Esta fue mi predicación de hoy, 1 de
enero de 2008,
Solemnidad
de Santa María Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz,
en el
Hogar
Marín:
1. A TODOS NOS HACE
BIEN CELEBRAR EN FAMILIA LAS GRANDES FIESTAS...
Cuando estamos en familia nos encontramos a gusto, porque no hace falta
estar demasiado acartonados. Podemos expresar nuestras
alegrías, y
también nuestros motivos de tristeza, con más
libertad y más
fácilmente. Eso ayuda también a la hora de
celebrar las grandes
fiestas. Por eso, aunque en nuestro tiempo varias costumbres "nuevas"
parecen a tentar contra esta buena herencia, todavía se
conserva,
gracias a Dios, la sana costumbre de celebrar en familia la Nochebuena,
la Navidad, y también, al menos en parte, el comienzo del
año...
Cuando se
celebra en familia, por otra parte, es más posible que los
regalos no
se conviertan en una preocupación excesiva, que atente
contra su
significado más profundo. En familia es posible que
descubramos más
fácilmente que cada uno de nosotros somos un regalo para los
demás, así
como cada uno de ellos lo es para nosotros. Y cuando le hacemos un
regalo a alguien, lo que estamos tratando de expresar es nuestra
gratitud porque él mismo es un regalo para nosotros. Por eso
a la hora
de los regalos no importa tanto el valor que éste tenga,
sino el afecto
que con él pretendemos expresar. Por esta razón,
dicho sea de paso, la
costumbre de hacer regalos en el tiempo de Navidad pretende expresar
nuestra gratitud a Dios, que es el gran regalo que Dios nos ha hecho,
dándonos con Él la Salvación y la
Paz...
Pero
las grandes fiestas, además de celebrarlas en familia,son
ocasiones en las que llegan visitas a nuestras casas, que dejan
sus huellas en nuestros corazones.
La visita
de
los amigos y de los familiares en nuestras casas con ocasión
de las
fiestas son una oportunidad de
intercambio fraterno que va mucho más allá de
darnos noticias unos
sobre los otros. Nos permiten también un
intercambio espiritual, que
nos hace crecer a todos. Por eso, cuando se
van los que nos han visitado, normalmente descubrimos que hemos nuestro
corazón late más fuerte, de manera distinta, por
todo lo que hemos
recibido de ellos. Cuando se van las visitas, no somos igual que
antes que ellas hayan
estado...
Si esto pasa con las visitas que nos hacemos entre amigos y
parientes, mucho más y con mucha mayor razón,
sucede cuando es Dios
quien nos
visita. Y exactamente eso es lo que ha sucedió en aquella
noche de
Belén que hemos
revivido en esta Navidad que celebramos hace exactamente una semana...
2. LA
MADRE DE DIOS RECIBIÓ AL PRÍNCIPE DE LA PAZ EN EL
CALOR DE UNA
FAMILIA... Dios se hizo Hombre cuando, viendo la postración
en la que
nos
había dejado el pecado, quiso salvarnos. Siendo Dios de
verdad, quiso
hacerse
Hombre también de verdad, para salvarnos "desde adentro",
asumiendo
nuestra condición humana y siendo uno de
nosotros. Para eso se eligió una Madre, y nació
verdaderamente, como
Hombre, y como Dios. Así María es, como Madre de
Jesús, verdaderamente
Madre de Dios...
Esto
marcó
definitivamente a María, que ya en
previsión de su misión maternal fue preservada
desde el primer instante
de su concepción de toda mancha, tal como lo hemos celebrado
el 8 de
diciembre en la Solemnidad de la
Inmaculada
Concepción. Por eso podemos decir que
María es la mayor Huella que
Dios ha dejado en el mundo, desde el
momento en que decidió hacerse Hombre para salvarnos y vino
a
visitarnos. Buscando esos
brazos maternos que lo cobijaran, hizo de María su Madre.
María, que es
verdaderamente Madre de Dios, acompañó su camino
de salvación
desde el Pesebre hasta la Cruz, y al pie de la misma
participó del
ofrecimiento con el que Jesús se entregó al Padre
para salvarnos. Y al
pie de la Cruz, Jesús nos ha confiado a su Madre, para que
sea también
Madre nuestra...
Ya la oración más
antigua que se conoce
dirigida a María la nombra con este título de
Madre de Dios:
Bajo
tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No
desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades.
Antes bien, líbranos de todo peligro. Virgen gloriosa y
bendita.
Con el mismo título la llamamos al final de la
oración con la que con
más frecuencia
nos dirigimos a ella, especialmente en el Rosario, el Ave
María:
Santa
María, Madre
de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte...
Pero en el día de
hoy
celebramos no sólo la Solemindad de Santa María
Madre de Dios, sino
también la Jornada Mundial de la Paz. Hace ya 41
años los Papas
(primero Pablo VI, después Juan
Pablo II y ahora Benedicto XVI), han querido que el día en
que comienza
el año, junto con la Solemnidad de María, Madre
de Dios, se celebrara
también la Jornada Mundial de la Paz. Es un día
muy adecuado para
hacerlo: Así como en Belén María
recibió a Jesús en sus brazos y el
Príncipe de la Paz hizo su nido en el seno de una familia en
la que
creció humanamente y aprendió también
humanamente los caminos de la
Paz, así también la Paz siempre
surgirá de la sencillez
del Pesebre, en el que
nació Dios hecho Hombre....
El Papa Benedicto XVI, siguiendo las huellas de Pablo VI y
Juan Pablo II, nos ha dado un lema para la Jornada Mundial de la Paz de
este año: "
Familia
humana, comunidad de paz". Y como hicieron cada
año desde 1968 sus
predecesores, también nos ha escrito un
Mensaje
que nos ayuda a encontrar los caminos de la paz en la cuna de la
familia...
En su sencillez de mujer humilde y fiel, entregada del
todo a los planes de Dios, en sus continuos gestos de caridad y amor,
todos nosotros encontramos siempre no sólo amparo, sino
también un
modelo de
nuestro propio camino que nos lleva a Dios. María
presentando al Niño
en el Templo a los ocho días de su nacimiento para ser
circuncidado y
recibir el nombre de Jesús, es decir,
Dios que
salva, nos
muestra con los hechos una vida que siempre fue dócil y
obediente a los
planes de Dios. Por eso todo en María nos habla de
Jesús, todo en María
se encamina hacia Jesús, todo en María nos lleva
a Jesús. María es así
un huella que
siempre nos lleva a Jesús, su Hijo y nuestro Salvador, la
fuente desde
la que surge la Luz y la Paz para el mundo entero...
3. LA HUMANIDAD ES UNA
GRAN FAMILIA, QUE SE EDUCA PARA LA PAZ EN CADA FAMILIA...
La familia natural, nos recuerda Benedicto XVI con
palabras
de Juan Pablo II retomadas en su Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2008, es
el
«lugar primario de "humanización" de la persona y
de la sociedad», la
«cuna de la vida y del amor», y por eso es la
primera sociedad natural.
En una vida familiar «sana», nos dice el Papa, es donde se
pueden experimentar algunos elementos esenciales de la paz, como la
justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de
la
autoridad manifestada en los padres, el servicio afectuoso a los
miembros más débiles (pequeños,
ancianos o enfermos), la ayuda mutua en
las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro, y
cuando es necesario para perdonarlo. Por eso, la familia es
la
primera e insustituible educadora de la paz.
La familia, dice el
Papa, que nace del
«sí» responsable y definitivo
de un hombre y de una mujer, vive del
«sí» consciente de los hijos que
poco a poco van formando parte de ella y prospera con el consenso generoso de todos sus miembros, permite tener experiencias
determinantes de paz.
Se pregunta el Papa dónde el ser humano en
formación podría aprender a
gustar mejor el «sabor» genuino de la paz sino en
el «nido» que le
prepara la naturaleza, es decir, en la familia. Al
lenguaje
familiar, que
es un lenguaje de paz; dice
Benedicto XVI, es
necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la
paz.
Y en medio de la inflación de lenguajes de nuestro tiempo,
piensa, hace
falta no perder la referencia a esa
«gramática» de la paz que todo
niño
aprende de los gestos y miradas de mamá y papá,
antes incluso que de
sus palabras
...
En definitiva, afirma el Papa en su mensaje siguiendo al Concilio
Vaticano II, ya todos que los
pueblos
forman una única comunidad y tienen un mismo origen, ya que
Dios hizo
habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la
tierra y le
dio un único fin último que es Dios, la humanidad
entera es una gran
familia, llamada a inspirarse en los valores sobre los que se rige la
comunidad familiar. Por eso, nos dice el Papa, cada uno de nosotros
deberá saber decir
el propio
«sí» a esta vocación que
Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza, para que
la sociedad no sea sólo una
agrupación de ciudadanos, sino una comunidad de hermanos y hermanas, llamados a
formar una
gran familia. Hasta la ecología toma desde esta perspectiva
una nueva
dimensión. Así como la familia necesita una casa
a su medida, un ambiente donde vivir sus propias relaciones, dice
Benedicto XVI en su Mensaje, para la familia humana, esta
casa será
la tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que
lo
habitemos con creatividad y responsabilidad. Hacernos cargo de manera
responsable de cuidar el medio ambiente será fruto de «sentir» la tierra como
«nuestra casa común»...