Esta fue mi predicación de hoy, 23 de marzo de
2008,
Domingo
de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. NOS
VAMOS PONIENDO VIEJOS; NOS HACE FALTA NACER DE NUEVO... Cuando
Juan Pablo II los visitaba en su tierra natal o cuando los polacos
peregrinaban a Roma, le cantaban diciéndole "
¡Sto lat!",
que en
polaco
significa "que vivas 100 años". No hubiera servido de mucho que Dios
les hubiera concedido lo que parecía un súplica además de una expresión
de deseos. Su cuerpo estaba muy gastado, y se murió porque ya no podía
más. También nosotros, cuando con los años, o sin ellos, nos llegan las
arrugas y
los achaques, cuando las articulaciones se nos ponen cada vez más duras
y los músculos cada
vez más blandos, haríamos bien en pensar que nuestra muerte se está
acercando. Aunque es posible que cuando golpee a
nuestra puerta queramos demorarnos en prestarle
atención, no podemos dudar que, a medida que pasa el tiempo y crecen
las arrugas, está más
cerca su visita, y en algún momento llegará (es más, si lo pensamos
crudamente, hoy está 24 horas más cerca que ayer a esta misma hora)...
De todos modos, no
sólo las arrugas y los achaques corporales llegan
con el tiempo. Con ellos más o menos nos arreglamos, y hoy la medicina
nos brinda muchos medios que hace unos años eran impensables, para
hacer más llevadera o menos gravosa la vejez. Una limitación mayor son
las tristezas y amarguras, que pueden ir transformando nuestro rostro,
haciéndonos perder la sonrisa y apagando nuestros ojos, incluso hasta
dejarlos sin lágrimas, por más que no nos falten motivos que nos
impulsen a llorar. De este modo el tiempo no sólo nos pone viejos, sino
que puede convertirnos en ancianos amargados....
Eso todavía no es
todo. Además, incluso si vivimos como aquí en el Hogar
Marín, rodeados de las Hermanitas y de muchas personas dispuestas a
hacer todo lo que tienen a mano para ayudarnos y acompañarnos, nos
puede invadir la soledad. Ya no están los familiares que nos vieron
crecer, ya quedan pocos de nuestros amigos, los que son más jóvenes no
se acuerdan de nosotros y los que eran mayores ya se han muerto. Y así
el tiempo nos puede convertir no sólo en viejos arrugados y amargados,
sino también dejarnos solos...
De todos modos, Jesús no ha querido dejar a nadie a merced de las
arrugas, la tristeza y la soledad, en definitiva, a merced de la
muerte.
Sabiendo que para nosotros era una barrera infranqueable, Él, siendo
Dios, se hizo hombre, para asumir nuestra condición humana, y muriendo
con nuestra muerte, vencerla de modo tal que la muerte nos permita
volver a nacer, esta vez para la Vida eterna...
2. CUANDO JESÚS
RESUCITÓ HIZO DE LA MUERTE UN CAMINO HACIA LA VIDA... El Amor de Dios
es la causa y
la razón más profunda de la creación entera, coronada por el hombre,
salido de las manos creadoras de Dios para ser su imagen viva. Por eso
el Amor de Dios es la causa de la vida, de toda vida. Dios es la causa
profunda de la vida de todas y de
cada una de las personas humanas que han llegado, que llegan y que
llegarán a este mundo. Pero además, y con mucha más razón, Dios es
quien ha decidido darnos la posibilidad de participar en su propia
Vida, llamándonos a vivir en comunión con Él...
Este Amor de Dios no muere. Por eso este Amor de Dios puede más
que el pecado con el que podemos rechazarlo, y puede más que la muerte,
que aparece como una consecuencia del pecado intentando ponerle
límites a la Vida que Dios nos quiere dar. Por eso Jesús, siendo
el Amor de Dios que se hizo uno de nosotros para
salvarnos, después de
haber muerto en la Cruz resucitó, y con su Resurrección nos abrió a
todos nosotros las puertas del Cielo, de la muerte un camino hacia la
Vida...
Este Amor de Dios, que
resucitó a Jesús, puede sanar todas las
heridas, puede reconstruir todo lo que se ha roto. Jesús desde la
Cruz y con su Resurrección rescata nuestra vida del fracaso al que la
llevan nuestros pecados, redime nuestra condición humana, nos salva de
la muerte definitiva, rehace lo que nuestra rebeldía ha desecho en
nuestra relación con Dios, reconstruye lo que nuestra desobediencia a
los planes de Dios ha destruido. En definitiva Jesús con
su Cruz y su Resurrección eleva nuestra condición humana a la altura
de los hijos de Dios, herederos de su gloria...
Dios
remueve la piedra que tapa
el sepulcro, porque la muerte no puede con Él. Como María Magdalena y
los Apóstoles, también hoy nosotros vemos las huellas de Jesús
resucitado: a) El sepulcro vacío; b) Las apariciones a los Apóstoles,
de las que ellos nos dan un testimonio vivo y contundente, ya que lo
vieron, lo tocaron, hablaron y comieron con Él. a nosotros sólo nos
hace falta hacer lo que hicieron María Magdalena y los Apóstoles, como
nos muestra el Evangelio de hoy: ver y creer. En realidad, sólo nos
hace falta convencernos de algo que es evidente: Dios puede más que la
muerte, los signos de la muerte no pueden con Él. Y para convencernos
de esto basta que aceptemos el regalo que Él mismo nos hace, cuando nos
da la fe...
Pero además del sepulcro vacío
y las apariciones a los Apóstoles, de las que ellos nos dan un
testimonio vivo y contundente ya que lo vieron, lo tocaron, hablaron y
comieron con Él, nosotros tenemos otro signo de la Resurrección:
podemos verlo y tocarlo a Jesús resucitado cada día en la Eucaristía.
Como nos dice el Juan Pablo II en la Encíclica
Ecclesia
de
Eucharistia, con este Sacramento grande ya
no tenemos que esperar el más allá para recibir la Vida
eterna, la
tenemos ya en la tierra como primicia o adelanto de la plenitud futura.
La Eucaristía, en cada Misa, nos decía el Papa en esa Encíclica, nos da
también la garantía de la resurrección corporal, ya que nos hace
participar del cuerpo de Jesús en su estado glorioso, del cuerpo de
Jesús resucitado. Por eso la celebración del Triduo Pascual, que
culmina con la Vigilia Pascual, comienza el Jueves Santo con la
celebración de la Misa de la Cena del Señor, reviviendo la institución
de este Sacramento con el que Jesús se quedó entre nosotros ...
3. HAY
QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, Y VIVIR
EN ÉL, PARA PODER MÁS QUE LA MUERTE... El Amor de Dios, es
poderoso,
puede más que el pecado y que la muerte. Bastará, entonces, que
recibamos ese Amor con las ventanas del corazón bien abiertas, para que
también nosotros podamos más que la muerte...
Lo hemos recibido por
primera vez sacramentalmente en el Bautismo,
cuyas promesas y compromisos (hechas seguramente por primera vez en
nombre de nosotros por nuestros padres y padrinos si fuimos bautizados
siendo niños), renovamos de manera solemne anoche en la celebración de
la Vigilia
Pascual. Lo hemos seguido recibiendo cada vez que celebramos los
Sacramentos o nos hemos alimentado con la Palabra de Dios, en la que
ese
Amor está vivo...
Sin embargo, no alcanza con eso. Además de recibir el Amor de Dios,
hace falta vivir en él. Porque el amor sólo permanece si se mantiene
vivo, y el Amor de Dios, que recibimos permanentemente, permanece vivo
en nosotros si nos hace vivir en el amor. Por eso, el camino para
vencer a la muerte es el camino del servicio de unos a otros. A ese
servicio nos lleva el amor, y el servicio fraterno en el amor nos hace
participar en la Vida que Jesús nos
regaló desde la Cruz y con su Resurrección. El servicio de los más
chicos a los más grandes, de los más grandes a los más chicos, y de
todos a todos, de manera perseverante. Porque el amor al que Dios nos
llama, y que Él mismo siembra en nosotros alimentándonos con su Amor,
consiste en el compromiso constante de construir
el bien de los otros, y esto sólo se puede hacer en el servicio mutuo.
Este amor al que Dios nos llama, entonces, es un amor del que no pueden
quedar
excluidos ni siquiera los que se oponen al Amor de Dios, ya que también
a ellos les debemos el testimonio del Amor de Dios que nos ha salvado y
que hemos conocido...