Esta fue mi predicación de hoy, 2 de
diciembre de 2007,
Domingo I de Adviento del
Ciclo Litúrgico A, en la
Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. LAS
FECHAS LLEGAN DE UNA
MANERA INEXORABLE, AUNQUE NO LAS
PREPAREMOS... Para eso basta que las hojas del calendario vayan
avanzando, como de hecho lo hacen sin detenerse. Apenas "ayer"
comenzaba el año 2007, y ahora ya
hemos iniciado su último mes y vamos llegando a su fin.
"Anteayer"
comenzaba el nuevo milenio apenas concluida la celebración
del gran
Jubileo del año 2000, y ahora ya nos encontramos en los
últimos años de
su primera década. Los
días, las semanas y los años se suceden sin
interrupción, uno tras
otro. Dentro de cada año también se suceden con
ritmo implacable las
estaciones, según su
invariable sucesión: primavera, verano, otoño e
invierno. Y todo esto
sucede sin
necesidad de que nosotros hagamos nada...
Ante esta
secuencia
ininterrumpida que nos impone el tiempo, nosotros podríamos
tener una
actitud resignada y pasiva que nos llevara a quedarnos resignados
mirando cómo
pasa el tiempo y lamentándonos cada tanto pensando que "todo
tiempo
pasado fue mejor" (es un refrán engañoso, porque
nuestra mirada sobre
el pasado siempre nos lo presenta coloreando sus alegrías y
empequeñeciendo sus tristezas). Sin embargo, no es bueno ni
hace falta
que nos quedemos "quietos"
esperando simplemente que el tiempo pase, como si se tratara de un mal
ante el que no tenemos remedio y frente al que nada podemos hacer,
como si sólo tuviéramos que esperar que el paso
de los días nos
deposite en la muerte. El
tiempo no sólo "sucede". Nosotros estamos dentro del tiempo
y somos
parte de él, participamos activamente en lo que sucede en el
tiempo, ya
que dentro de él vamos construyendo cada uno de nosotros su
propia
historia...
Esto resulta especialmente importante hoy cuando en este primer Domingo
de Adviento comenzamos a preparar la
Navidad. Esta es una fiesta de familia,
en la que festejamos que Jesús vino, niño y
pobre, a darnos la
salvación, que nos trajo con sus Palabras de Verdad y sus
hechos de
Amor, al precio de su propia vida, que entregó gustoso en la
Cruz para
salvar la nuestra, condenada al fracaso del dolor y de la muerte...
En este
tiempo hay que estar
prevenidos y despiertos Hay muchas cosas que
nos pueden distraer, impidiendo que nos preparemos para esta fiesta. Si
esto sucediera podríamos perder la oportunidad de celebrarla
bien,
"como Dios manda",
y nos quedaríamos sólo en la cáscara,
sin llegar a
su
corazón. Quedarse en la cáscara sería
dejarnos absorber por lo
secundario (los adornos
de la casa, las
tarjetas de saludo, las comidas especiales, las despedidas de fin de
año, los regalos), sin dar trascendencia al Nacimiento de
Jesús, que es
el motivo de esta fiesta
grande. De hecho, las fiestas comienzan ya desde el momento en que
comenzamos a prepararlas, sobretodo cuando las preparamos junto a
otros, como sucede con las fiestas de familia, como lo es por
antonomasia la de Navidad. Pero también vale decirlo de la
fiesta del
Cielo, la última y definitiva, que comienza a vivirse desde
el momento
en que comienza a preparársela. Por eso hoy Jesús
quiere despertarnos,
para que no dejemos de prepararnos para la Navidad y para el Cielo...
2. VAMOS A RECIBIR A
JESÚS, QUE
VINO EN BELÉN, VIENE CADA DÍA Y VENDRÁ
EL ÚLTIMO DÍA... "La salvación
está ahora más cerca de nosotros que
cuando abrazamos la fe", nos dice San Pablo. Y él
sabe que Jesús es
nuestra salvación. Si ahora está más
cerca, es porque Jesús cada día
viene hacia nosotros...
Vino en Belén, donde nació débil, como
todo niño, y pobre como hoy le
sucede a muchos niños. Y desde el pesebre avanzó
implacable hasta la
Cruz, desde donde resucitó, para mostrarnos el camino de la
salvación.
La Navidad, justamente, viene a recordarnos que Jesús vino
de esa
manera y nos marcó ese camino. Por eso es clave que no nos
dejemos
distraer por "los adornos" de la fiesta, y lleguemos a su
corazón...
Lo que celebramos nos
marca
cuáles son las cosas importantes, las que no podemos olvidar
a la hora
de preparar la Navidad, para que sea una fiesta de Paz. "No
más peleas
y envidias", nos dice San Pablo. Porque la paz, que es por antonomasia
el nombre de la Navidad, no caerá desde el Cielo,
sólo porque nos
sentemos a esperarla. La paz requiere el esfuerzo de cada uno
de
nosotros para entendernos con nuestros parientes, con nuestros vecinos,
con nuestros amigos, con nuestros conciudadanos, con nuestros enemigos,
con los que nos visitan y con los que nos olvidan, con los que nos
cuidan y con los que nos maltratan, con todos los hombres del mundo
entero...
"Con sus espadas
forjarán
arados y podaderas con sus lanzas", nos dice Isaías. Esto
nos tiene que
ayudar a comprender que las mismas cosas que hoy enfrentan a las
personas y a las naciones, a las familias y a los hemisferios, son las
que deberían unirlos. Los bienes materiales, los
más necesarios e
imprescindibles para la vida, y los que son simplemente
útiles, que en
nuestro tiempo vemos acumularse progresivamente en cantidades cada vez
mayores en grupos más reducidos, son los que
podrían convertirse en los
vehículos del encuentro, que surgiría
fácilmente si nos despertáramos
para recorrer el camino del amor fraternal al que Jesús nos
ha
llamado. Esa manzana que está sobre la mesa y parece ser la
más rica
puede llevarnos a pelear para quedarnos con ella, pero
también puede
acercarnos a los que están con nosotros, si postergamos
nuestro primer
impulso y la ofrecemos a los demás...
Este
camino reclama de nosotros el esfuerzo para entendernos, el
esfuerzo de dar espacio a nuestros hermanos en nuestros corazones y de
abrir nuestros brazos para abrazarnos con ellos. Y
mientras se acerca la Navidad, para recibir a Jesús que
viene cada día
hacia nosotros, podríamos aplicar estos esfuerzos a la
relación con
nuestros parientes, con nuestros vecinos, con nuestros amigos y
nuestros enemigos, buscando con oración, sacrificio, fe y
alegría, para
preparar de la mejor manera esta Fiesta de familia...
Pero además, Jesús, que vino en Belén
y viene cada día hacia nosotros,
también vendrá al final de la historia. En ese
momento todo
quedará puesto delante de la mirada de Dios, todas las
acciones de
todos los hombres, desde el primero hasta el último. Se
podrá ver "de
un
solo golpe de vista" la historia de cada uno, y se harán
evidentes los
frutos del modo en que
hemos recibido a Jesús cada día. El Papa
Benedicto XVI nos habla de
este tiempo final en su última encíclica
Spe
Salvi, recordándonos con palabras de San
Pablo que "en la
esperanza fuimos salvados" (Romanos 8, 24), porque tenemos la certeza
de que allí, al otro lado de la historia, Alguien nos
espera, con sus
brazos abiertos para recibirnos en su Amor (es curioso, de lo que
más
habla el Papa en esta encíclica es del Cielo, y lo que
resaltaron
algunos periódicos en sus títulos fue que en ella
el Papa había
reafirmado que existen el Purgatorio y el Infierno)...
3.
NO HAY TIEMPO QUE
PERDER,
HAY QUE ESTAR DESPIERTOS: JESÚS LLEGA
ENSEGUIDA... Viene Jesús, y no hay tiempo que perder, porque
antes que
nos demos cuenta, en poco más de cuatro semanas, estaremos
celebrando
la Navidad...
Pero esta vez no podemos dejar que Jesús se quede solo en un
pesebre.
Sabiendo que nos trae la salvación, a nosotros nos toca
prepararle un
lugar donde Él pueda desplegar a sus anchas todo lo que
tiene para
darnos...
Y el mejor lugar, donde Jesús siempre querrá
estar, será nuestro corazón, y el de todos los
hombres de todos los
tiempos...
Jesús llega en esta
Navidad, como llega también en cada día, y
como vendrá también al final, a la hora de la
verdad, que será para
cada uno de nosotros el último día de nuestra
vida. Hay que estar
despiertos y dispuestos para recibirlo siempre, y del mejor modo...
Sólo de esa manera la Navidad podrá ser
verdaderamente una fiesta de
Paz, a pesar de todo lo que pueda atentar contra ella (todos los modos
con los que se manifiesta el dolor, y su resumen culminante, que es la
muerte), porque recibiendo a Jesús, se puede vencer
definitivamente el
dolor y la muerte...