Esta es la predicación que preparé para las Misas del 9 de
marzo
de 2008,
Domingo V de Cuaresma del Ciclo
Litúrgico A,
que celebraré, Dios mediante, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. ESTAMOS HECHOS PARA
LA VIDA,
PERO NOS ACECHA LA MUERTE... Todos tenemos un instinto muy
fuerte, que nos muestra que estamos hechos para la vida y, como
consecuencia, una vez que hemos nacido, queremos vivir para siempre.
Sin embargo, sabemos que eso no es posible. Una vez que hemos nacido,
de lo único que podemos estar seguros es de que vamos a morir, ya que
cumplimos la única condición necesaria, y es la de no habernos muerto
todavía...
De muchas
maneras experimentamos
los límites que se presentan a nuestra aspiración de vivir para
siempre. Se oye decir con cierta ironía y resignación, pero también con
no poca verdad, que una vez cumplidos los cuarenta años, si al
despertarnos a la mañana no nos duele nada,
es que ya estamos muertos. A medida que avanzamos en la edad los
achaques y las enfermedades nos van avisando, con las limitaciones que
nos imponen, que por nuestra condición corporal nuestra vida tiene un
un límite. Con el
transcurso del tiempo la piel se nos va arrugando y se nos va haciendo
más débil. Las articulaciones se nos ponen duras
y los músculos nos quedan cada vez más flácidos, más blandos. Además,
mientras los dientes se nos aflojan, las neuronas cada vez se nos
endurecen más, y se nos hace menos ágil nuestra mente...
Nos
acecha la muerte y nadie se salva de ella. Ni los amigos íntimos de
Jesús, como Lázaro, de quien hoy nos muestra el Evangelio cómo Jesús lo
vuelve a la vida. De nuestro futuro, es lo que sabemos con mayor
certeza: vamos a morir. La muerte irremediablemente se acerca, y va
dando sus avisos. Dice un cuento que un hombre joven estuvo
inesperadamente al borde de la muerte a causa de un accidente
imprevisto, y se sentó a hablar con ella, que le dijo: "Esta vez te
salvaste, hoy no vas a morir, ¿qué quieres pedirme para cuando venga la
próxima vez a buscarte?" El joven le respondió: "Sólo te pido que la
próxima vez me avises, para no sorprenderme como esta vez". La muerte
aceptó la propuesta. Pasó el tiempo y el joven se olvidó, hasta que,
siendo ya muy viejo, se murió. Al encontrarse con la muerte le dijo:
"¿Cómo? ¿No habías quedado en avisarme? ¡Otra vez me tomaste por
sorpresa!" A lo que la muerte respondió: "¡Ah, muchacho! Ha pasado
mucho tiempo, pero yo no dejé de avisarte. Primero vinieron las
arrugas, y no le prestaste atención, después te fuiste quedando poco a
poco sin movilidad, y tampoco lo hiciste, finalmente, ya estabas lleno
de achaques, todo te costaba, no te podías ni mover, y por último, ya
ni podías comer solo, ¿y dices que vine de sorpresa?"...
Nuestra experiencia personal es la
misma: por una parte contamos con esa aspiración profunda que nos
impulsa a querer vivir para siempre, pero por otra parte experimentamos
esa limitación que se pronuncia como sentencia final con la muerte...
2.
DIOS
NOS HA LLAMADO A LA
VIDA, Y QUIERE QUE VIVAMOS PARA SIEMPRE... Ese deseo de vivir para
siempre, que sentimos como una fuerza imparable dentro de cada uno de
nosotros, viene de Dios, de quien hemos recibido el mismo don de la
vida. Es Él quien nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón
deseos de eternidad. Por eso podemos estar seguros que la vida para la
que Dios nos ha hecho no es esta vida limitada por la muerte, sino la
Vida del mismo Dios...
"Yo soy la
Resurrección y la Vida", nos dice
Jesús. Y el que crea en Él, aunque muera, vivirá: y
todo el que vive y
cree en Él, no morirá jamás. Creer en Jesús significa estar seguros de
que verdaderamente resucitó, y que Él ha vencido a la muerte. Pero
creer en Jesús es también creer en su Palabra. Significa creer
verdaderamente que con su Palabra Jesús nos llama a vivir en el amor,
nos llama a la solidaridad y a la entrega continua en el servicio a los
demás. Creer en Jesús significa estar seguros que el que gasta su vida
en el servicio a los demás es el que verdaderamente gana, y el que cree
ganar su vida porque piensa sólo en sí mismo es el que la pierde
irremediablemente...
Creer en Jesús es creer que son verdad las Bienaventuranzas, y que
tener alma de pobres, sufrir la aflicción, tener paciencia, tener
hambre y sed de justicia, tener un corazón misericordioso, así como un
corazón y una mirada pura, y trabajar por la paz, dan como fruto la
Vida de verdad. Creer en Jesús y vivir en Él, en definitiva, nos hace
participar ya ahora en la Vida que Jesús nos ganó en la Resurrección,
para que viviendo con él y por Él, vivamos para siempre...
3. HAY
QUE RECIBIR DE JESÚS LA
VIDA QUE VENCE LA MUERTE Y DURA PARA SIEMPRE... No importa, entonces,
cuánto dure nuestra vida, si pensamos sólo en la duración del tiempo en
el que se desarrolla en esta tierra. Mirado el tiempo desde la
eternidad, mil años son como el día de ayer, que ya pasó (Salmo 90,
4)...
Lo que importa es tener ya en nosotros la Vida que Jesús ganó en la
Resurrección, y que nos regala por su amor. Lo que importa es vivir con
la fe, que nos abre a la posibilidad de una Vida que vence la muerte.
Hay que vivir en la fe, que nos lleva a buscar esta dimensión de
eternidad en todas las vicisitudes de la vida de cada día. Hay que
vivir de la fe, para lo cual se hace imprescindible alimentarla cada
día con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, que nos hacen vivir
ya ahora esa Vida, que viene de Dios, y que dura para siempre...