Es siempre personal...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 6 de noviembre de 2005, XXXII
Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
lecturas bíblicas de la Misa del día:
- La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja
contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la
buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que
madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su
puerta. Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se
desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes. La Sabiduría
busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con
benevolencia en los caminos y les sale al encuentro en todos sus
pensamientos (Sabiduría 6, 12-16).
- No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los
que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no
tienen esperanza. Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó:
de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él (1
Tesalonicenses 4, 13-14).
- Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos
será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro
del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias
tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las
prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus
frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se
quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el
esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y
prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían
darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero
estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que
vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que
estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la
puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor,
ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Estén
prevenidos, porque no saben el día ni la hora (Mateo 25, 1-13).
1. LAS FIESTAS COMIENZAN A VIVIRSE CUANDO SE
LAS EMPIEZA A PREPARAR... Las Hermanitas del Hogar Marín nos tienen
felizmente acostumbrados a celebrar todos los motivos de fiesta que nos
ofrece la vida, que es ella misma una fiesta a la que Dios nos ha
llamado. Esas fiestas, como todas, no comienzan en el momento de su
celebración, sino mucho antes, cuando se empiezan a preparar. Pienso
especialmente en las tres o cuatro veces al año en las que la
celebración de las fiestas en el Hogar incluye la realización de una
obra de teatro, con la participación de los ancianos residentes en el
Hogar y de los voluntarios y sus familias. Así sucede, por ejemplo,
cada año, con el Pesebre viviente que se prepara con ocasión de la
Navidad. Esas obras se preparan con mucho esmero, mucho amor y mucha
dedicación, y todo el tiempo de la preparación es ya parte de la
fiesta...
Pienso también en las carreras
de larga distancia a las que de vez en cuando somos convocados los
muchos practicantes de este sano deporte que llena los pulmones de aire
puro y oxigena también el espíritu y la mente. Hoy éramos 15.000 que
corríamos bien temprano una distancia de 10 Kilómetros en la ciudad de
Buenos Aires, y otros tantos en cada ciudad en la que se corría
simultáneamente: Bogotá, Caracas, Lima, México DF San Pablo, Santiago
de Chile. Sin duda, la participación de esa carrera fue una fiesta,
pero sin duda también los que corrimos comenzamos a vivir esa fiesta
mucho antes, cuando a través de los entrenamientos progresivos fuimos
preparándonos, encontrando cada uno el ritmo apropiado para llegar a la
meta sin agotarnos antes de tiempo (en este caso hubo un gusto especial
en la preparación: había un espacio en la remera que nos dieron para la
carrera, en la que debía expresarse en una frase breve la razón por la
que corríamos; yo puse: "Dios me espera...")...
Esto sucede también con las
fiestas más cotidianas, por ejemplo las que los jóvenes tienen en este
tiempo del año con mayor frecuencia. Es cierto que estas fiestas
comienzan muy tarde, a la una o más de la mañana, y terminan también
muy tarde (a pocos metros de donde empezó la carrera de hoy, en ese
momento sonaba todavía a todo volumen la música de un lugar donde los
jóvenes y no tan jóvenes hacen fiesta). Pero, sin embrago, comienzan a
vivirse mucho antes, cuando uno se empieza a preparar, ensayando una y
mil veces lo que dirá, lo que hará, lo que responderá, etc....
Esto vale la pena tenerlo presente, porque nosotros hemos
sido hechos para la fiesta, en realidad para Una Fiesta, que es el
Cielo. Toda nuestra vida no es más que el tiempo que recibimos de Dios
para responder a su invitación. Por eso mismo, el Cielo es un fiesta
que ya comienza a vivirse anticipadamente cuando lo vamos preparando
mientras respondemos a Dios...
2. LA FIESTA DEL CIELO, A LA
QUE DIOS NOS INVITA, NO SE PUEDE IMPROVISAR... Como las vírgenes
prudentes de la parábola que hoy proclamamos en el Evangelio, con la
sabiduría que se nos ofrece paso a paso cuando vamos profundizando en
la Palabra de Dios, también nosotros nos vamos preparando para el
momento oportuno en el que recibamos el último llamado para entrar a la
fiesta del Cielo. Es que hace falta llegar a ese momento con "las
lámparas llenas de aceite", es decir, con la vida cargada de sentido y
de coherencia, a fuerza de trabajar una y otra vez con el esfuerzo de
hacer las cosas bien, tendiendo la mano continuamente al servicio de
nuestros hermanos, y dando frutos con todo lo que Él ha puesto en
nuestras manos. Jesús nos mostró con claridad cuál es el camino de esta
preparación para el Cielo, poniendo la Cruz en el horizonte...
Esta preparación para el Cielo no se puede
improvisar. Dios llega a nosotros, de una manera contundente y
decisiva, al final de nuestra vida. Pero para recibirlo como hacer
falta en ese momento, con la alegría que merece la fiesta a la que nos
invita, es necesario ir respondiéndole también cada día, cuando viene
hacia a nosotros en la mano del que nos pide algo que tiene derecho a
esperar de nosotros, cuando viene a nosotros en la oración, cuando se
hace presente con su llamada en todo lo que hacemos cada día...
El aceite, entonces, que hay
que tener siempre a mano, para que nuestra lámpara esté siempre
encendida, es el amor, que hace que estemos siempre dispuestos para
recibir a Dios, que viene a buscarnos a través de cada uno de nuestros
hermanos que se presentan esperando de nosotros una mano tendida para
servirlo en algo...
Es verdad que muchas veces nos confiamos a la oración de otros,
para que Dios nos tenga piedad, y está bien que lo hagamos. A mí muchas
veces me pasa que me encuentro con parientes que me dicen: "Che, vos,
que sos sacerdote, y que por lo tanto estás mas cerca de Dios, rezá por
todos nosotros, para que Dios nos salve". Por de pronto, habría que
tener en cuenta que el sacerdocio no le garantiza a nadie la santidad,
que es el único modo de estar más cerca de Dios. Pero además, la
salvación no es transferible...
3. LA PREPARACIÓN PARA EL CIELO NO SE PUEDE
PEDIR PRESTADA, ES SIEMPRE PERSONAL... La vírgenes necias de la
parábola no pudieron llenar sus lámparas con el aceite de las
prudentes. De la misma manera, la preparación para la fiesta del Cielo
no es transferible. Así como la preparación que cada uno hace para una
fiesta rinde sus frutos también para otros pero sólo enriquece
verdaderamente a los que la han hecho, así como la preparación que cada
uno haga para participar en una carrera puede ayudar a la alegría del
espectáculo del que participarán muchos pero en realidad ayuda a correr
sólo al que la ha realizado, así también todo lo que hagamos para
preparar nuestra participación en el Cielo podrá rendir frutos para
muchos, ya que serán actos de amor con el que les haremos un bien, pero
no podrá reemplazar de ninguna manera lo que le tocará hacer a quien
quiera alcanzar el Cielo al que Dios invita a todos...
Cada uno de nosotros llegaremos al Cielo, o
dejaremos de hacerlo, por lo que personalmente hayamos hecho en todo el
tiempo de nuestra vida, tiempo de preparación para la gran Fiesta a la
que Dios nos ha invitado. Por eso, cada día, y en cada momento,
mientras vamos de camino, el modo de aprovechar el tiempo es hacer
disfrutar de la preparación del Cielo. Y eso se hace ejercitándonos en
el amor, ya que en eso consiste la Fiesta a la que hemos sido
invitados. Se trata, simplemente, de ir respondiendo a Dios, que nos
hace presente su invitación de mil maneras cada vez que alguien tiene
derecho a esperar de nosotros una respuesta de amor. De esta manera el
Cielo, que ciertamente superará todo lo que nos podamos imaginar, sin
embargo no nos tomará por sorpresa, ya que lo habremos ido preparando y
disfrutando con emoción, con los actos de amor y servicio fraternal,
que se convierten en anticipos de esa gran Fiesta para la que Dios nos
ha hecho...
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: