El amor que triunfa...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 20 de marzo de 2005,
Domingo de Ramos del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la
Misa del día, y en la Lectura de la
Pasión según San Mateo
(Mateo 27, 1-2, 11-54), de la que resulta muy difícil
tomar algunas frases, ya que es un todo cargado de sentido:
- Procesión de Ramos: La mayor parte de la gente
comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas
de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de
Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito
el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!» (Mateo 21,
8-9).
- Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me
arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y
escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé
confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien
que no seré defraudado (Isaías 50, 6-7).
- Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta
igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al
contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y
haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz
(Filipenses 2, 6-8).
- Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí,
lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo,
dijeron: «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a
tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de
una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: «Espera, veamos si
Elías viene a salvarlo». Entonces Jesús, clamando otra vez con voz
potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se
rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron
y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto
resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó,
entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El
centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y
todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «¡Verdaderamente,
este era el Hijo de Dios!» (Mateo 27, 46-54).
1. NECESITAMOS LA FIESTA Y LA
ALEGRÍA, PERO HAY QUE VIVIRLA CON LOS PIES EN LA TIERRA... Necesitamos
la fiesta, porque es parte de la vida, y por eso la celebramos, cada
vez que es posible, con la mayor alegría. Ayer lo hacíamos aquí en el
Hogar, de manera solemne, celebrando a San José, que es Patrono de esta
casa como de todas las demás casas de las Hermanitas. Y a lo largo del
año, vamos buscando las ocasiones que nos permiten hacer fiesta,
celebrando siempre de algún modo este don que los incluye todos y que
recibimos de Dios, que es el don de la vida...
Sin embargo, aunque nos haga
falta y nos haga bien celebrar y hacer fiesta con cada motivo que se
nos presenta a lo largo de la vida, también es necesario tener en
cuenta que no todo es fiesta, ya que no tenemos garantizada, ni nos
puede durar para siempre, por nuestra propia decisión y con nuestras
solas fuerzas, ese gran regalo de Dios que es la vida. Por eso es
necesario hacer fiesta, pero con los pies en la tierra, teniendo en
cuenta nuestras limitaciones y la necesidad que tenemos de la
salvación, es decir, de ser rescatados por Dios, el único que puede
darnos una Vida que no se termina...
Por eso en la fiesta que hoy celebramos, comenzando con este Domingo de
Ramos la celebración de la Semana Santa, una Semana grande en la que el
motivo de la fiesta es el acontecimiento más fuerte de nuestra
salvación, el misterio de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de
Jesús, mantenemos los pies bien firmes en la tierra. Durante la entrada
de la Misa cantamos y saludamos con los ramos, ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor!, pero para seguir sus pasos, inmediatamente leemos la
Pasión, que, si nos toma desprevenidos, puede caernos como un balde de
agua fría...
2. CELEBRAMOS A JESÚS CON LOS RAMOS, SIN
OLVIDAR QUE SU CAMINO ES LA PASIÓN... Comenzamos la fiesta con un clima
triunfal. Imitamos a la multitud que recibió a Jesús cuando entraba en
Jerusalén para vivir la Semana de la Pasión. Una vez bendecidos los
Ramos, los agitamos acompañando la entrada del sacerdote en el templo,
como lo hacían ante la entrada de Jesús en la Ciudad Santa, para
recibirlo como a un Mesías, del que esperaban la salvación esperada por
siglos enteros (hay que tener en cuenta que Jerusalén estaba rodeada
por una zona desértica, en que los Ramos eran algo valioso, con lo que
se expresaba verdaderamente algo singular; si Jesús hubiera entrado en
ese momento en un estadio de fútbol, seguramente la multitud hubiera
elegido celebrarlo agitando los banderines que se venden en sus
cercanías)...
