Esta fue mi predicación de hoy, 14 de septiembre de
2008,
Fiesta de la Exaltación de la Cruz,
en el Hogar
Marín:
1. LEVANTAMOS LAS
BANDERAS PORQUE SON SIGNOS DE NUESTROS VALORES... En
primer lugar lo decimos de la bandera que nos identifica como nación
en esta patria ("tierra de nuestros padres", según el origen de la
palabra). Esta bandera tiene unos colores y un diseño que la convierten
en un símbolo de nuestra convergencia en torno a lo que hemos recibido
como herencia común...
También usamos
banderas de menor trascendencia para nuestras opciones
de carácter más personal, por ejemplo las de nuestra afición
futbolística, o de cualquier otra especie deportiva. También en este
caso las banderas simbolizan aquellas opciones que nos entusiasman,
que nos encienden, que nos motivan para seguir una y otra vez,
alentando y disfrutando, la suerte de nuestros héroes deportivos...
Pero
cabe preguntarse: ¿No podremos también tener banderas o símbolos para
los
valores más profundos y esenciales, aquellos que definen nuestra vida
de una manera definitiva y nos orientan y guían en las opciones
fundamentales? Evidentemente la respuesta tiene que ser positiva, y lo
normal es que estos símbolos sean los que más nos identifiquen...
Nosotros tenemos,
como cristianos, un símbolo central que nos identifica y nos distingue
entre todos los demás, desde los primeros
tiempos, y es la Cruz. Con ella fuimos marcados en nuestro
Bautismo,
ella
preside nuestras casas, nuestras aulas, nuestros lugares de trabajo.
Con ella nos marcamos al comenzar y al terminar nuestra oración
individual o comunitaria, privada o eclesial. La llevamos también
colgada en el cuello, o con un prendedor en la ropa. Ahora bien,
vale la pena tener siempre presente lo que este símbolo significa y
aquello que estamos privilegiando cuando nos identificamos con él...
2. JESÚS
NOS FUE ENTREGADO EN LA CRUZ PARA DARNOS LA VIDA ETERNA... La
cruz fue por mucho tiempo un instrumento para sentenciar y
torturar a
los condenados a muerte. Los romanos la recibieron de los griegos y la
utilizaban para ajusticiar a los que no eran ciudadanos romanos...
También para Jesús fue utilizada con esa finalidad. No fue, en su caso,
un adorno, ni una fiesta, hasta que, después de la Resurrección, pudo
verse en ella el símbolo de la más maravillosa paradoja. El autor de la
vida fue llevado a la muerte en la Cruz, para llevarnos a la Vida. El
rechazo de los hombres a Dios tuvo su máxima expresión en la Cruz, en
la que el mismo Dios fue entregado a la muerte. Pero por su
misericordia omnipotente, desde ella comenzaron a correr sobre la
humanidad entera ríos de gracia y bendición...
Jesús
vino a rescatarnos del dolor y de la muerte, consecuencias ambas
del pecado, que es el rechazo de Dios. Y lo hizo a través del dolor y
de la muerte. Desde ese momento, entonces, todo dolor y toda muerte nos
hablan no sólo de su amenaza y de la desazón que crean en todos los que
sabemos que hemos sido hechos para la vida y no para la muerte, sino
también del triunfo del Amor de Dios, que de la muerte hizo surgir la
Vida, y desde el dolor hizo posible la alegría de la resurrección. Por
eso la Cruz ha resumido en sí misma todo el dolor y la muerte que han
dado, dan y darán vuelta por el mundo, y los ha derrotado, haciendo
posible que desde su mismas entrañas surja la Vida que Jesús nos ha
ganado con la Resurrección...
Por eso la Cruz se ha convertido en un signo inconfundible del
contenido más profundo de nuestra fe. Jesús ha venido a salvarnos del
dolor y de la muerte, y en el dolor y en la muerte nos ha dejado las
semillas de nuestra resurrección, a imagen de la suya. Podemos,
entonces, levantar con orgullo estas banderas. El dolor y la muerte,
como camino inexcusable de nuestra vida, no nos pueden derrotar con su
carga destructiva, porque han sido vencidos por la Cruz de Jesús.
Nosotros, entonces, sin ninguna carga masoquista, sino todo lo
contrario, porque apostamos por la Vida y la aspiramos decididamente, y
con la convicción de la fe ponemos por todos lados y llevamos con
alegría y optimismo el símbolo de la Cruz...
3. LA CRUZ NOS DICE
QUÉ HACER CON TODO LO QUE LLEVA SU MARCA... Pero, de todos modos, igual
que los símbolos patrios, o los
menos importantes o trascendentes, como los deportivos, tampoco el
símbolo puede ser sólo un adorno. La Cruz nos habla de lo que Jesús
hizo por nosotros. Nos garantiza que no hay dolor que pueda ser inútil
si lo unimos a la Cruz de Jesús, ni muerte que no lleve a la Vida, si
aceptamos el amor redentor de Jesús. Por eso, las Cruces que
ponemos en
diversos lugares, que llevamos prendidas o colgadas, o que levantamos
como banderas, son todo un programa de vida. Y donde sea que hayamos
puesto una Cruz, tendremos que tener presente que no se trata sólo de
un adorno, porque desde ella nos llegará la mirada de Jesús...
La Cruz que llevamos
colgada en el cuello o con un prendedor en la ropa,
entonces, podrá ser de un material más o menos valioso, pero deberá
ayudarnos siempre a grabar la Cruz a fuego en el corazón, y desde allí
convertirse en un efectivo programa
de vida que guía todos nuestros pasos...
La Cruz que preside nuestras casas tendrá que ayudarnos a vivir con
esperanza el
dolor que llega a la familia. La que preside nuestras aulas deberá
recordarnos que el dolor es una escuela de vida en la deberemos
aprender a conocer los valores más preciados, que no pueden ser
postergados. La Cruz en
nuestros lugares de trabajo tendrá que comprometernos a hacerlo como lo
haría hoy
el mismo Jesús, aún al precio de su vida. Y marcándonos con la Cruz al
comenzar y al terminar nuestra oración, deberemos comprometernos con
decisión a seguir los pasos de Jesús, que asumiendo con serenidad la
Cruz, hizo de ella un camino hacia la Vida eterna y nuestra mejor
bandera...