Esta fue mi predicación de hoy, 15 de agosto de 2005, Solemnidad
de la Asunción de la Virgen María a los Cielos, en el Hogar
Marín. Me basé en las
siguientes frases de
las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y
quedó a la vista el Arca de la Alianza. Y apareció en el cielo un gran
signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una
corona de doce estrellas en su cabeza (Apocalipsis 11, 19a y 12, 1).
- En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos
revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde:
Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en
el momento de su Venida (1 Corintios 15, 22-23).
- En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la
montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas
esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo,
para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo,
el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que
se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo
entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se
estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la
pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me
llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en
generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su
trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y
despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su
servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a
nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para
siempre». María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a
su casa (Lucas 1, 39-56).
Un abrazo y mis oraciones.