El Amor de Dios puede más...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 27 de marzo de 2005,
Domingo de Pascua del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Pedro, tomando la palabra, dijo: «Ustedes ya saben qué ha
ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea... Dios ungió a Jesús de
Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el
bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio,
porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo
en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron,
suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le
concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos
elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él,
después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y
atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.
Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen
en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre» (Hechos
de los Apóstoles 10, 34 y 37-42).
- Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del
cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el
pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida,
entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria
(Colosenses 3, 1-4).
- El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba
oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido
sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que
Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y
fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro,
vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro,
que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y
también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las
vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro
discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos (Juan 20, 1-9).
1. LA MUERTE GOLPEA A TODAS LAS
PUERTAS, A VECES DE MANERAS MÁS ABSURDAS... Seguramente todos nosotros
le cantaríamos a Juan Pablo II, con profunda emoción, lo que los
polacos le cantaban cada vez que los visitó en su tierra natal o cuando
ellos peregrinan a Roma, diciéndole "¡Sto lat!", que en polaco
significa "que vivas 100 años". Sin embargo, no nos sorprendería si en
cualquier momento, o en poco meses, o en poco años más, supiéramos que
ha muerto. Porque su cuerpo está muy gastado (hoy, aunque lo intentó
varias veces, no alcanzó a pronunciar las palabras de la bendición
pascual, que tuvo que limitarse a entregarnos con un elocuente
silencio). También nosotros, si ya tuviéramos muchos años, arrugas y
achaques, con las articulaciones cada vez más duras y los músculos cada
vez más blandos, podríamos pensar que, quizás, que nuestra muerte está
más cerca que hace unos cuantos años atrás. Aunque cuando golpee a
nuestra puerta, es posible que queramos demorarnos en prestarle
atención, no podemos dudar que, a medida que pasa el tiempo, está más
cerca su visita, que en algún momento, más tarde o más temprano
llegará...
Pero hay otras muertes que
resultan mucho más absurdas, por el modo en que se llega a ellas. Es lo
que sucederá inevitablemente con Terri Schiavo, esta mujer sobre cuya
supervivencia se discute ahora judicialmente en Estados Unidos, sin
hacer caso a los reclamos desesperados de sus padres (en la foto de la
izquierda se la ve a ella acariciada con cariño por su madre), para que
le vuelvan a conectar la sonda con la que se le daba alimento e
hidratación, que le fue desconectada por la decisión de un Juez ante el
pedido de su esposo, y que ni siquiera la súplica de los padres logra
cambiar. Para decirlo con toda claridad, se le ha negado a esta mujer
su derecho a tener lo más elemental, "pan y agua", si lo dijéramos con
los términos con los que Jesús nos llama a la solidaridad, para que a
nadie falte la posibilidad de atender a esta necesidad de la comida y
la bebida. Se le ha negado un derecho humano elemental, que a nadie se
pueden negar sin herir gravemente su dignidad...
También resulta absurdo e
incomprensible que se pueda pensar en el aborto como una solución. Es
verdad que a veces una vida puede estar cargada de dramas. Como sucede
cuando se sabe que el niño engendrado padecerá graves enfermedades de
las que hasta hoy no se conoce cómo curarlas, como resulta por ejemplo
con el SIDA. O cuando la vida es la consecuencia de una violación, de
la que la mujer no ha podido defenderse. O cuando la nueva vida se
gesta en una mujer que ya es madre de muchos hijos, a los que no
alcanza a alimentar dignamente porque no cuenta con los medios
necesarios para hacerlo. O cuando, por las razones que sean, de las que
quizás no están exentos de culpa los adultos que la rodean, la madre de
la criatura tiene catorce años o menos. Pero, ¿cómo pueden estos u
otros motivos llevar a pensar que la solución del problema consiste en
matar al más débil, al más indefenso, y ciertamente al que en todos
estos casos es sólo la víctima, ya que resulta libre de toda culpa y
cargo? Aunque se lo quiera mirar desde otro lado, no hay que perder de
vista que, cualquiera sea su motivación, el aborto siempre consistirá
en un asesinato. Por otra parte, No hay que perder de vista que Dios
siempre está presente en cada vida humana engendrada, ya que de Él
viene y a Él está destinada. Nadie aparece por equivocación en este
mundo, aunque a veces resulten extraños e inhumanos o perversos los
caminos. Toda vida humana proviene de Dios y tiene en Dios su último
destino, ya que a todos nos llama a un destino de eternidad, que él
mismo nos llama a alcanzar en plenitud, respondiendo con gratitud al
don de la vida...
Por eso mismo, Jesús no ha querido dejar a nadie a merced de la muerte.
Sabiendo que para nosotros era una barrera infranqueable, Él, siendo
Dios, se hizo hombre, para asumir nuestra condición humana, y muriendo
con nuestra muerte, vencerla de modo tal que toda muerte, con él, pueda
convertirse en un camino hacia la Vida eterna...
2. EL AMOR DE DIOS PUEDE MÁS
QUE LA MUERTE. POR ESO JESÚS RESUCITÓ... El Amor de Dios es la causa y
la razón más profunda de la creación entera, coronada por el hombre,
salido de las manos creadoras de Dios para ser su imagen viva. Por eso
el Amor de Dios es la causa de la vida, de toda vida. Y como hemos
dicho más arriba, Dios es la causa profunda de la vida de todas y de
cada una de las personas humanas que han llegado, que llegan y que
llegarán a este mundo. Pero además, y con mucha más razón, Dios es
quien ha decidido darnos la posibilidad de participar en su propia
Vida, llamándonos a vivir en comunión con Él...
Este Amor de Dios no muere. Por eso este Amor de Dios puede más
que el pecado con el que podemos rechazarlo, y puede más que la muerte,
que aparece como una consecuencia del pecado, intentando ponerle
límites a la Vida que Dios nos quiere dar. Por eso Jesús, siendo
el Amor de Dios que se hizo uno de nosotros para salvarnos, después de
haber muerto en la Cruz resucitó, y con su Resurrección nos abrió a
todos nosotros las puertas del Cielo, haciendo posible que también
nosotros podamos vivir para siempre. Esto es lo que celebramos en la
Pascua...
Este Amor de Dios, que resucitó a Jesús, puede sanar todas las
heridas, puede reconstruir todo lo que se ha roto. Jesús, desde la
Cruz, y con su Resurrección, rescata nuestra vida del fracaso al que la
llevan nuestros pecados, redime nuestra condición humana, nos salva de
la muerte definitiva, rehace lo que nuestra rebeldía ha desecho en
nuestra relación con Dios, reconstruye lo que nuestra desobediencia u
oposición a los planes de Dios ha destruido. En definitiva, Jesús, con
su Cruz y su Resurrección, eleva nuestra condición humana a la altura
de los hijos de Dios, herederos de su gloria...
Dios remueve la piedra que tapa
el sepulcro, porque la muerte no puede con Él. Como María Magdalena y
los Apóstoles, también hoy nosotros vemos las huellas de Jesús
resucitado: a) El sepulcro vacío; b) Las apariciones a los Apóstoles,
de las que ellos nos dan un testimonio vivo y contundente, ya que lo
vieron, lo tocaron, hablaron y comieron con Él. a nosotros sólo nos
hace falta hacer lo que hicieron María Magdalena y los Apóstoles, como
nos muestra el Evangelio de hoy: ver y creer. En realidad, sólo nos
hace falta convencernos de algo que es evidente: Dios puede más que la
muerte, los signos de la muerte no pueden con Él. Y para convencernos
de esto basta que aceptemos el regalo que Él mismo nos hace, cuando nos
da la fe...
Pero además del sepulcro vacío,
y las apariciones a los Apóstoles, de las que ellos nos dan un
testimonio vivo y contundente, ya que lo vieron, lo tocaron, hablaron y
comieron con Él, nosotros tenemos otro signo de la Resurrección:
podemos verlo y tocarlo a Jesús resucitado cada día en la Eucaristía.
Como nos dice el Juan Pablo II en la Encíclica que el año pasado dedicó
a la Iglesia que nace de la Eucaristía, con este Sacramento grande ya
no tenemos que esperar el más allá para recibir la Vida eterna, la
tenemos ya en la tierra como primicia o adelanto de la plenitud futura.
La Eucaristía, en cada Misa, nos decía el Papa en esa Encíclica, nos da
también la garantía de la resurrección corporal, ya que nos hace
participar del cuerpo de Jesús en su estado glorioso, del cuerpo de
Jesús resucitado...
El año pasado, al llamar a toda la Iglesia a dedicar un año entero,
desde octubre de 2004 hasta octubre de 2005, Juan Pablo II nos dirigía
una Carta en la que, desde el título, nos invitaba a dirigirle al Señor
Jesús la súplica que le dirigieron los discípulos de Emaús, a quienes
les ardía el corazón cuando Jesús les explicaba todo lo que sobre Él se
decía en la Escritura: "Quédate con nosotros, Señor". Sabemos que Jesús
se quedará, para siempre, con nosotros, en ese Sacramento. Para estar
con Él, el Amor que puede más que la muerte, sólo hace falta que
nosotros no lo dejemos solo, en su presencia silenciosa del Sagrario
(haciendo clic sobre el título, pueden encontrar la Carta de Juan Pablo
II, Quédate
con nosotros, Señor, del 7 de octubre de 2004)...
3. HAY QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, Y VIVIR
EN ÉL, PARA PODER MÁS QUE LA MUERTE... El Amor de Dios, es poderoso,
puede más que el pecado y que la muerte. Bastará, entonces, que
recibamos ese Amor con las ventanas del corazón bien abiertas, para que
también nosotros podamos más que la muerte...
Lo hemos recibido por primera vez sacramentalmente en el Bautismo,
cuyas promesas y compromisos renovamos en la celebración de la Vigilia
Pascual. Lo hemos seguido recibiendo cada vez que celebramos los
Sacramentos o nos alimentamos con la Palabra de Dios, en la que ese
Amor está vivo...
Sin embargo, no alcanza con eso. Además de recibir el Amor de Dios,
hace falta vivir en él. Porque el amor sólo permanece si se mantiene
vivo, y el Amor de Dios, que recibimos permanentemente, permanece vivo
en nosotros si nos hace vivir en el amor. Por eso, el camino para
vencer a la muerte es el camino del servicio de unos a otros, al que
nos lleva el amor, y que nos hace participar en la Vida que Jesús nos
regaló desde la Cruz y con su Resurrección. El servicio de los más
chicos a los más grandes, de los más grandes a los más chicos, y de
todos a todos, ya que el amor consiste en el compromiso de construir
el bien de los otros, y esto sólo se puede hacer en el servicio. Un
amor al que Dios nos llama, entonces, del que no pueden quedar
excluidos ni siquiera los que se oponen al Amor de Dios, y a la vida...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: