La Vida
de que vence la muerte...
Queridos amigos:
Esta fue mi predicación de hoy, 13 de marzo de 2005,
Domingo V de Cuaresma del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Por eso, profetiza diciéndoles: Así habla el Señor: Yo voy a
abrir las
tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo
mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir
de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor (Ezequiel 37,
12-13).
- Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a
la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el
que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales,
por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes (Romanos 8, 10-11).
- Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y
de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el
Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que
estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que
tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es
mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a
Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus
discípulos: «Volvamos a Judea». Al enterarse de que Jesús llegaba,
Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta
dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le
pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé
que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo
soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá:
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella
le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios,
el que debía venir al mundo». Jesús, conmovido y turbado, preguntó:
«¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y
Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos
decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría
impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al
sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten
la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele
mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he
dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la
piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy
gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho
por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El
muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro
envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda
caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido
a casa de María creyeron en él (Juan 11, 1-7. 20-27. 33b-45).
1. ESTAMOS HECHOS PARA LA VIDA,
PERO TAMBIÉN NECESITAMOS LA MUERTE... Todos tenemos un instinto muy
fuerte, que nos muestra que estamos hechos para la vida y, como
consecuencia, una vez que hemos nacido, queremos vivir para siempre.
Sin embargo, sabemos que eso no es posible. Una vez que hemos nacido,
de lo único que podemos estar seguros es de que vamos a morir, ya que
cumplimos la única condición necesaria, y es la de no haber muerto
todavía...
De muchas maneras experimentamos
los límites que se presentan a nuestra aspiración de vivir para
siempre. Como dice la sabiduría popular, después de haber cumplido los
cuarenta años, si cuando nos despertamos a la mañana no nos duele nada,
es que ya estamos muertos. A medida que vamos avanzando en la edad, los
achaques y las enfermedades nos van avisando las limitaciones que
nuestra condición corporal le va poniendo a nuestra vida. Con el
transcurso del tiempo, la piel se nos va arrugando y se nos va haciendo
más débil. Por otra parte, las articulaciones se nos van poniendo duras
y los músculos nos quedan cada vez más flácidos, más blandos. Además,
mientras los dientes se nos aflojan, las neuronas cada vez se nos
endurecen más, y se nos hace menos ágil nuestra mente...
Mientras vamos avanzando en el
camino de la vida, nos vamos dando cuenta de la profunda verdad que se
ocupaba de poner en evidencia una película que aparecía en la pantalla
hace ya unos cuantos años, que aquí en Argentina se dio bajo el título La
muerte le sienta bien. En ella aparecía una mujer, bastante
vanidosa, que paga mucho dinero para adquirir una pócima mágica que le
permitirá vivir para siempre. Una amiga, bastante superficial, a través
de una serie de vicisitudes que no interesa detallar ahora, se hace
también de esa pócima. Pero una vez que ambas la han tomado esta
pócima, se dan cuenta que, aunque tienen garantizada la vida para
siempre, el cuerpo se les va poniendo viejo. Deciden, entonces,
convencer a un cirujano plástico que ha sido marido de una y amante de
la otra, al que le tienen mucha confianza, para que tome esa misma
pócima. De esta modo, piensan, podrá dedicarse siempre a arreglarles el
cuerpo que se les pone viejo. Pero se les arruinan los planes cuando
este cirujano se resiste, diciéndoles con toda claridad que no lo hará,
ya que su experiencia le dice que la única manera posible de vivir para
siempre es morir, ya que esa vida a la que se aspira sólo se puede
alcanzar después de la muerte. Nuestra experiencia personal es la
misma: por una parte contamos con esa aspiración profunda que nos
impulsa a querer vivir para siempre, pero por otra parte experimentamos
esa limitación que se pronuncia como sentencia final con la muerte...
2. DIOS NOS HA LLAMADO A LA
VIDA, Y QUIERE QUE VIVAMOS PARA SIEMPRE... Ese deseo de vivir para
siempre, que sentimos como una fuerza imparable dentro de cada uno de
nosotros, viene de Dios, de quien hemos recibido el mismo don de la
vida. Es Él quien nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón
deseos de eternidad. Por eso podemos estar seguros que la vida para la
que Dios nos ha hecho no es esta vida limitada por la muerte, sino la
Vida del mismo Dios...
"Yo soy la Resurrección y la Vida", nos dice
Jesús. Y el que crea en Él, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y
cree en Él, no morirá jamás. Creer en Jesús significa estar seguros de
que verdaderamente resucitó, y que Él ha vencido a la muerte. Pero
creer en Jesús es también creer en su Palabra. Significa creer
verdaderamente que con su Palabra Jesús nos llama a vivir en el amor,
nos llama a la solidaridad y a la entrega continua en el servicio a los
demás. Creer en Jesús significa estar seguros que el que gasta su vida
en el servicio a los demás, como nos lo muestra en estos días Juan
Pablo II, sumamente limitado por su enfermedad pero al mismo tiempo
incansable en su entrega, es el que verdaderamente gana, y el que cree
ganar su vida porque piensa sólo en sí mismo, es el que
irremediablemente la pierde...
Creer en Jesús es creer que son verdad las Bienaventuranzas, y que
tener alma de pobres, sufrir la aflicción, tener paciencia, tener
hambre y sed de justicia, tener un corazón misericordioso, así como un
corazón y una mirada pura, y trabajar por la paz, dan como fruto la
Vida de verdad. Creer en Jesús y vivir en Él, en definitiva, nos hace
participar ya ahora en la Vida que Jesús nos ganó en la Resurrección,
para que viviendo con él y por Él, vivamos para siempre...
3. HAY QUE RECIBIR DE JESÚS LA
VIDA QUE VENCE LA MUERTE Y DURA PARA SIEMPRE... No importa, entonces,
cuánto dure nuestra vida, si pensamos sólo en la duración del tiempo en
el que se desarrolla en esta tierra. Mirado el tiempo desde la
eternidad, mil años son como el día de ayer, que ya pasó (Salmo 90,
4)...
Lo que importa es tener ya en nosotros la Vida que Jesús ganó en la
Resurrección, y que nos regala por su amor. Lo que importa es vivir con
la fe, que nos abre a la posibilidad de una Vida que vence la muerte.
Hay que vivir en la fe, que nos lleva a buscar esta dimensión de
eternidad en todas las vicisitudes de la vida de cada día. Hay que
vivir de la fe, para lo cual se hace imprescindible alimentarla cada
día con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, que nos hacen vivir
ya ahora esa Vida, que viene de Dios, y que dura para siempre...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: