Esta fue mi predicación de hoy, 25 de mayo de 2008,
Solemnidad
del Cuerpo y la Sangre de Jesús del Ciclo Litúrgico A, en la
Abadía
Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. PARA
PODER CAMINAR
SEGUROS, ES BUENO TENER DONDE APOYARSE... Decía Arquímedes, hace ya
mucho tiempo, que para mover el mundo entero a él le bastaba con que le
dieran un buen punto de apoyo. No había inventado
nada, simplemente había descubierto el principio de la
palanca: mover un enorme peso a lo largo de una corta distancia es lo
mismo que mover un pequeño peso a lo largo de una distancia
inversamente proporcional. Lo único que hace falta es contar con un
punto de apoyo firme, que permita apoyar la palanca que cambiará peso
por distancia, o viceversa. Cuando vemos trabajar las inmensas grúas
que hoy permiten elevar materiales de enorme peso cuando se realizan
las construcciones de los grandes edificios que van poblando nuestras
ciudades, estamos ante la aplicación de este simple principio de la
física...
Sin
embargo, no sólo para el desplazamiento
de grandes pesos resulta imprescindible un buen punto de apoyo. También
nos hace falta cuando, por razón de la edad, nuestras piernas van
perdiendo firmeza, y nuestras articulaciones se ponen más duras. El
paso se hace más seguro, nos animamos a ir para delante, simplemente
por el hecho de contar con alguien en quien apoyarnos. Se trata de una
ayuda que tiene su efecto no sólo en lo físico, sino también en lo
psicológico. Saber que, además de los dos pies, tenemos un tercer apoyo
en el descansar nuestro peso, como puede ser un brazo amigo que nos
sostiene, nos da ánimo para emprender el camino con más ánimo,
confiados en que, de ese modo ya no corremos el peligro de caer. A
veces, sin embargo, nuestras piernas ya no responden, ni siquiera con
alguien que nos ayude tomándonos del brazo, y sólo podemos desplazarnos
en una silla de ruedas. En todo caso, bienvenidas sean siempre las
manos amigas que nos sirvan de apoyo y nos ayuden a sostenernos en la
marcha, que resulta siempre la más precisa descripción de nuestra vida
en esta tierra, que no sólo tiene inicio y tiene fin sino que,
sobretodo, tiene una meta....
A veces para ponernos
de pie e
iniciar o retomar la marcha no basta con las manos que nos tiendan por
delante. También hace falta que nos sostengan o apuntalen por la
espalda. Es necesario este buen apoyo cuando queremos caminar también
como patria, de la que hoy celebramos 198 años. Sobretodo, como nos
decía ayer el Cardenal Bergoglio en el anticipo de la
celebración de
la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús, si queremos caminar
teniendo presentes a nuestros mayores, que caminaron con la esperanza
de que nosotros fuéramos mejores, y mirando hacia adelante, deseando
que los que vengan después de nosotros puedan transitar en paz y
justicia, en fraternidad y solidaridad...
Ya que nuestra marcha es hacia el Cielo y el destino al que Dios nos
llama la Vida eterna, será
largo el camino y no bastarán las fuerzas humanas para sostenernos
firmes y perseverantes en la senda. Por eso Jesús, que nos abrió las
puertas del Cielo con su
Resurrección ha querido
quedarse con nosotros para ser el alimento que nos
fortalece y nos renueva en el camino. Esa presencia permanente de Jesús
es lo que
celebramos anualmente en esta Solemnidad de
Corpus Christi,
o
del
Cuerpo y la Sangre de Jesús...
2.
APOYADOS EN JESÚS, ÉL NOS SOSTIENE CON LA EUCARISTÍA Y CON SU
PALABRA... Celebramos de manera
solemne esta presencia de Jesús porque en el Sacramento de la
Eucaristía no sólo contamos con sus mayores dones, sino que Él mismo se
hace presente, para ser nuestro sostén y nuestro apoyo en nuestro
camino hacia la Vida eterna. Teniéndolo a Jesús, podemos estar seguros
que nada nos faltará, ya que Él es verdaderamente la salvación para
todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, y con
Él Dios nos da verdaderamente todo lo que nos hace falta...
