Esta fue mi predicación de hoy, 17 de
febrero de 2008,
Domingo II del Ciclo
Litúrgico A, en el Hogar
Marín:
1. ES
MÁS FÁCIL EMPRENDER LA
MARCHA CUANDO SE VE CON CLARIDAD LA
META... Mañana es lunes, y muchos comenzarán su
régimen de comidas, que
suelen iniciarse "los lunes" (a veces se abandonan ya el martes).
Será
mucho más fácil emprenderlos, si se tiene clara
la meta y ésta es
buena, y no consiste sólo en una cuestión
estética sino en un debido
cuidado de la salud. Si nos sube la presión, el
médico seguramente
querrá que
comamos sin sal (si nos suben los kilos, que comamos sin grasas, y si
nos sube la glucemia, que comamos sin azúcares y con pocos
hidratos de
carbono). ¿De dónde sacamos fuerza para hacerle
caso, si no nos
convencemos de las ventajas que tendremos, al precio del esfuerzo
emprendido, al alcanzar la meta de una
mejor salud? Lo mismo pasa con
cualquier tratamiento médico. Para dejar de fumar hay que
estar
convencidos de la ventaja de tener
más
limpios los pulmones...
A los
deportistas les sucede lo
mismo. No necesariamente
alcanzan los mejores resultados los que tienen mayor capacidad natural
para
el deporte, sino los que, con la atención fija en las
metas que se proponen, pueden poner más empeño en
desarrollar
sus
capacidades al máximo, y son capaces de esforzarse
más en el
entrenamiento y la capacitación continua (ya lo
decía un director
técnico que alcanzó un título mundial
con la selección argentina: el
mejor pateador sólo alcanzará su mejor
rendimiento posible si todos
los días después de su entrenamiento habitual, se
queda un buen rato
pateando, hasta lograr dirigir la pelota exactamente donde quiere)...
También vale esto para
los
jóvenes que emprenden una carrera
profesional. Si tienen clara la meta que quieren alcanzar,
podrán poner
todos los medios y todos los esfuerzos que los mantendrán en
el camino
y les permitirán llegar a lo que buscan...
En realidad, esto mismo nos
sucede a todos nosotros con la vida. De manera especial podemos asumir
que en este caso se trata de
un camino que lleva a una meta. Y es más fácil
recorrerlo, si vemos con
claridad y estamos
convencidos de la meta detrás de la cual vamos durante todo
su
recorrido...
Dios nos
llama, como llamó a Abraham, a ponernos en marcha hacia
una tierra prometida. Somos peregrinos en esta tierra, como decimos en
una canción que se suele utilizar en la Liturgia al comienzo
de la
Misa. Nuestra marcha es hacia la Casa
paterna, hacia el Cielo. Y, como nos dice San Pablo en la segunda
lectura de hoy, hace falta padecer sufrimientos si nos tomamos en serio
esta Buena Noticia en la que consiste
esencialmente el Evangelio. En ese
sufrimiento nos sostiene la fortaleza de Dios, que nos ayuda tener
siempre presente la meta...
2. JESÚS
TRANSFIGURADO
NOS MUESTRA LA META,
PARA QUE NOS
ANIMEMOS A ASUMIR LA CRUZ... Eso fue lo que hizo con los
Apóstoles
Pedro Santiago
y Juan, inmediatamente después de haberles anunciado que su
camino
pasaría por la Cruz. Y para animarlos, apareció
ante ellos
transfigurado, con el rostro resplandeciente como el sol y las
vestiduras blancas como la luz, mostrándoles anticipadamente
el final
que alcanzaría con la Resurrección. Nosotros
también estamos hechos
para la gloria y para la resurrección. A su lado, estaban
Moisés y
Elías,
que representan la Ley y los Profetas, es decir, toda la Palabra de
Dios. Y Dios Padre les decía en ese momento,
refiriéndose a Jesús con
autoridad y con
vehemencia, y nos dice ahora a nosotros:
«¡Escúchenlo!»...
Jesús, la Palabra
de
Dios, nos dice que, al ponernos
en marcha tenemos que dejarlo todo, como
hizo Abraham. No se puede cargar nada de lo que
juntamos o acumulamos. Por la "aduana" de destino sólo puede
pasar lo
que hayamos dado. Toda la Palabra de Dios es una Palabra de Amor que
nos exhorta a comprender que no hay otro camino que no sea el amor, la
generosidad, la solidaridad y la entrega. Ahora es el tiempo, entonces,
para dar, con generosidad. Y para saber cómo hacerlo, basta
con mirar
alrededor, y hacer lo que necesita el que tenemos sentado al lado.
Así podremos asumir cada uno la tarea que nos toca, sin
importar si es
grande o pequeña, ya que lo que
importará será que pongamos en ella. Por ejemplo,
aquí en
el Hogar Marín para unos será lavar o secar los
platos, para otros poner o levantar la mesa, quizás para
otros regar
las
plantas o barrer las hojas, para alguno más será
conversar un poco con
el que está más triste o más solo,
también para alguno será ayudar al
que no puede caminar o desplazarse solo en la silla de ruedas,
quizás
para alguno será hacer rosarios, y para otro rezarlos. Y del
mismo
modo, en el resto del mundo cada uno tendrá su tarea. Todas
ellas se
realizarán bien con pequeños o grandes actos de
amor, que nos hacen
avanzar en nuestro camino...
Esto no se hace sin sufrimiento. El amor nos lleva a entregar la vida
buscando el bien de nuestros hermanos. Esto requiere esfuerzo,
ánimo,
constancia. Por eso, porque nos puede invadir el desaliento o el
cansancio, Jesús nos muestra la meta, como a los
Apóstoles. Mientras
caminamos en esta Cuaresma por este camino de fe que nos hace crecer en
el amor, Jesús nos ayuda a levantar la mirada, para que
viéndolo a Él
transfigurado, con el rostro resplandeciente y las vestiduras blancas,
tal como será después de la Cruz gracias a su
Resurrección, recordemos
y
tengamos siempre presente, a la hora de la Cruz, que nuestra meta es el
Cielo...
3. PARA NO TROPEZAR EN LAS
PIEDRAS DEL
CAMINO, HAY QUE TENER SIEMPRE A LA META... El camino de la fe tiene sus
piedras de
tropiezo. Ya vimos el Domingo pasado qué pasa cuando
aparecen bajo la
forma de la
tentación, cómo se hace para superarlas. Pero no
alcanza caminar sólo
con la mirada fija en el piso, mirando sólo
las tentaciones, porque tarde o temprano caeremos en ellas. Fijar la
mirada en el piso puede
servir para no llevarse por delante los escalones o para no caerse en
los agujeros que a veces hay en las calles de Buenos Aires. Pero no
sirve para el camino de la vida, para el cual hace falta tener siempre
a la vista la meta...
Aquí
vemos a Inés, una de las ancianas residentes en el Hogar de
las
Hermanitas de los Pobres en Tacna, Perú, a quien
conocí en agosto de
2006. Su rostro cargado de arrugas nos deja ver que su vida ha estado
cargada de
sufrimientos, escondidos en su silencio. Se adivinan detrás
de sus ojos
muchos momentos de oscuridad. ¿Cómo
habrá podido sobrellevarlos, hasta
encontrar la mano tierna de las Hermanitas haciéndole
conocer el rostro
amigo del amor fraterno? No lo sabemos. Pero todos los grandes santos
tuvieron sus momentos de oscuridad. Nos lo
cuentan Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa
Teresita del
Niño Jesús, entre otros. Y todos ellos nos
muestran que lo que siempre
los sostuvo fue elevar la mirada, como los Apóstoles ante
Jesús
transfigurado, para encontrar en el Cielo el ánimo para
afrontar los
momentos de la Cruz...
En esos momentos hay que buscarse el tiempo, por ejemplo a
través de
momentos dedicados especialmente a la oración, con
más intensidad en
este tiempo de Cuaresma, para recordar, con la mirada dirigida hacia le
Cielo, que allí está nuestra meta. Así
podremos recobrar el entusiasmo
que nos permita cargar con alegría la Cruz, en nuestra
marcha hacia el
Cielo, a donde vamos...