Todos somos testigos...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 19 de junio de 2005, XII Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín. Me basé en las lecturas bíblicas de la Misa del día:


Alegría1. TODOS SE DAN CUENTA SI ESTAMOS CONTENTOS, LAS ALEGRÍAS SE DEJAN VER... Es imposible disimular, cuando estamos realmente contentos. La alegría, como el bien, tienden por sí mismos a difundirse entre los que nos rodean. Hasta la cara nos cambia cuando estamos contentos, nuestro rostro, y todos nuestros gestos, no pueden dejar de manifestarlo...

EsperandoCuando tenemos algo que festejar, cualquiera sea el motivo o la ocasión, también nuestros gestos y nuestras expresiones nos delatan. Hoy, por ejemplo, cuando celebramos el día del padre en Argentina y en otros países, aun aquellos de los celebrados que que trataron de disimularlo, seguro que se despertaron ya con la secreta esperanza, que se dejaría ver en sus rostros, de encontrar alguna sorpresa de quienes podían querer saludarlos. Es verdad que no hacen falta los regalos para celebrar este día del padre, ya que serlo es suficiente regalo...

ContentoLos padres, de quienes hemos recibido el don de la vida (y de las madres, justo es recordarlo, aunque no hayamos llegado todavía al tercer domingo de octubre, dedicado a celebrarlas), a quienes hoy les dedicamos el día y los celebramos con especial cariño y gratitud, han participado por ello en la misma paternidad de Dios, que ha hecho de ellos sus instrumentos. Puede ser que hoy, entonces, tengan una sonrisa más ancha que la habitual, ya que por un día al menos, les será mayor el gozo que el peso de su paternidad. No deberían olvidar, sin embargo, que el hecho mismo de participar en la paternidad de Dios es su mayor y mejor regalo, que no podrá ser igualado por ningún otro, por más que nos esforcemos en pretender algo mayor...

En realidad, cada vez que logramos una meta tenemos motivos de alegría, que inmediatamente se manifiestan y se hacen ver en nuestro rostro. Pero si afinamos aun más nuestra puntería, podemos alcanzar el don de la alegría no sólo cuando logramos concretar las metas que nos proponemos, sino también por el sólo hecho de ponernos en camino hacia ellas. Es muy bueno alegrarse por el camino emprendido, y lograr estar contentos ya desde el momento en que comenzamos el trabajo que nos llevará a la meta pretendida...

Si esto es así para las cosas más cotidianas de la vida, con toda razón debe serlo también para las más trascendentes. Por lo tanto, mientras la fe nos encamina hacia la meta celestial, hacia la Vida eterna para la que Dios nos ha hecho, es bueno que ya ahora nos llene de manera tal de alegría, que todos puedan ver en nuestro rostro qué felices nos hace haber recibido este don, mientras nos esforzamos en vivirlo comprometidamente. No olvidemos el dicho popular: "Un santo triste es un triste santo"...

Tesoro2. EL DON DE LA FE ES UNA ALEGRÍA PARA SER COMPARTIDA; TODOS SOMOS TESTIGOS... Sin duda, la fe es un gran don, que puede llenarnos de alegría, si sabemos corresponder a él. La salvación es ofrecida por Dios a todos los hombres, y la fe es el camino que normalmente lleva a encontrarse con ella. La fe nos lleva a encontrar que la vida, cargada de dificultades y de desafíos, tiene un sentido y se encamina a una meta celestial que Dios nos ofrece. La fe nos ayuda que el mismo dolor y la muerte, con todas sus expresiones más trágicas, no son un final inapelable, sino una puerta hacia la realización más plena de la vida. La fe, entonces, es un gran tesoro, el más valioso. Y que, cuando llena el corazón de quien lo recibe, lo compromete enteramente para compartirlo, poniéndolo al servicio de los demás. Por eso Jesús, que puso este don de la fe en manos de los Apóstoles, los comprometió a ser testigos del mismo ante todos los hombres, llevándolo por todas partes y a todos, a pesar de las dificultades que sabía que se les presentarían en la tarea...

AnuncioVisto desde esta dimensión apostólica, el don de la fe, como todo don de Dios, es siempre al mismo tiempo el encargo de una tarea.  Por poco que miremos, enseguida nos vamos a dar cuenta que el mundo no parece funcionar hoy por los caminos del Evangelio. Y como consecuencia evidente, que está a la vista de todos, no parece que encuentre los caminos que lo lleven a un crecimiento de los valores humanos más elementales en la mayoría de su población. Por esta razón, es evidente que, para quienes hemos recibido esa luz que proviene de la fe, se convierta en un compromiso ineludible, cada vez más urgente, dar testimonio de ella con claridad y valentía, a la vez que con creatividad y convicción...

Esta tarea no será fácil, pero tampoco es imposible. El Cardenal Bergoglio decía, el pasado 15 de junio, en la presentación de un libro sobre la Iglesia, que "La Iglesia es un escándalo por la pretensión de ser la continuidad de Cristo vivo en la historia". Continuó diciendo que "el espíritu del mundo tolera un discurso razonable, equilibrado, pero no tolera que hombres y mujeres den testimonio de que Cristo está vivo entre nosotros. Los mata, los calumnia, los difama, los menosprecia". E insistió afirmando que a la civilización actual le gusta un "teísmo difuso", al que definió como "spray", porque admite que Dios pueda existir "allá lejos en las nubes" pero no que "se meta demasiado en las vicisitudes de la vida". Ante esta situación, recordó que hoy lo verdaderamente "revolucionario" es el testimonio", y para eso se valió de una de las últimas exhortaciones de Juan Pablo II, en la que decía que "más que maestros hacen falta mártires, testigos"...

Corazón3. VIVAMOS A FONDO NUESTRA FE: DEMOS TESTIMONIO DE ELLA CON ALEGRÍA... En definitiva, de la abundancia del corazón es de lo que habla la boca. Será un corazón lleno de fe, como es el corazón de un creyente comprometido, el que hará de nuestra vida un continuo y eficaz testimonio. Habrá que comenzar por allí, ya que no hay otro modo de transmitir la fe, que comenzando por vivirla con  una convicción firme y un esfuerzo constante...

TestimonioEs nuestra tarea, entonces, y el fruto normal de una fe que alimentemos cotidianamente, un testimonio explícito de aquello que creemos. ¿Cómo se enterarán los gobernantes, los jueces, los legisladores, a quienes nos gustaría ver inspirados en los principios evangélicos, de la luz que recibirían de ellos para la tarea que tienen por delante, si no cuentan con alguien que se los diga? No podemos confiarnos con que alcance el Catecismo que eventualmente recibieron en su infancia. Hace falta que en todos los ámbitos de la patria, desde los despachos oficiales hasta los vestuarios de los futbolistas, pasando por los estudios de la Televisión y las oficinas de los profesionales y de los empresarios, así como por las sedes de los sindicatos y los lugares de trabajo y de esparcimiento del mundo entero, sin olvidar los centros de salud, desde los más sencillos hasta los más complejos y especializados, en una palabra, en todos lados, resuenen las palabras del Evangelio, pronunciadas con fidelidad por los que hemos encontrado en ellas el sentido y la alegría de la vida...

SolidaridadPero esas palabras no serán escuchadas, si no van acompañadas de hechos que realmente muestren que creemos lo que nos anuncia nuestra fe, y lo asumimos con fidelidad. Decía el Cardenal Bergoglio el pasado 15 de junio que "el espíritu del mundo tolera un discurso razonable, equilibrado, pero no tolera que hombres y mujeres den testimonio de que Cristo está vivo entre nosotros. Los mata, los calumnia, los difama, los menosprecia"...

Nosotros somos testigos de la Cruz, que nos lleva a la alegría. Somos testigos del amor de Dios, que nos quiere a todos como hijos, y nos hace hermanos. No podemos aceptar, entonces, pasivamente, que se siembre entre nosotros el rencor y el enfrentamiento, ni reaccionar frente a ello pagando con la misma moneda. Siendo testigos del amor, podemos y debemos demostrar con lo que hacemos y con lo que decimos que la fraternidad es el camino de la humanidad, hoy y siempre, y que para nosotros es una consecuencia de la fe, por la que es posible y vale la pena dar toda la vida. Cuanto más intensamente vivamos lo que creemos, más alegría llevaremos en el corazón. Y de esa manera, también con más firmeza y mansedumbre podremos dar testimonio de lo que creemos, con amor y con fidelidad. Jesús nos dice, como a los Apóstoles, que al que lo
reconozca abiertamente ante los hombres, Él lo reconocerá ante su Padre que está en el Cielo...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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