Perdonar de corazón...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 11 de septiembre de 2005, XXIV
Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- El rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio
de pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que
llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu
prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un
hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo
sane? No tiene piedad de un hombre semejante a él ¡y se atreve a
implorar por sus pecados! (Eclesiástico 27,30-28,4).
- Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si
vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor:
tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque
Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los
muertos (Romanos 14, 7-9).
- Se acercó Pedro y le dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré
que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete
veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey
que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea,
le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar,
el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo
que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies,
diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se
compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este
servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y,
tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes".
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré
la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta
que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había
sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo
mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la
deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo
me compadecí de ti?". E indignado, el rey lo entregó en manos de los
verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi
Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos»
(Mateo 18, 21-35).
1. ALGUNAS REACCIONES CUANDO
NOS HACEN DAÑO: ENOJO, IRA, ODIO, VENGANZA O RENCOR... Todas estas
reacciones pueden surgir en nuestro corazón cuando nos hacen algún
daño, grande o chico, desde un pisotón en el colectivo o en cualquier
amontonamiento de gente, hasta un reto injusto que nos han hecho por
algo en lo que no tenemos la culpa, o cuando en el Hogar Marín alguien
deja abierta la puerta del ascensor en el segundo piso, y por más que
lo llamemos con el botón, el ascensor no baja...
La primera reacción puede ser el ENOJO, que nos lleva a apuntar nuestra
mira contra la persona que creemos que nos ha dañado, que a partir de
ese momento se nos mete entre ceja y ceja. Si no frenamos a tiempo el
enojo, rápidamente se nos convierte en IRA. Se pone así en marcha
nuestra pasión, y se nos comienza a subir la mostaza a la cabeza o,
dicho de otro modo, nos comienza a hervir la sangre en las venas...
Si no la frenamos enseguida, de
la ira pasamos al ODIO, nos sale ya "humo" o "fuego" hasta por las
orejas, y comenzamos a pensar que no habrá otro modo de restablecer la
justicia que provocarle un mal al que ha tenido la osadía de querer
dañarnos. Y si podemos, tomamos lo que tenemos a mano (por ejemplo un
hacha), para descargarlo en cuanto nos sea posible contra el que ya es
decididamente nuestro enemigo...
Si no frenamos el odio, no tardará en
convertirse en VENGANZA, que consiste en tomarnos por nuestra cuenta la
revancha (si habíamos tomado un hacha, se lo partimos por la cabeza al
que tuvo la desfachatez de dañarnos). Pero si no podemos frenar nuestro
odio y tampoco concretarlo en una venganza, se nos transformará en
RENCOR, arraigando profundamente en nuestras entrañas y amargándonos la
vida...
De todos modos, ninguna de estas reacciones nos deja en paz. Ni
siquiera la venganza nos da satisfacción, porque en realidad no se
puede poner remedio a un mal provocando otro, quizás mayor. Además,
todos tenemos o hacemos algo que provoca el enojo, la ira, el odio, el
deseo de venganza o el rencor de los demás. Por lo tanto, si todos
dejáramos ir adelante estas reacciones, no tardaríamos en convertir
nuestra sociedad en una selva en la que se hace imposible vivir (esto
es, por otra parte, lo que parece ser nuestra sociedad insatisfecha,
sobretodo en nuestra querida Argentina, en la que están tan heridas las
buenas costumbres que permiten una pacífica convivencia). ¿No habrá
otro modo de reaccionar? De eso nos habla hoy Jesús...
2. DIOS SIEMPRE PERDONA, Y NOS INVITA A
PERDONAR SIEMPRE DE CORAZÓN... El perdón es la grandeza de Dios. Por
otra parte, Dios no tiene otro modo de buscar nuestra amistad que estar
dispuesto a perdonarnos y darnos siempre una nueva oportunidad a cada
instante y a cada paso, ya que una y otra vez volvemos a fallarle y lo
seguimos necesitando, como la primera vez. Sus brazos se abren cuantas
veces hagan falta para recibir una y otra vez con un abrazo
reconciliador a quienes también una y otra vez arruinamos la parte de
herencia que nos ha dado, y que gastamos malamente, como el hijo
pródigo...
Seguramente surgen en nosotros
preguntas que queremos dirigirle a Dios. Si siempre perdonamos, ¿quien
se hará cargo de restablecer la justicia, poniendo en su lugar, dándole
su merecido, a los que nos dañan? Por supuesto, este razonamiento no es
una buena excusa. El perdón no afecta la justicia, que está en manos de
quienes tienen que aplicarla, pero no en las nuestras, si no somos
jueces. Lo hemos visto al recordado Papa Juan Pablo II, apenas
recuperado del atentado que sufrió en el año 1981, ir a visitar a la
prisión al que intentó asesinarlo, y su abrazo misericordioso le llevó
el perdón, aunque no lo sacó de las rejas...
Ya el Libro del Eclesiástico,
en el que reúne la sabiduría del pueblo de Israel, que fue aprendiendo
de Dios a lo largo de su historia, nos avisa que el rencor y la ira son
abominables. Pero además nos advierte, con un lenguaje propio de su
tiempo, que el hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor. Jesús
nos dice lo mismo con otro lenguaje, y nos exhorta misericordiosamente:
nosotros, que necesitamos todos los días de la misericordia de Dios, no
tengamos miedo, perdonemos de la misma manera. A Pedro esto lo
impresionó mucho. Quizás no se animaba a tanto, o quizás no había
comprendido todavía en qué consistía el perdón que Jesús le proponía
asumir como un estilo de vida. La respuesta de Jesús es contundente: no
basta perdonar siete veces (es decir, mucho), sino que hay que perdonar
setenta veces siete (es decir, siempre). En realidad el perdón es una
actitud que, cuando nace del corazón, no admite límites. Si nuestro
corazón se alimenta del amor de Dios, y tomamos consciencia del perdón
de Dios que está siempre disponible para nosotros, nos damos cuenta que
ser capaces de perdonar es lo único que nos permite recuperar la paz
que los daños recibidos pueden perturbar...
Es posible que hayamos pensado alguna vez que si siempre perdonamos,
terminarán tomándonos por tontos. Incluso podemos llegar a pensar que,
en realidad, esta disposición continua para perdonar es un poco contra
nuestra inclinación natural. Si así fuera conviene recordar:
3. NECESITADOS DEL PERDÓN,
NOSOTROS ESTAMOS HECHOS PARA PERDONAR DE CORAZÓN... Con la invitación a
perdonar siempre y de corazón, Dios no nos está proponiendo algo a lo
que se oponga nuestra naturaleza, sino todo lo contrario...
En realidad, desde chiquitos estamos hechos para perdonar. Necesitamos
la paz tanto como el oxígeno. Y cuando perdemos la paz, estamos
ahogados y agobiados. Pero el enojo, la ira, el odio, la venganza y el
rencor nunca engendran paz, sino que se alimentan mutuamente,
arrastrándonos a un torbellino de violencia. Frente al mal recibido,
sólo el perdón es la fuente de la paz. Por eso, el perdón es necesario
no sólo para el que es perdonado, sino para el mismo que perdona...
Cuando nos lastiman, entonces, lo que necesitamos es acudir a la fuente
del perdón, que es la misericordia de Dios, que nosotros mismos
necesitamos. Y llenos de la misericordia de Dios, nos será fácil
recordar que perdonando encontraremos la paz, ya que estamos hechos
para perdonar...
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: