Esta fue mi predicación de hoy, 9 de noviembre de
2008,
Fiesta de la Dedicación de la Basílica
San Juan de Letrán,
y en Argentina Jornada de oración por los enfermos, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
DESDE
CHICOS, NECESITAMOS UNA CASA DONDE VIVIR PROTEGIDOS... Cuando nacemos
estamos indefensos, no podemos procurarnos por
nuestros propios medios el calor, el alimento, la
protección y el lugar donde refugiarnos ante las inclemencias, y todo
eso nos hace falta, para ir encontrando
nuestro lugar en el mundo, al que Dios nos ha llamado...
Sin
embargo y mientras tanto, dejado a su propia inercia y por las huellas
del pecado que
los siglos y las culturas le han ido marcando, el mundo se ha vuelto
muchas veces
inseguro e incierto. Por eso, para crecer, alguien nos tuvo que brindar
Hogar, cuidado, atención, y mucho amor, que es en definitiva lo que nos
hace crecer bien. Por
eso, entre muchas otras cosas, tenemos tanto que agradecer a nuestros
padres, que desde el primer momento nos han recibido con manos
maternales y paternales, que nos han permitido pasar desde nuestro
cómodo descanso en el seno materno a las asperezas de la vida, haciendo
escala en las caricias que desde el inicio nos acogieron. Sus manos
fueron nuestra primera frazada y nuestro primer techo...
Ahora bien, nuestro
destino no se agota en el techo, Dios no nos ha
hecho para vivir sólo en esta dimensión terrena de la vida, nos ha
hecho capaces de levantar vuelo. Nos ha sembrado en lo más profundo
de nuestro corazón una vocación de eternidad, que no podemos
desarrollar por nuestras solas fuerzas, porque supera ampliamente
nuestras capacidades. Por eso, no nos basta una casa terrena en la que
estemos protegidos, cuando hemos sido invitados al Cielo. Y mientras
avanzamos como peregrinos hacia la eternidad a la que por Él fuimos
llamados, mientras marchamos hacia la Casa Dios que es el Cielo, Él
mismo se ha hecho una casa para habitar con nosotros en esta tierra.
Primero Jesús, Dios hecho Hombre, hizo de realidad humana un verdadero
Templo de Dios, y después de manera análoga ha hecho de la Iglesia su
propio Cuerpo...
2. JESÚS
NOS HACE FORMAR PARTE DE SU CASA, LA IGLESIA, POR EL
BAUTISMO... Esa invitación la recibimos de una manera formal, efectiva
y eficaz, de manera sacramental, a través del Bautismo. Este don de
Dios aplica en nosotros la Redención que Jesús nos ganó en la Cruz. Nos
une a su muerte, para que con Él renunciemos al pecado. Pero también, y
es nuestra verdadera Salvación, nos une a su Resurrección, para que
podamos aspirar al Cielo...
Unidos a
Jesús en su muerte y en su Resurrección a través del Bautismo,
somos parte de Él, entramos a formar parte de su Cuerpo, un Cuerpo
místico que formamos con Jesús todos los que hemos sido bautizados en
Él, y hemos empezado a ser, a través del Bautismo, piedras vivas en
esta Casa en la que Él habita en la tierra, que se hace visible en la
Iglesia, de la que nos ha hecho parte. Unidos a Jesús, parte viva de su
Cuerpo, piedras vivas de este gran edificio espiritual en el que Él
habita, y que se extiende por todo el mundo, es más, por todo el
universo...
No sólo estamos
cálidamente acogidos por el amor de Dios dentro de su
Casa. No sólo estamos alimentados por el mismo Dios, dentro de su Casa,
con su Palabra y sus Sacramentos. Además, somos parte vida de esta
misma Casa, y el Bautismo se ha convertido, entonces, para nosotros,
como pasa siempre con los dones de Dios, no sólo un gran don, sino
también una tarea. Y los Templos que dedicamos a Dios, se convierten
entonces en símbolos de esa Iglesia viviente de la que el Señor nos ha
hecho parte viva a través del Bautismo. Cuando celebramos, entonces,
como hoy, la dedicación de un Templo, fijamos nuestra mirada no sólo en
el edificio, que en cuanto tal nos presta un enorme servicio (la
Basílica San Juan de Letrán es la Catedral del Papa en Roma, desde el
momento en que el Emperador se la donó al Papa de ese tiempo en el
comienzo del siglo IV), la llevamos más allá, y hacemos del edificio
material una imagen del Templo que Jesús ha hecho de nosotros mismos,
miembros de su Cuerpo místico...
3. COMO CASA DE DIOS,
ESTAMOS LLAMADOS A SER HOGAR PARA TODOS... Por el
Bautismo no sólo recibimos el don de la salvación, que nos abre las
puertas del Cielo y nos encamina hacia allí, para que recorriendo con
fidelidad el camino de la fe, de la mano de Dios, podamos llegar a ese
verdadero Descanso Eterno, sino que además pone en nuestras manos una
tarea. Como Iglesia estamos llamados a ser una Casa donde todos puedan
ser acogidos, especialmente los más necesitados de una atención
especial, y así resulta providencial que la celebración de hoy haya
sido unida por la Conferencia Episcopal Argentina, para las Misas en
nuestro país, con la Jornada de Oración por los enfermos...
Esta Jornada se
celebra en el mundo entero el 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora
de Lourdes, teniendo en cuenta que el Santuario construido en ese lugar
en Francia, con una especial atención a las peregrinaciones de
enfermos. En nuestro país se traslada al segundo domingo de noviembre,
para que no quede encerrada en el olvido al que pueden llevarla las
vacaciones. Se trata de una Jornada que nos lleva no sólo a rezar por
los enfermos, sino a tomar conciencia del inmenso valor que tiene
dedicar los mejores esfuerzos de nuestra caridad a su solícita
atención...
Pero hay más todavía.
Juan Pablo II nos ayudaba a comprender, con Carta apostólica
Salvifici
doloris, del 11 de febrero de 1984, cómo la
redención que Jesús
realizó para todos nosotros en el altar de la Cruz ha hecho que Él
mismo se encuentre presente allí donde hay alguien que sufre, y por lo
tanto cuando nos dedicamos a atender a los enfermos no sólo estamos
ocupándonos de su enfermedad y de sus necesidades, como podría hacer
quien sólo se plantara ante él como un médico, sino que además estamos
yendo al encuentro del Señor. Por eso sabemos que se trata no sólo de
atender con caridad a los enfermos, sino de acercarnos a ellos con un
verdadero espíritu de veneración, sabiendo que cuando nos ocupamos de
ellos estamos atendiendo al mismo Jesús. Redimidos por el Amor de Dios,
estamos llamados a ser sus signos eficaces. Recogidos por
su Amor en la Casa de Dios, que es la Iglesia, le damos en ella un
lugar de privilegio a los que Jesús atendió especialmente, y allí están
los enfermos...