El amor que se hace visible...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 23 de octubre de 2005, XXX
Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Éstas son las normas que el Señor dio a Moisés: No maltratarás al
extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en
Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y
ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira,
y yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedará viudas, y
sus hijos huérfanos. Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al
pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no
le exigirás interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo,
devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y
el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me
invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo (Éxodo 22, 20-26).
- Hermanos: Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al
servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el
del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con
la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para
todos los creyentes de Macedonia y Acaya. En efecto, de allí partió la
Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas
partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que
no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me
han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para
servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde
el cielo: Jesús, a quien él resucitó y que nos libra de la ira venidera
(1 Tesalonicenses 1, 5c-10).
- Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar
a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era
doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es
el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu
espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es
semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mateo 22, 34-40).
1. MUCHAS VECES NOS PARECE QUE TENEMOS MÁS
CARGA QUE LA QUE PODEMOS SOPORTAR... Nos pasa a los grandes y a los
chicos. Los chicos quieren jugar todos los juegos que conocen, quieren
que les vaya bien en todos los deportes, quieren ver todos los
programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en todas
las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas como con
razón le piden los padres, y son tantas las cosas que tienen por
delante, que no saben por dónde empezar...
Los adolescentes también quieren jugar a todo, pasarse todo el
tiempo con todos los amigos, hacer bien las tareas del colegio y los
estudios de la Universidad, no perderse ninguna fiesta, y encima
resulta que en casa tienen que hacer también un montón de cosas, que
los padres se empeñan en mostrarles que son impostergables, y la
consecuencia es inevitable: no saben por donde empezar...
Es igual para los adultos:
queremos cumplir con todo, queremos hacer bien nuestro trabajo,
queremos cumplir con Dios y con la Iglesia. Y cuando llegan días de
elecciones legislativas, como el hoy en toda Argentina, nos vemos ante
la urgencia de cumplir con nuestra responsabilidad ciudadana,
ejerciendo con toda seriedad la obligación del voto. Puede ser incluso
que se nos presenten las cosas de tal modo que parezca que todo lo que
suceda en el futuro de nuestra patria dependiera de nuestro voto, como
si no cayeran semejantes y aún mayores obligaciones en los hombros de
los que se ofrecen como candidatos para ser votados...
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más
remedio que distinguir lo que aparece como urgente de lo que es
realmente importante, y hay que optar. Por eso los fariseos, que
estaban llenos de normas, 365 prohibiciones y 248 mandatos de cosas que
debían hacer, preguntan a Jesús cuál es el más importante de todos esos
mandamientos, porque por ahí siempre hay que empezar. La respuesta de
Jesús es clara y contundente. Lo primero, lo más importante, lo
impostergable es amar...
2. EL AMOR AL QUE DIOS NOS
LLAMA ES EL QUE UNIFICA TODA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos
muchas cosas que hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y
todo lo demás se desprende de allí. Todos nosotros somos frutos del
amor de Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para
el amor. Es nuestra capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra
felicidad, corresponder con amor al amor con que Dios nos trata...
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de
hacerlo que con todo el corazón, con toda el alma y con todo el
espíritu. Si así lo hacemos cuando vamos a alentar un equipo de fútbol
en la cancha, ¿cómo no vamos a hacerlo de esa manera cuando se trata de
responder al amor de Dios, del cual proviene nuestra vida? Hasta cuando
decidimos nuestro voto en una elección como la de hoy, se trata de no
darle espacio al deseo de venganza, o al odio, ni siquiera al ánimo de
castigar a quienes nos parece que no han hecho bien las cosas para las
que han sido elegidos anteriormente. Nuestro voto debe ser también una
decisión movida por el amor. Amor entendido con mayúsculas, es decir,
el compromiso perseverante de hacernos cargo del bien que debemos a los
demás. De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque
en todo estaremos dispuestos a responder con amor...
El amor así entendido se hace una convierte en algo realmente serio, y
se encuentra necesariamente con la Cruz, ya que ocuparse del bien de
los demás siempre requerirá de nosotros un esfuerzo perseverante. En el
amor al que Jesús nos invita amor siempre ocupará Dios el primer lugar,
pero inmediatamente de la mano de este amor a Dios irá el amor a
nuestros hermanos. Cuando queremos en serio a alguien, entran también
en nuestro afecto todos los que son queridos por él. De la misma
manera, amando a Dios, inmediatamente nuestro amor abarca también
necesariamente a todos los que Él quiere, es decir, absolutamente a
todos, porque nadie queda excluido del amor de Dios...
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer a
alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Sin embargo, siempre
tenemos al menos una razón, y mucho más poderosa que las otras, para
querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es simplemente que
Dios los quiere...
3. EL AMOR A DIOS SE HACE VISIBLE A TRAVÉS DE
NUESTRO AMOR FRATERNO... El amor a Dios siempre va primero, porque
nadie está por encima de Dios. Hoy concluyó la XI Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por Juan Pablo II y
confirmada por su sucesor Benedicto XVI, a quien le correspondió
presidirla. En esa reunión de Obispos provenientes de todo el mundo,
que concluyó con un Mensaje
de los Obispos a los fieles y 50 Proposiciones
de los Obispos al Papa, pudo verse una vez más el lugar central de
la Eucaristía en la vida de la Iglesia, Dios visible entre nosotros,
hecho presencia y alimento para la Vida del mundo...
Pero el amor a Dios no está completo si sólo queda encerrado en nuestro
corazón o se manifiesta sólo en nuestra veneración a la Eucaristía.
Porque el mandamiento del amor a Dios se completa con su semejante, el
amor a nuestros hermanos. Cuando nuestro amor se vuelca en nuestro
prójimo, es decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene
derecho a esperar algo de nosotros, se hace verdaderamente visible..
Por eso, el amor fraterno es
algo así como la segunda cara de una misma moneda, y parte integrante
del único mandamiento del amor, el más importante de toda nuestra fe.
Querer a los demás como a nosotros mismos no es más que el modo visible
que toma nuestro amor a Dios...
Por eso, cuando nos veamos sobrepasados por las cosas que pesan sobre
nuestros hombros y las tareas que nos esperan, bastará que pensemos qué
es lo que el amor dicta en nuestros corazones, e inmediatamente
sabremos que es por allí por donde deberemos empezar. Puede ser que no
podamos hacer todo lo que tenemos por delante, pero si empezamos por lo
que el amor nos exige como respuesta comprometida, habremos tomado el
buen camino. Nos quedarán muchas cosas sin hacer, incompletas o
pendientes. Pero habremos hecho lo más importante y, parafraseando a
Jesús cuando nos habla del Reino, podemos confiar en que todo lo demás
vendrá por añadidura...
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: