Esta fue mi predicación de hoy, 3 de abril de 2005,
Domingo II de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los
Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en
las oraciones... Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con
aquellos que debían salvarse (Hechos 2, 42 y 47).
- Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su
gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo,
a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e
imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo (1 Pedro 1, 3-4).
- Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana,
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio
de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto,
les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor... Tomás, uno de los Doce, de
sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los
otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El
les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no
pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo
creeré». Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos
en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz
esté con ustedes!»... Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto.
¡Felices los que creen sin haber visto!». Jesús realizó además muchos
otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran
relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su
Nombre (Juan 20, 19-20, 24-26 y 29-31).
La vocación de eternidad que Dios ha sembrado
en nosotros no puede desplegarse en las estrechas dimensiones de esta
vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la
vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición
humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y
desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por eso
Jesús es para nosotros, y para todos los hombres y mujeres de todos los
tiempos, la fuente de una paz y de una alegría que no se terminan. Y
esto es posible porque la Vida del resucitado es una Vida que vence al
pecado y a la muerte, y es una Vida eterna donde se alcanza la Paz que
viene de Dios...
Un abrazo y mis oraciones.