Para
superar las tormentas...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 7 de
agosto de 2005, XIX Domingo
del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- El Señor dijo a Elías: «Sal
y quédate de pie en la montaña,
delante del Señor». Y en ese momento el
Señor pasaba. Sopló un viento
huracanado que partía las montañas y
resquebrajaba las rocas delante
del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento,
hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
Después del
terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no
estaba en el fuego.
Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa
suave. Al oírla, Elías
se cubrió el rostro con su manto, salió y se
quedó de pie a la entrada
de la gruta (1 Reyes 19, 11-13).
- Hermanos: Siento una gran tristeza y un dolor constante en
mi
corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado
de Cristo, en favor de
mis hermanos, los de mi propia raza. Ellos son israelitas: a ellos
pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la
legislación,
el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los
patriarcas, y
de ellos desciende Cristo según su condición
humana, el cual está por
encima de todo, Dios bendito eternamente (Romanos 9, 2-5).
- Después de la multiplicación de los
panes, Jesús obligó a los
discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que
él a la otra
orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña
para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba
allí, solo. La barca
ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque
tenían
viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos,
caminando
sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar,
se
asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de
temor se pusieron a
gritar. Pero Jesús les dijo:
«Tranquilícense, soy yo; no teman.
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si
eres tú, mándame ir a tu
encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo
Jesús. Y Pedro, bajando de la
barca, comenzó a caminar sobre el agua en
dirección a él. Pero, al ver
la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse,
gritó:
«Señor, sálvame». En seguida,
Jesús le tendió la mano y lo sostuvo,
mientras le decía: «Hombre de poca fe,
¿por qué dudaste?». En cuanto
subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en
ella se
postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente,
tú eres el Hijo de Dios»
(Mateo 14, 22-33).
1. A VECES LAS
COSAS
DESAPARECEN, JUSTO CUANDO MÁS LAS NECESITAMOS... Nos pasa,
por ejemplo,
de manera casi inevitable, con los anteojos. Siempre sabemos
dónde
están, porque los ponemos siempre más o menos en
el mismo lugar. Pero
basta que los necesitemos, para que no los podamos encontrar. Incluso a
veces, después de buscarlos un rato largo, nos damos cuenta
que los
teníamos puestos o los llevábamos en la mano...
Algo similar nos puede
pasar con
las llaves de la casa. Las tenemos siempre guardadas en un mismo lugar.
Pero basta que tengamos que salir un poco apurados, para que no las
podamos encontrar. Y lo mismo nos pasa con una cantidad de cosas. Los
documentos los tenemos siempre bien guardados en un lugar determinado y
están a mano para cuando los necesitemos. Sin embargo, basta
que
tengamos que hacer algún trámite apurado, para
que ya no sepamos
encontrarlos. Y el monedero o la billetera tienen su lugar
perfectamente asignado en las carteras de las señoras, hasta
el momento
en que, generalmente cuando están apuradas, la buscan y no
la
encuentran, si no es dando vuelta la cartera y caiga de ella todo su
contenido, por supuesto siempre una caja de sorpresas, como una galera
de mago...
De la misma
manera, muchas
veces lo buscamos a Dios cuando la vida se nos ha convertido en un
inmenso lío, y justamente en ese momento nos parece que se
nos esconde,
porque no lo encontramos. yo creo que los tiempos que estamos viviendo
son de ese tipo, el mundo parece envuelto en un inmenso lío,
y la
Iglesia sufre persecución, a veces de manera más
disimulada y otras
veces de manera más desenfadada, y yo creo que es inevitable
que así
sea. Efectivamente, cuando se quiere pasar por encima del valor
inviolable de toda vida humana desde el primer instante de su
concepción, siempre resultará incómoda
la Iglesia que predica el
respeto incondicional de toda vida humana. Cuando se pretende
desdibujar el sentido natural de la sexualidad abriendo las puertas
para su manipulación descarada al servicio del placer, sin
importar la
destrucción de las bases mismas de la sociedad que nace y se
asienta
sobre su célula básica que es la familia, la
palabra de la Iglesia
molestará. Cuando de pretende utilizar el poder como
instrumento para
realizar las aspiraciones personales en vez de encaminarlo a la
construcción del bien común, molestará
que la Iglesia recuerde con su
palabra que eso se trata simplemente de corrupción. Y a esta
Iglesia
que "molesta" recordando el bien y la verdad se la tratará
de callar...
En tiempos así, podríamos
añorar una manifestación más
contundente
de Dios castigando el mal, y que en cambio que parece dejarnos con el
agua al cuello. quizás preferiríamos que Dios se
manifestara como un
viento huracanado, que de un solo soplo se llevara a todos los que
ejercen el poder, permitiéndonos empezar de nuevo y de cero
a construir
una sociedad más justa. Pero Dios no aparece así,
como un viento
huracanado, llevándose todo lo que nos molesta de un
plumazo. También
podríamos aspirar a que Dios apareciera como un terremoto,
que de
repente se abriera la tierra y se tragara a todos los ladrones, ya sean
de bancos o de gallinas, de autos o de impuestos. Pero Dios tampoco
aparece como un terremoto, casi todo lo contrario: El profeta
Elías
tuvo que aprender a descubrirlo en una brisa suave. Puede ser que a
veces no nos demos cuenta de la presencia de Dios, sobre todo cuando
llega la oscuridad y se pone tormentosa nuestra vida, cuando se hace
dura la marcha y las contrariedades son tantas que perdemos la claridad
y la calma, y quizás hasta dejamos de ver no sólo
desde dónde venimos,
sino también hacia donde vamos. Pero Dios no falta nunca, si
está
siempre, especialmente no falta a la hora de las tormentas...
2. CUANDO LLEGAN LAS
TORMENTAS, JESÚS CALMA LAS AGUAS Y QUITA LOS
MIEDOS... Como a los
Apóstoles, también a nosotros nos sucede que a
veces nos encontramos
con tormentas que nos asustan. En el trabajo, en la salud, en nuestra
vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida
social, incluso en nuestra vida de fe, así como en la vida
de la
Iglesia, no sólo hay nubarrones que dejan por momentos todo
oscuro,
sino que también hay verdaderas tormentas, en las que no
para de caer
agua o piedra, y en las que hasta deja de verse el horizonte...
Aparecen tormentas que nos dan miedo y nos paralizan, que nos dejan
desorientados o sin saber qué hacer. También a
veces aparecen tormentas
que arrasan con todo. Y en medio de las tormentas podemos perder la
calma, o las ganas de luchar por nuestras convicciones, o el rumbo que
las mismas nos señalan, e incluso a veces, podemos llegar a
perder la
confianza en Dios y también la fe...
Lo que
primeramente importa en
los tiempos de tormentas es que nos demos cuenta que Jesús
siempre está
en presente cuando ellas llegan. No hace falta responder con la audacia
y el atropello de Pedro, que se lanza al agua para caminar hacia
Jesús,
quizás tan confiado en sus propias fuerzas, que no tarda en
volver al
miedo y empezar a hundirse. La presencia de Jesús a veces es
silenciosa, pero siempre está, haciendo lo que hace falta.
Jesús está
marcando el rumbo, está sosteniendo la marcha,
está recordando la meta
y empujando hacia ella... Basta levantar la mirada, para darse cuenta
que viene a nuestro encuentro en cada encrucijada. Basta lanzar hacia
Él nuestro grito, y poner en Él toda nuestra
confianza, para encontrar
que siempre trae calma a nuestra barca, si lo recibimos con fe.
Benedicto XVI para la Iglesia en el mundo entero, como así
también los
Obispos, cada uno en su diócesis, nos ayudan a permanecer en
la Barca,
que es la Iglesia. Hay que permanecer en ella, porque Jesús
siempre
vendrá a traer la calma y quitar los miedos a quienes
estén en la
Barca, en la Iglesia. Y el modo de permanecer en ella es tomarse firme
de la Cruz, ya que en ella Jesús nos trajo la
salvación y en ella la
encontraremos siempre, más allá de los efectos
efímeros de las
tormentas...
3. HAY QUE IR CON JESÚS EN LA
BARCA, PARA SUPERAR LAS TORMENTAS... Jesús no
sólo viene a
nosotros caminando sobre las aguas. En realidad, nuestra Barca es la
suya, es la Iglesia, y en ella nos ha invitado a navegar junto
con Él.
Nos acompaña en toda la marcha, porque nos quiere para
siempre junto a
Él...
Podrán seguir viniendo muchas tormentas en todos
los ámbitos de
nuestra vida, personal y social. Podrán llegar tormentas en
nuestra
salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y
en
nuestra vida social, y para la Iglesia entera. Podrán
multiplicarse los
tiempos y los intentos de persecución, como ya los ha vivido
muchas
veces la Iglesia a lo largo de sus dos milenios. Podrán
llegar
tormentas incluso que hagan temblar nuestra fe, pero con
Jesús en la
Barca,
también llegará la calma. Salimos de una orilla,
en la que comenzó
nuestra vida, y vamos hacia la otra, en la que podremos alcanzar la
meta de nuestra vida. Jesús nos ha hecho para el Cielo, y
él mismo
calma todas las
tormentas que pueden presentarse durante la marcha, para que,
mientras vamos de camino, nada ni nadie puedan
nunca separarnos de Él...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W.
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