Esta fue mi predicación de hoy, 24 de
febrero de 2008,
Domingo III de Cuaresma del
Ciclo Litúrgico A, en la
Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
LA
SED NOS HACE BIEN, NOS AVISA LO QUE NOS ESTÁ FALTANDO...
Estos días
pasados, en los que
hizo mucho calor, y no refrescaba a la noche, seguro que
tomábamos
mucho líquido, más que lo habitual. Y eso porque
teníamos también más
sed que la habitual. Esto nos muestra hasta qué punto nos
resulta útil
la sed, porque nos avisa que nos está faltando agua para
mantener el
equilibrio necesario de nuestra realidad corporal. No hay que olvidarse
que, según los que saben, el 70 % de nuestro organismo
está constituido
por agua. Si no fuera por la sed, correríamos el peligro de
deshidratarnos muy fácilmente...
La sed
también resulta muy útil
cuando en nuestro organismo hay alguna sustancia en exceso, que es
necesario eliminar. Si comemos mucha sal, o si nos sube el nivel de la
glucosa en la sangre, nuestro organismo trata de eliminar el exceso a
través de la orina, y entonces nos crece la sed, porque se
hace
necesario reponer el agua que perdemos a través de ese
proceso...
Además, si hacemos ejercicio, ya sea por el trabajo
cotidiano o porque
salimos a correr o a practicar cualquier otro deporte, la
transpiración nos ayudará a bajar la temperatura
del cuerpo, pero al
mismo tiempo elimina una cantidad de líquido de nuestro
organismo, por
lo que inevitablemente nos sube la sed, avisándonos que lo
tenemos que
reponer...
Sin
embargo, es posible que la
sed no funcione bien. Eso nos pasa cuando estamos enfermos. El peligro
de deshidratarnos puede llegar a ser muy grave, porque no
sólo se hace
difícil o imposible recuperar la salud en esa
condición, sino que puede
agravarse la enfermedad. Por eso, cada vez con más
facilidad, ante
cualquier enfermedad, si perdemos el hambre y la sed, inmediatamente
nos inyectan suero, que, entre otras cosas, impide que nos
deshidratemos...
En todo caso, hablamos de la sed no sólo cuando se
trata de la
necesidad que tiene nuestro organismo del agua. Lo hacemos
también de
manera figurada. Por ejemplo, cuando vemos deportistas que se esfuerzan
por alcanzar sus metas, enseguida concluimos que los mueve la sed del
triunfo. De hecho, ni el mejor de los delanteros de un equipo de
fútbol
haría muchos goles, sino lo moviera la sed de triunfos. De
la misma
manera, podemos decir con seguridad que nuestra sed no se
agota con lo que podemos beber. Es mucho más profunda, ha
sido sembrada
por Dios mismo en lo más profundo de nuestro
corazón, y podemos decir
que se trata de nuestra sed de trascendencia, nuestra sed de eternidad.
En definitiva, tenemos sed de Dios, ya que no sólo fuimos
hechos por
Él, sino que fuimos hechos para Él. Como
decía San Agustín en una
oración: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y mi
corazón está inquieto hasta
que repose en Ti". Por eso, hoy Jesús, a través
de su encuentro con una
mujer samaritana, quiere enseñarnos a calmar esa sed...
2. SÓLO
EL AMOR DE DIOS PUEDE
CALMAR TODA NUESTRA SED..."Si conocieras
el don de Dios", dice Jesús a una mujer samaritana. Dios
tiene un don
capaz de calmar nuestra sed. Ese don es su Amor. Es un regalo gratuito,
que no se paga, sólo hay que pedirlo y Él lo
regala, por eso lo
llamamos también "gracia". La gracia de Dios, el Amor que
Dios puede
derramar sobre nuestros corazones, es el único que es capaz
de sanar
nuestra sed de eternidad...
En nuestro tiempo sucede con demasiada frecuencia que estamos
"enfermos" de consumismo, corriendo con demasiada frecuencia y
demasiada energía detrás de cosas que no alcanzan
a saciar nuestra sed
más profunda, que será siempre nuestra sed de
eternidad y nuestra sed
de Dios. Por eso esa sed se encuentra quizás muchas veces
acallada,
silenciada, sepultada detrás de un montón de
cosas que sólo nos suman
angustia o intranquilidad. Necesitamos, entonces, momentos especiales,
en los que nos dediquemos con atención especial, a prestar
atención a
nuestra sed más esencial, nuestra sed de Dios, nuestra sed
de
eternidad. Eso es lo que hacemos en este tiempo de Cuaresma, un tiempo
de "vuelta a Dios", que tiene que ayudarnos a percibir nuestra sed
más
esencial...
Se trata
de conocer el don de
Dios, y para eso hace falta recuperar el sentido de la sed, de esa sed
profunda que nos lleva a la búsqueda del Amor de Dios, con
el que Él
quiere inundar nuestros corazones, para que vivamos de lo esencial y
para lo esencial. Se trata, en este tiempo, de zambullirse de lleno en
el Amor de Dios, con el que Él nos habla a través
de su Palabra, y con
el que Él se manifiesta a través de sus
Sacramentos, haciéndonos
alcanzar lo único que verdaderamente nos puede saciar...
A nosotros, que quizás estemos tan acostumbrados a contar
siempre con
estos auxilios con los que Dios viene a socorrernos que ni siquiera los
tomamos en cuenta con la debida atención, a nosotros que
tenemos a
nuestra disposición estas fuentes inagotables de su Amor y
de su
gracia, nos puede venir bien recordar el modo en que alguien que se
consideraba a sí mismo agnóstico, nos
describía en una poesía, lo que
para él consistía una ilusión y para
nosotros es una realidad que Dios
pone todos los días al alcance de nuestras manos. Nos
decía Antonio
Machado, en esta poesía en la que describía,
aún sin conocerla, lo que
nosotros
llamamos "gracia", es decir, el Amor de Dios derramado
sobre nosotros:
"Anoche cuando dormía /
soñé, ¡bendita ilusión! /
que una fontana
fluía / dentro de mi corazón. / Dí,
acequia escondida: / ¿de dónde
vienes hasta mí, / manantial de nueva vida / de donde nunca
bebí? /
.../ Anoche cuando dormía / soñé,
bendita ilusión, / ¡que era a Dios a
quien tenía / dentro de mi corazón!
3.
DIOS
NOS LLAMA A BEBER DE SU FUENTE, PARA
SER TESTIGOS DE SU
AMOR...En este tiempo de Cuaresma, entonces, para prepararnos a
celebrar el Amor de Dios, que desde la Cruz nos llama y nos lleva a la
Resurrección, se trata, sobretodo, de acudir con
más insistencia, a la
fuente en la que es posible saciar nuestra sed más profunda.
Esa fuente
es el mismo Jesús. El que beba del agua que Él
nos da, nunca más
volverá a tener sed...
Bebiendo
del Amor de Dios
podremos encontrar los caminos para saciar el hambre y la sed que
hoy hay a nuestro alrededor, el hambre y la sed de las cosas que no se
agotan, y que nos pueden saciar de verdad. La Palabra de Dios y los
Sacramentos son hoy para nosotros la
fuente en la que podemos alimentarnos de este Amor de Dios. Son los
signos
eficaces del Amor de Jesús, el Agua Viva, manantial de Vida
Eterna,
capaz de calmar nuestra sed...
Pero, además, bebiendo de esa fuente, que nunca se agota,
podremos
convertirnos nosotros mismos en una fuente donde los demás
se
encuentren con el amor de Dios. Jesús nos dice
que el agua que Él nos dará se
convertirá en nosotros en manantial que
brotará hasta la Vida eterna. Alimentados con el Amor de
Dios, nosotros
mismos podremos ser sus testigos, y podremos hacer algo para acercar
este alimento imprescindible a todos los que nos rodean, para que
también ellos se puedan saciar...