Esta fue mi predicación de hoy, 10 de abril de 2005,
Domingo III de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me limito hoy a transcribir, de manera completa, el Evangelio de
la Misa del día, que tiene una riqueza catequística muy especial:
- El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un
pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de
Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando
con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo:
«¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante
triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el
único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús,
el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante
de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y
nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel.
Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad
que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas
fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús,
volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles,
asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al
sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no
lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les
cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario
que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y
comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se
refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo
ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con
nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó
con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición;
luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se
abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y
se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se
pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos
a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron:
«Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por
su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo
habían reconocido al partir el pan (Lucas 24, 13-35).
Un abrazo y mis oraciones.