Esta fue mi predicación de hoy, 10 de julio de 2005, XV
Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Así habla el Señor: Así como la lluvia y la nieve descienden del
cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla
fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el
pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no
vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la
misión que yo le encomendé (Isaías 55, 10-11).
- Hermanos: Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente
no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros.
En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los
hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino
por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque
también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción
para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos
que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de
parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención
de nuestro cuerpo (Romanos 8, 18-23).
- Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran
multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y
sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces
él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El
sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al
borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno
pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque
la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y,
por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al
crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que
oiga!» (Mateo 13, 1-9).
Otras veces cae en nosotros como
en terreno pedregoso, que no es profundo, y no puede echar raíces,
porque se queda sólo en la superficie. Basta un poco de sol o de viento
para que la planta recién nacida se marchite. Eso es lo que sucede en
el desierto, donde las pocas plantas que hay parecen estar casi sin
vida ¡Cuántas veces la Palabra de Dios nos emociona, mueve nuestros
sentimientos, nos da una alegría inmediata, pero se queda en la
superficie! A la primera de cambio, ya nos olvidamos lo que nos decía.
Ayer el Arzobispo de Tucumán pronunciaba su Homilía en el
Te
Deum del 9 de julio,
ante las autoridades nacionales, que seguramente lo escuchaban con
atención. Y a las pocas horas, voceros "oficiales y no oficiales" de
las autoridades ensayaban una "magdalena", para usar expresiones de las
plazas de toros, tratando de esquivar lo que podía corresponderles de
lo oído, como si se refiriera sólo a los demás, pero de ningún modo a
ellos...
Otras veces la Palabra de Dios
se encuentra en nosotros como entre espinas ,
que la ahogan y la hacen sucumbir. Las preocupaciones del mundo, y las
cosas de todos los días, en las que la Palabra de Dios debería
servirnos para orientarnos, como una linterna sirve para orientarnos en
las oscuridades de la noche, nos absorben de tal manera que no nos
dejan "espacio vital" para dejarnos iluminar por las Palabras de Vida
que salen de la boca de Dios. De todos modos, también es posible que
tengamos el ánimo y la decisión suficiente para no dejar pasar sin más
tanto don y tanto regalo, como es esta Palabra con la que Dios nos
habla sin cesar. Simplemente, se trata de disponernos de manera
adecuada para que la Palabra de Dios pueda dar frutos en nosotros.
confiados en su eficacia, sabemos que los frutos que pueda dar en
nosotros la Palabra de Dios dependerá del modo que preparemos el
terreno de nuestro corazón, en el que esta Palabra es sembrada como
semilla eficaz...
Un abrazo y mis oraciones.