Esta fue mi predicación de hoy, 27 de febrero de 2005,
Domingo III de Cuaresma del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y
siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando
acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces
acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber».
Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?»
(Éxodo 17, 1-2).
- Por Jesucristo hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la
que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la
gloria de Dios... Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
que nos ha sido dado (Romanos 5, 2 y 5).
- Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las
tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo
de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo.
Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y
Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a
comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en
efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: «Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber»,
tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor,
le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo.
¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre
Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus
hijos y sus animales?». Jesús le respondió: «El que beba de esta agua
tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca
más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en
manantial que brotará hasta la Vida eterna» (Juan 4, 5-14).
En nuestro tiempo sucede con demasiada frecuencia que estamos
"enfermos" de consumismo, corriendo con demasiada frecuencia y
demasiada energía detrás de cosas que no alcanzan a saciar nuestra sed
más profunda, que será siempre nuestra sed de eternidad y nuestra sed
de Dios. Por eso esa sed se encuentra quizás muchas veces acallada,
silenciada, sepultada detrás de un montón de cosas que sólo nos suman
angustia o intranquilidad. Necesitamos, entonces, momentos especiales,
en los que nos dediquemos con atención especial, a prestar atención a
nuestra sed más esencial, nuestra sed de Dios, nuestra sed de
eternidad. Eso es lo que hacemos en este tiempo de Cuaresma, un tiempo
de "vuelta a Dios", que tiene que ayudarnos a percibir nuestra sed más
esencial...
Se trata de conocer el don de
Dios, y para eso hace falta recuperar el sentido de la sed, de esa sed
profunda que nos lleva a la búsqueda del Amor de Dios, con el que Él
quiere inundar nuestros corazones, para que vivamos de lo esencial y
para lo esencial. Se trata, en este tiempo, de zambullirse de lleno en
el Amor de Dios, con el que Él nos habla a través de su Palabra, y con
el que Él se manifiesta a través de sus Sacramentos, haciéndonos
alcanzar lo único que verdaderamente nos puede saciar...
A nosotros, que quizás estemos tan acostumbrados a contar siempre con
estos auxilios con los que Dios viene a socorrernos que ni siquiera los
tomamos en cuenta con la debida atención, a nosotros que tenemos a
nuestra disposición estas fuentes inagotables de su Amor y de su
gracia, nos puede venir bien recordar el modo en que alguien que se
consideraba a sí mismo agnóstico, nos describía en una poesía, lo que
para él consistía una ilusión y para nosotros es una realidad que Dios
pone todos los días al alcance de nuestras manos. Nos decía Antonio
Machado, en esta poesía en la que describía, aún sin conocerla, lo que
nosotros
llamamos "gracia", es decir, el Amor de Dios derramado
sobre nosotros:
"Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión! / que una fontana
fluía / dentro de mi corazón. / Dí, acequia escondida: / ¿de dónde
vienes hasta mí, / manantial de nueva vida / de donde nunca bebí? /
.../ Anoche cuando dormía / soñé, bendita ilusión, / ¡que era a Dios a
quien tenía / dentro de mi corazón!