Esta fue mi predicación de hoy, 16 de
diciembre de 2007,
Domingo III del Ciclo
Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. ¿ES
JESÚS EL QUE PUEDE
SALVARNOS, O DEBEMOS ESPERAR A OTRO?... Vemos que se desmorona la
cultura occidental y cristiana. Pacientemente, y con el testimonio y la
palabra de los cristianos, se pasó de una cultura pagana a
una sociedad
construida desde la fe, a una cultura cristiana, en la que brillaron
valores como la familia, el respeto por la vida, el valor de la virtud,
todo eso que nosotros hemos heredado del pasado a través de
nuestros
padres y nuestra familia...
Pero hoy,
bastaría que leyéramos los
titulares de los periódicos o miráramos un poco
de televisión para que
enseguida nos diéramos cuenta que todo eso parece deshacerse
a pedazos.
Quedan
los crucifijos, al menos en algunos lugares, aunque no sabemos por
cuanto tiempo más (en los hospitales, en las aulas, en los
despachos de
los Jueces y de los gobernantes, en las oficinas de los empresarios),
pero la fe parece estar casi siempre ausente de muchos de esos
lugares...
Es
posible que hasta nuestras propias expectativas personales
se encuentren frustradas. Quizás hemos apostado a ser
buenos,
creyentes,
piadosos, bondadosos, y quizás nos parece que les va mejor a
los que
tomaron el camino opuesto. Siguiendo el camino que hemos elegido hemos
terminado siendo pobres, quizás incluso amargados porque se
frustraron
nuestras
aspiraciones. Es posible que al menos a veces estemos tristes y nos
sintamos olvidados por los que, nos parece, tendrían que
valorar
nuestros
méritos, y, aunque no llegaran a aplaudirnos, al menos
deberían
mirarnos con silenciosa admiración en vez de ignorarnos
lastimosamente...
También San Juan Bautista debe haber pasado por una
situación
semejante. El señaló
con su predicación la venida del Salvador, que
cambiaría la
suerte de su pueblo inaugurando un Reino triunfal. Y en vez de eso se
encuentra con
Jesús que no hace grandes cambios, sólo predica y
hace algunos
milagros, mientras él ha sido encarcelado. Su pregunta puede
ser la
nuestra: ¿Es Jesús el que puede salvarnos, o
debemos esperar a otro?...
2. JESÚS NOS MUESTRA
DÓNDE
ESTÁN LOS SIGNOS DE LA SALVACIÓN QUE
ÉL NOS TRAE... Hoy, como en
tiempos de Jesús, hay ciegos que comienzan a ver,
paralíticos que alcanzan a caminar, sordos que pueden
oír y leprosos
que quedan purificados: a cada uno le llega en el momento oportuno -que
no siempre coincide con el que nosotros
elegiríamos según nuestra
limitada forma
de ver las cosas- lo que más le hace falta para responder al
don de
Dios: Dios siempre actúa con
misericordia y busca nuestro bien, aún en aquellas ocasiones
en las que
a nosotros más nos cuesta verlo...
Para eso
Jesús no se vale especialmente de milagros (aunque puede
hacerlos, y no
deja de hacerlos cuando Él quiere), sino que
actúa a través de muchas
personas que, movidos por
la fe y por el amor de Dios, prestan sus ojos, sus manos, y sus pies a
los que los tienen enfermos, ponen su tiempos, sus oídos y
su corazón
al servicio de los demás. Pero la salvación que
nos trae Jesús va aún
más a fondo. Los muertos resucitan, porque Jesús
murió y resucitó para
salvarnos, y la Buena Noticia es anunciada a los pobres, que
esperan de
Dios la salvación. Por eso, la salvación que nos
trae Jesús nace en los
tiernos maderos del Pesebre pero madura en los esforzados maderos de la
Cruz...
Jesús
vino, en Belén, para sanar
nuestros corazones y volverlos
hacia Dios. De esta manera, nos ha acercado entre nosotros, y nos ha
enseñado a vivir como hermanos. No hace lo que a nosotros
nos toca,
pero nos muestra cómo hacerlo. Jesús no vino a
diseñar la economía
mundial, aunque
con sus Palabras nos da la clave para hacer una economía
más humana,
que ponga a cada hombre, y no lo que hace o produce, en el centro de
nuestras preocupaciones. Jesús no vino a organizar los
partidos
políticos, aunque su enseñanza es clave para
quien quiera ser un buen
político, que haga de su tarea un servicio útil
para los demás. Jesús
no vino para escribir una regla que ordene del mejor modo la vida de
los monjes o monjas dedicados a Dios en la oración, el
silencio y el
trabajo de un Monasterio o Abadía, aunque su Palabra
comprendida y
vivida fue la clave que permitió a san Benito, a santa
Escolástica y a
otros santos monjes escribir esas reglas. Jesús no
nos dejó un manual con todas las indicaciones para organizar
un Hogar
de Ancianos como una casa donde sus residentes vivan sus
últimos días
en un clima de familia lleno de alegría y de amor, pero los
santos,
como la beata Juana
Jugan, viviendo con
intensidad su fe,
han aprendido a hacerlo a la luz del Evangelio. Y lo mismo
podríamos
encontrar revisando todas y cada una de nuestras actividades
habituales. En cada una de ellas, tomarse en serio el Evangelio y
decidirse a vivirlo con integridad transforma nuestra vida, a la luz
del Pesebre y de la Cruz que llevan al Cielo...
3. JESÚS
ES NUESTRA SALVACIÓN, Y YA VIENE.
ESPERÉMOSLO
BIEN DESPIERTOS... Jesús ya viene, pero no podemos sentarnos
a
esperarlo de brazos cruzados. Necesitamos, en cambio, estar bien
despiertos y en vigilante espera,
de pie. A cada tiempo y a cada persona le toca responder al don de
Dios. Lo decía Benedicto XVI en su reciente
Encíclica,
Spe
Salvi: nuestra libertad es siempre nueva y tiene
que tomar
siempre de nuevo sus decisiones, no están ya tomadas para
nosotros por
los que nos precedieron; en las decisiones fundamentales cada hombre,
cada generación, tiene que empezar de nuevo (cf. n. 24)...
Para celebrar la Navidad, entonces, no alcanza el "marco externo" de
fiesta que tienen estos días,
que podríamos imaginar representado por el establo. Tampoco
alcanza
sólo el Pesebre que podemos hacer en nuestro
corazón para recibirlo a
Jesús. Además es necesario que comprometamos
nuestras manos, como
símbolo de todo nuestro ser, para estar despiertos y
activos, como san
José junto al Pesebre. Tenemos que estar dispuestos a
aceptar sus
signos de la salvación, como san Juan el Bautista en la
cárcel, en vez
de exigir los que nosotros queremos. Tenemos que estar despiertos y
prestar nuestros ojos para que los ciegos vean, nuestras piernas para
que los paralíticos caminen, nuestros oídos
para que los sordos oigan,
dispuestos a vivir para los demás, y recuperar de este modo
a Dios,
Padre de todos, y fuente de la salvación para todos los que
la quieren
recibir...