La
Eucaristía es una celebración que nos pone ante Jesús ofreciéndose por
la salvación de todos en
el sacrificio de la Cruz, entregando su Cuerpo y derramando su
Sangre por el bien de todos, y poniéndose a disposición de todos como
alimento...
Jesús nos alimenta en el Altar con una doble Mesa,
con dos
platos fuertes: su Palabra, y el Sacramento de la Eucaristía. Con este
alimento tenemos todo lo que nos hace falta. La Palabra que nos
instruye, nos guía, nos corrige, nos consuela y nos orienta. Y la
Eucaristía que nos nutre y nos hace participar en la Vida de Dios, y
que reservamos en el Sagrario de las Iglesias, no sólo para poder
llevarla a los enfermos, sino también para que, puestos a sus pies en
humilde adoración, podamos experimentar casi sensiblemente la presencia
consoladora de Jesús, que nos acompaña en nuestro camino al Cielo...
Esta presencia de Jesús, nos decía Benedicto XVI en su primera
Exhortación Apostólica
Sacramentum
caritatis, del 22 de febrero de 2007, es
"pan partido" para
toda la humanidad, ya que todos los hombres necesitan, y por lo tanto
tienen derecho, a encontrar en Él la salvación (cf. n. 88). Por eso
Eucaristía y
misión van de la mano. lo que hemos recibido no es para guardarlo sino
para cercarlo a todos los hombres, que tienen derecho a encontrar este
Pan que es Jesús mismo y que Él ha dejado en nuestras manos. Jesús
sigue exhortándonos, dice el Papa, como hizo con sus discípulos después
de la multiplicación de los panes, que a nosotros nos toca dar de comer
a la multitud.
En verdad, afirma Benedicto XVI
coronando con
su Exhortación Apostólica la XI Asamblea del Sínodo de los Obispos, la
vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús,
pan partido para la vida del mundo (cf. n. 88)....
3.
FORMAMOS UN SOLO CUERPO: SOSTENIDOS EN EL AMOR PARA PODER SOSTENER A
LOS OTROS... Jesús eligió
el pan como signo sacramental de su entrega. El pan, hecho de muchos
granos de trigo, que se parte entre todos los que se sientan a una
misma mesa. Su Cuerpo y su Sangre se hacen para nosotros alimento, y
nos permiten vivir unidos a Jesús y fieles a su Palabra. Pero el pan
también nos
representa de una manera muy fuerte lo que sucede cuando nos unimos a
Jesús. Si san Pablo nos dice que alimentándonos de un mismo Pan somos
un solo cuerpo, no nos habla sólo de un signo sino de una realidad.
Somos el Cuerpo de Cristo, porque nos hemos unido a él. Así como
diversos granos de trigo se funden en la harina con la que se hace un
mismo pan, así también nosotros, unidos a Jesús, nos hacemos en Él un
solo Cuerpo, en el que, a la vez que somos sostenidos por Jesús, y como
consecuencia de ellos, nos sostenemos unos a otros y somos sostenidos
por el amor fraterno...
Cada uno
de nosotros somos pan que se parte en la mesa que Dios
sostiene a nuestros hermanos, y que ellos pueden compartir, si nosotros
no se lo impedimos. Sabemos que Jesús acude en auxilio de todos los que
lo necesitan para sostenerlos en todas sus necesidades y en sus
aspiraciones de trascendencia, pero también que para ello cuenta con
nosotros...
Por eso el Cardenal Bergoglio, Primado de la Argentina, nos exhortaba
ayer a pedir la gracia de permanecer unidos como pueblo, sin
disgregarnos, y unidos sin despreciarnos, mientras celebramos la
Memoria de la entrega de Jesús que nos une y aglutina aun pueblo que
quiere permaneces sin disgregarse. Estas palabras de unidad son las que
se pueden esperar de la Iglesia, hoy y en todas las ocasiones...