Jesús siempre se acerca con amor...

Queridos amigos:

Esta fue mi predicación de hoy, 5 de junio de 2005, X Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:


Caminar con ayuda1. CON LOS AÑOS SE JUNTAN LOS ACHAQUES, Y TAMBIÉN LOS MALES DEL CORAZÓN... El paso del tiempo es implacable, va dejando inexorablemente sus huellas. Por eso, con los años vienen también los achaques, que se van sumando. De allí nace el dicho popular según el cual después de los cuarenta, si al momento de despertarte no te duele nada, es clara señal de que ya te has muerto...

AndadorEn realidad, habitualmente las cosas no suceden tan de golpe, y los achaques vienen de a poco. en un determinado momento ya no nos sentimos seguros para caminar, porque nos fallan los músculos o las articulaciones, y necesitamos un brazo en el que apoyarnos. Pasa el tiempo y un brazo no nos alcanza. Entonces comenzamos a necesitar más ayuda, y puede servirnos primero un bastón común, después un bastón de tres patas, y finalmente necesitaremos un andador, que nos podrá ser de gran ayuda si aprendemos a valernos de él. Los problemas aparecen también sin necesidad de esperar que el tiempo deje sus huellas. Le bastaría a un joven que ha ido más allá de la medida en una noche de diversión, para que, a pesar de la juventud, al despertarse, el dolor de cabeza le recuerde que hay límites que no se deben pasar (como dice el refrán: Dios siempre perdona, los hombres a veces perdonamos, y la naturaleza nunca perdona: si tratamos mal a nuestro cuerpo siempre vamos a recibir su protesta)...

PirataPero en realidad, los achaques del cuerpo no son los únicos ni los primeros que vienen. Mucho antes de cargarnos de años, mucho antes de llegar a los cuarenta, se van juntando las huellas que van dejando en nuestro corazón nuestras maldades o rebeldías, y si conservamos la sensibilidad suficiente para que nos duelan nuestros pecados, vamos a sentir nuestro corazón ajado por los males que nosotros mismos hemos provocado. Más allá de los "certificados de buena conducta" que cada tanto nosotros mismos nos otorgamos creyendo que en realidad no somos tan malos como otros a quienes criticamos duramente, puestos delante del espejo, mirándonos a la luz del día, todos tenemos que reconocer que al menos en algo somos al menos un poco "piratas"...

Es cierto que es mucho más fácil ver lo que hacen mal los demás, y por eso se nos hace mucho más fácil levantar el dedo acusador para dirigirlo a quienes habitualmente criticamos (seguramente tienen allí un lugar preferencial los políticos, los gobernantes y todos los que, según nuestro parecer, hay que señalar como los causantes de nuestros males). Pero también es cierto que no sólo los demás tienen miserias que podemos acusar. También cada uno de nosotros sabe en qué ha sido o es "medio pirata", por acción o por omisión, de modo que todos tenemos algo de qué dolernos, y sobre todo, de qué arrepentirnos, algo que, si nos fuera posible volver atrás, ahora haríamos de un modo distinto. Justamente por eso, hoy Jesús quiere recordarnos que, si somos capaces de reconocer nuestros pecados, no estamos perdidos, porque Jesús tiene debilidad por los pecadores, ya que, como buen médico de los verdaderos males, no ha venido a buscar a los que están sanos sino a los que necesitan su perdón...

Arrepentido2. JESÚS SIEMPRE SE ACERCA CON AMOR A TODOS LOS QUE NECESITAN SU PERDÓN... Por esta razón, lo primero que nos hace falta ante nuestras miserias y pecados es descubrirlos con sinceridad, reconocerlos con el corazón bien dispuestos, y asumimos con realismo. Eso hace posible que, con el corazón arrepentido y dispuestos a levantarnos de la postración en la que nos dejan, estemos abiertos para recibir a Jesús, que golpea a la puerta de los corazones que necesitan su perdón. Él no ha venido para los que están sanos, para los limpios e impecables, sino para los que necesitamos su perdón. Ante Jesús nos valen, entonces, los certificados de buena conducta, sino los corazones arrepentidos y dispuestos a ponerse de pie, con su ayuda, que nunca falta...

Jesús perdonaTengamos en cuenta que Jesús llama a todos. No esperó a que Mateo, que era un recaudador de impuestos (que, como se hacía en ese tiempo, había "comprado" su empleo a los romanos, y cobraba los impuestos a sus conciudadanos, quedándose con una buena parte para su provecho personal, "robaba para la corona" romana y para su bolsillo), viniera a buscarlo, sino que tomó la iniciativa y lo invitó a seguirlo. Pero nada hubiera cambiado en su vida si Mateo, poniéndose de pie (levantándose de sus postraciones), no se hubiera puesto a seguirlo...

Como a Mateo, también a nosotros Jesús viene a buscarnos y hacernos parte de su familia. También a nosotros Jesús nos recuerda que es más importante el amor que los holocaustos y sacrificios. El amor con el que respondamos a Jesús, que viene con su perdón, más que los sacrificios con los que queramos hacernos merecedores de su atención. Es el amor con el que Jesús se acerca a nosotros el que puede realmente transformarnos y hacernos capaces de ponernos nuevamente de pie, cuando nuestros pecados nos han postrado. Y son nuestros pecados, no nuestros méritos, los que ponen en marcha el amor de Jesús que viene a nosotros con más insistencia, cuanto más necesitados estemos de Él. Jesús nos llama con amor, y con ese amor pone a nuestra disposición todo el perdón que necesitamos. Hace falta ponerse de pie y seguirlo, para poder ser sus discípulos. Todo el amor de Jesús no reemplaza lo que a nosotros nos toca, esa respuesta con la que aceptamos su amor misericordioso y, puestos de pie, nos disponemos a seguirlo...

Hijo pródigo, Murillo3. JESÚS QUIERE REUNIRNOS A TODOS EN EL CIELO, EN EL BANQUETE DE DIOS... El Cielo es la fiesta grande y definitiva en la Casa de Dios, para todos los que han aceptado su invitación. El "hijo pródigo" es recibido en ella por el Padre misericordioso, y allí comienza la fiesta (a la derecha vemos cómo imaginó esa escena el pintor español Murillo)...

CieloEn el Cielo nos encontraremos, entonces, con todos que Dios ha llamado y han comprendido a tiempo la urgencia de ese llamado, y han respondido poniéndose de pie y recibiendo su perdón. Es probable, entonces, que muchos de los que hoy quisiéramos criticar, porque nos parecen no sólo impiadosos sino hasta decididamente dañinos, se encuentren en algún momento de sus vidas con ese llamado de Dios, que no excluye a nadie, y cambiando su vida, "regresen a la Casa del Padre", para recibir su perdón, como Mateo, que terminó siendo uno de los Apóstoles, y tantos otros. Todos son llamados por Dios, y todos los que respondan están invitados a la misma fiesta, al mismo Banquete del Cielo, al que Dios nos ha invitado. Si por la misericordia de Dios, llegamos a la fiesta, nos encontraremos allí con todos los que hayan aceptado la invitación de Dios y su misericordia...

Por esta razón, mientras vamos de camino, ante los pecados de los demás no se trata de perder el tiempo o distraernos echando las culpas a unos y enemistándonos con otros. No se trata de quedarse acusando a los que nos parecen más culpables, y rasgándonos las vestiduras ante los que no quisiéramos tener sentados al lado. Como Mateo, muchos "piratas" pueden cambiar de rumbo para seguirlo a Jesús y llegar a su Mesa. A nosotros nos toca reconocer nuestras miserias, suplicar su misericordia, y siendo testigos de su perdón, ayudar a que todos se encuentren con este don. Ahora, enseguida después de la Misa, prolongaremos la fiesta de este Domingo, con el asado que algunos han preparado para regalarnos, y con los juegos que nos entretendrán toda la tarde. Vivamos esta celebración de la vida, en la que consiste la fiesta, como un anticipo del Banquete del Cielo, que está hecho para todos...

Posdata al final de la tarde: en el día de hoy, en el Hogar Marín, un grupo de voluntarios prepararon un fiesta muy especial, con asado, y juegos, con medallas y otros premios, que ha sido la delicia de todos, hasta de los más achacosos, que han participado, cada uno en lo que podía, y todos con alegría...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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