sentaron a la mesa, hubieran sido otros los
resultados...
Por eso Jesús, cuando se aparece a los Apóstoles después de la
Resurrección, les dijo insistentemente que venía a traerles la paz. Y
al recibirlo los Apóstoles se vieron inundados por
la alegría. Además, como nos dice hoy san Juan,
éste y los demás hechos de Jesús que encontramos relatados en los
Evangelios están allí escritos allí para que creamos en Él, y creyendo
tengamos la Vida eterna. Muchas otras cosas que hizo Jesús no están
relatadas en los Evangelios. Y si no lo están, es simplemente porque no
nos hacen falta para creer que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y
que en Él tenemos la salvación que Dios ha puesto al alcance de
nuestras manos...
3. NO
NOS HACE FALTA VER SINO
CREER, PARA RECIBIR LA VIDA QUE DIOS NOS DA... Puede ser que alguna vez
hayamos pensado que a nosotros nos ha tocado la parte más difícil, ya
que fuimos llamados a la fe para encontrar la salvación, sin tener
demasiadas constancias visibles que nos garanticen la verdad de la
Resurrección de Jesús. Quizás hemos pensado que todo sería más fácil si
nos ofrecieran más pruebas que nos lleven a la fe. ahora bien, en todo
caso no seremos los primeros en tener esta ocurrencia. Ya lo pensó el
Apóstol Santo Tomás, de sobrenombre el Mellizo, que no se encontraba
con los demás la primera vez que se les apareció Jesús resucitado a los
Apóstoles...
El Domingo siguiente Santo Tomás pudo ver a Jesús resucitado,
y
también pudo creer. Pero no fue lo que vio lo que lo llevó a la
salvación, sino la fe. Lo que nos importa ahora es que la alabanza de
Jesús no fue para él, sino para nosotros, cuando nos dijo: «¡Felices
los que creen sin haber visto!». No es, entonces, "ver" más lo
que nos
hace falta, sino creer más y mejor, y vivir con más compromiso y
decisión las consecuencias de esta fe a la que Jesús nos llama, para
que alcancemos esa paz y alegría que nadie podrá quitarnos, y para
alcanzar la Vida que sólo Jesús nos puede dar, y que es la única que
puede más que el pecado y que la muerte...