Pero no nos quedamos en la
fiesta de los Ramos. Continuamos con la lectura de la Pasión, en la que
se nos hace evidente que Jesús, sin perder la calma pero sin escaparle
al camino que nos lleva a la salvación, aún a costa del propio dolor y
la propia Vida, afronta con entereza la incomprensión de los hombres,
que lo llevará a la Cruz. Nunca podemos olvidar que éste fue el camino
de Jesús que nos llevó a la salvación, y que siempre será el camino de
la Iglesia, por la que la salvación nos llega cada día. Hoy, cuando la
Iglesia en la Argentina tiene que sufrir la incomprensión de un
gobierno que parece arrogarse la facultad de exigir al Papa Obispos que
respondan a sus propios gustos, nos ayuda especialmente tener presente
que a la fiesta de los Ramos sigue el camino de la Pasión...
Podríamos centrar nuestra
mirada en la Pasión de Jesús encontrando en nuestras culpas personales
y en las de todos los hombres de todos los tiempos el motivo de tanto
sufrimiento. Pero todas las culpas que pongamos en la lista no
alcanzarían para que pudiéramos comprender esta Pasión. También
podríamos mirar la Pasión como el paradigma del sufrimiento, como un
resumen de todos los sufrimientos de la humanidad, que sólo puede
asumir sobre sus espaldas alguien que sea más que hombre, alguien que
sea Dios, como Jesús, dispuesto a sufrir sin medida para alcanzar
nuestra salvación. Pero tampoco este modo de mirar la Pasión de Jesús
nos serviría para comprenderla del todo. Podríamos mirar la Pasión como
el mayor acto de heroísmo que alguien puede hacer, el ejemplo supremo
de alguien que está dispuesto a todo para alcanzar un resultado, en
este caso nuestra salvación, por la que Jesús da su vida en la Cruz.
Pero tampoco esto alcanzaría para tener una visión adecuada de la
Pasión de Jesús...
Sin embargo, la Pasión de Jesús, que es todo eso, no es sólo eso,
es mucho más. No alcanza detenerse en los pecados que la producen, o el
sufrimiento que implica, o el heroísmo del que la padece, para
comprender la pasión. La Pasión de Jesús es el gran acto de amor de
Dios, que nos salva. Y hace falta contemplar esta fuente de la que
surge y que la hace posible, el Amor, para comprender y recibir todo lo
que la Pasión nos puede dar. Se trata de un Amor sin límites, un Amor a
la medida de Dios, que viene al encuentro de nuestra herida condición
humana, para salvarnos. Se trata de un Amor que no necesita el reproche
para quienes hemos causado la Pasión con nuestros pecados, porque
precisamente se acerca a nosotros para rescatarnos con su
misericordia...
Por eso comenzamos la Semana Santa con esta celebración del
Domingo de Ramos, en la que cabe todo el contenido de la misma: desde
la alegría de la multitud que recibe con palmas y con cantos a Jesús,
el Salvador, pasando por la dureza de la lectura de la Pasión, hasta
llegar a la presencia consoladora de Jesús resucitado en la Eucaristía.
Ya la recorreremos por partes. El Jueves Santo nos hablará de la
presencia del Amor de Jesús, en la Eucaristía. El Viernes Santo nos
detendrá en el dolor. Y la Vigilia Pascual nos traerá la fuerza de la
Vida que surge de la Resurrección...
3. HAY QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, QUE
TRIUNFA EN LA PASIÓN PARA DARNOS LA VIDA... Cada año celebramos la
Semana Santa para que la Vida de Dios, que surge de la Resurrección de
Jesús, y que ya hemos recibido en el Bautismo, pueda renovarse y crecer
en nosotros, para que nosotros mismos podamos llegar a la
Resurrección...
Se trata de una Semana, entonces, en la que con más intensidad que en
otros días, tendremos la oportunidad de alimentarnos del Amor de Dios,
a través de esos dos platos fuertes que Él nos presenta, su Palabra y
la Eucaristía. Ese Amor de Dios, que se hace visible en la Pasión, es
con el que hay que alimentarse, para tener en nosotros la Vida que
Jesús nos ganó en la Resurrección. No lo perdamos de vista, ni siquiera
si la necesidad de un descanso nos lleva a destinar a eso estos días no
laborables en los que celebramos la Semana Santa a hacer algún viaje.
Tengamos presente el sentido profundo de esta fiesta, y no perdamos la
oportunidad de celebrar y recibir en estos días la Vida que surge del
Amor de Dios...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: